sábado, 4 de junio de 2011

Verdad


Verdad


Los nombres de Dios son innumerables; pero, si
hubiera que destacar uno, sería el de sat o satya,
la verdad.

Pues la verdad es Dios.

La verdad sólo podemos encontrarla si la buscamos
en nosotros mismos, nunca a base de argumentos y
discusiones.

Si alguien lee «Dios», en vez de «verdad», es lo
mismo.

El conocimiento de la verdad no es posible sin
ahimsa, no violencia.

Por eso se ha dicho también que ahimsa es la ley
suprema, dharma.

¿Cómo puede creer alguien en la verdad si no cree
en la no violencia?

Si no se puede hacer realidad la no violencia, tampoco
es posible hacer realidad la verdad.

¿Cómo puede conocer la verdad alguien en cuya
alma bullen constantemente las pasiones?

El bullir de las pasiones en el alma es como una
tempestad en el océano. El timonel que sujeta con
fuerza el timón durante la tempestad se salva. Y
sólo el que se apoya en el rama-nama (invocación
del nombre de Dios) sale victorioso de la tempestad
del alma.

Guardémonos del saber engañoso.

Es el saber engañoso lo que nos mantiene alejados
de la verdad o nos aparta de ella.

Aun la más pequeña falsedad echa a perder al ser
humano, del mismo modo que una gota de veneno
arruina todo un mar.

El mundo está lleno de contradicciones.

Detrás de la aflicción se esconde la felicidad, y
detrás de la felicidad la aflicción. Donde brilla el sol
también hay sombra; donde hay luz también hay
oscuridad; donde hay nacimiento también hay
muerte.

La liberación de todo consiste en no dejarse afectar
por estas contradicciones.

El método para vencerlas no consiste en deshacerlas,
sino en elevarse por encima de ellas y ser absolutamente
libre de toda supeditación a ellas.

Cuanto hemos dicho hasta aquí muestra que la clave
de la felicidad consiste en honrar la verdad, dadora
de todas las cosas.

Pero ¿cómo hemos de honrar la verdad?

¿Quién conoce la verdad?

Nosotros nos referimos a una verdad relativa, a lo
que se nos muestra como verdad. La experiencia
nos demostrará que es muy difícil seguir la verdad,
incluso entendida en ese sentido limitado.

¿Por qué duda en manifestarla quien sabe lo que es
la verdad?

¿Se avergüenza? ¿Avergonzarse de qué? Alto o bajo,
¿qué importa? Lo cierto es que la rutina se apodera
completamente de nosotros.

Deberíamos reflexionar sobre ello y liberarnos de
las malas costumbres, pues de lo contrario no
podremos seguir el camino de la verdad.

Tenemos que sacrificarlo todo en el altar de la verdad.

No queremos aparecer como lo que somos,
sino mucho mejores. Si somos débiles, ¡qué bueno
sería para nosotros aparecer como tales...! Pero, si
deseamos crecer, debemos actuar y pensar con
nobleza. Y si esto no es posible, debemos aparecer
como débiles. Así alcanzaremos un día la anhelada
altura.

Para encontrar un diamante hay que trabajar muy
duramente y remover cientos de toneladas de tierra
y piedras.

¿Empleamos al menos una mínima parte de ese trabajo
en eliminar la escoria de la falsedad y buscar el
diamante de la verdad?

No se es un satyagrahi -el que se aferra a la verdad-
por el mero hecho de presentarse como tal.

Sólo la contemplación de la verdad pura hace del
ser humano un satyagrahi.

Para un satyagrahi no existen derechos. Para él no
hay más que un derecho: el derecho a servir.

En consecuencia, un satyagrahi nunca reivindica
derechos; éstos le vienen sin que él los busque.

Sólo puede ser un verdadero satyagrahi aquel que
domina del mismo modo el arte de vivir que el arte
de morir.

Quien se ha entregado a la verdad no debe distinguir
entre elogio y reproche.

Por eso no escuchará el elogio ni se enojará por el
reproche.

Una causa justa nunca fracasa:

a la postre, una palabra sincera nunca daña.

Todo el mundo está de acuerdo en que es una insensatez
hacer el mal.

Pero la idea de que un buen fin justifica el empleo
de unos medios perversos debe considerarse como
una insensatez aún mayor.

Si somos escrupulosos en cuanto a los medios, el
buen fin vendrá necesariamente por sí mismo.

En otras palabras: no hay diferencia alguna entre
medios y fin.

Si hay cosas insignificantes que nos desconciertan,
debería ser para nosotros un indicio de que en alguna
parte hay un motivo para ello.

En tal caso, debemos descubrirlo y tratar de
eliminarlo.

Es un error pensar que vamos a ser perseverantes en
las cosas importantes porque nos veamos obligados
a ello. Es obvio que ése no puede ser un criterio de
rectitud y de perseverancia.

En tales situaciones deberíamos recordar estas palabras:
«La conexión de los sentidos con sus objetos
va y viene. Sopórtalo...» (Bhagavad Gitta 2,14).

En la edición de hoy del Times of India aparece un
«pensamiento para el día» que me gusta.

Dice: «Cree en la verdad, piensa la verdad y vive la
verdad. Por mucho que parezca que triunfa la mentira,
nunca puede triunfar sobre la verdad».

¿Por qué el ser humano teme decir y hacer la verdad
y no tiene miedo a decir y hacer la falsedad?

Quien se consagra a la verdad debe practicar el
silencio. No obstante, hay muchos buscadores de la
verdad que hablan en exceso. Lo cual significa que
lo contrario se ha convertido en ellos en costumbre.
Nosotros deberíamos abandonar esta costumbre.

Una palabra inútil es una herida infligida a la verdad.

Por eso resulta más fácil hacer la verdad si se
respeta el silencio.

No pierdas la serenidad si alguien te llama mentiroso
o te contradice.

Si quieres decir algo, dilo tranquilamente. Si no,
posiblemente lo mejor es guardar silencio.

Si eres verdaderamente sincero, no te vas a convertir
en mentiroso por el mero hecho de que alguien te
lo llame.

Diferentes personas interpretan las Shastras, las
Escrituras sagradas, de maneras diferentes.

El camino correcto consiste en seguir la interpretación
básicamente razonable, aunque sea gramaticalmente
incorrecta, siempre que nuestra interpretación,
naturalmente, no contradiga el sentimiento
moral y promueva el dominio de uno mismo.

La mentira destruye el alma;
la verdad la fortalece.

Para conocer la verdad es preciso leer las vidas de
los santos y meditar sobre ellas.

No prestes oído a los rumores;
y si llegan a tus oídos, no los creas.

Sabiendo como sabemos que todas las cosas tienen
dos lados, sólo debemos mirar el lado positivo.

Una sola palabra, si es verdadera, es suficiente.

En cambio, las palabras falsas, por muchas que
sean, no tienen ningún valor.

Una sola gota del veneno de la mentira envenena
todo el océano de la verdad.

El poder de una palabra verdadera es tal que le conduce
a uno del egoísmo al altruismo.

Quien hace algo mal por causa de un falso pudor se
hace culpable de una doble falta y no puede subsistir
delante de Dios.

Quien piensa, habla y actúa con Dios como testigo
nunca se avergonzará de obrar rectamente.

Una falta tan pequeña como un grano de mostaza, si
se encubre, se hará tan grande como una montaña.
Pero se puede extirpar
si se la reconoce sinceramente.

Un hombre mentiroso procura tener a punto muchas
escapatorias. Y cuando utiliza una de ellas para
escapar, se considera muy astuto, aunque lo único
que hace en realidad es cavar su propia tumba.

En cambio, un hombre que ama la verdad suprime
todas las escapatorias; mejor dicho, para él no hay
ni muros ni boquetes en los muros.

Sigue el camino recto aun con los ojos vendados.

Quien sigue el camino de la verdad no tropieza.

Cuando alguien te dice: «Ve por este camino», y tú
sigues la dirección que te ha indicado, tienes la
seguridad de que llegarás a tu destino.

La verdad es un camino parecido.

Si una persona sigue este camino, alcanza su meta
en el tiempo más corto posible.

Quien sigue la verdad a toda costa tiene que estar
siempre dispuesto a morir por ella y, cuando llegue
el momento, tendrá que entregar su vida.

Quien no se mantiene alerta en cada momento de su
vida nunca encontrará la verdad.

Un hombre perfecto tiene el poder de exorcizar la
mentira, aunque el nombre de ésta sea «Legión».

La verdad debe ir acompañada de la seguridad de la
meta.

Cuanto más nos acerquemos a nuestro ideal,
tanto más auténticos seremos.

Superstición y verdad
no van juntas.

A un lado, la verdad; al otro, el dominio sobre la
tierra.

Oh, corazón mío, deberías elegir la verdad y rechazar
el dominio.

Quien se consagra a la verdad debe saber apreciar
las diferencias y tener sentido del tiempo y capacidad
de comprender a la parte contraria.

Si alguien quiere hacer suya la verdad, necesita
tener una paciencia inagotable.

Quien pierde la paciencia pierde tanto la verdad
como el principio de la no violencia.

La belleza no está en la apariencia,
sino únicamente en la verdad.


de: QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA
Mahatma Gandhi

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