sábado, 4 de junio de 2011

Autoconocimiento y realización




Autoconocimiento y realización

Resulta extraño que pongamos tanto empeño en
las cosas exteriores y no nos preocupemos de las
interiores.

Para conseguir el autoconocimiento el ser humano
tiene que salir de su concha de caracol y contemplarse
desapasionadamente.

Empleo un notable esfuerzo en mantenerme físicamente
sano.

¿Pongo el mismo empeño en conocer mi alma?

El autoconocimiento es de un valor incalculable,
pero pretendemos conseguirlo sin esfuerzo.

La riqueza, la fama, etcétera, carecen de valor,
pero estamos dispuestos a sacrificarlo todo por
obtenerlas.

Quien no se conoce a sí mismo está perdido.

Lo que somos,
nosotros mismos lo hemos hecho
Cuanto mejor conoce el ser humano su yo,
tanto mayor es su progreso.

Una persona no debe nunca reprimir su voz interior,
ni siquiera cuando está solo.

La percepción es ciega
si no está iluminada por la razón.

El ser humano crece cuando conoce la verdadera
naturaleza de su yo, con tal de que reflexione sobre
ella y practique la virtud.

Vivir de otro modo conduce a la ruina.

¿Cómo puede preservar y proteger algo en la vida
quien no ha comprendido el verdadero valor del yo
y no lo defiende?

Si todos fuéramos maestros,
¿quiénes serían entonces los discípulos?
¡Seamos todos discípulos!

El ser humano acostumbra a olvidarse de sus
propias faltas y a ver las de los demás. Lo cual,
naturalmente, tan sólo ocasiona decepciones y
disgustos.

No queremos ver nuestras propias faltas, pero
observamos con alegría las de los demás.

Esta actitud no produce más que desdicha.

No es ciego quien ha perdido la vista,
sino quien encubre sus faltas.

Del mismo modo que no podemos ver nuestra propia
espalda, sino que sólo pueden verla los demás,
así tampoco podemos ver nuestras faltas.

¿A qué debemos dar crédito: al elogio o al
reproche?

Tal vez ni el uno ni el otro sean merecidos.

¿Debemos, pues, ser jueces de nosotros mismos?

Pero también en esto es muy fácil equivocarse...

Sólo Dios sabe lo que somos, pero no nos lo dice.

Por eso, lo mejor es que no busquemos ni creamos
saber absolutamente nada sobre nosotros.

Somos lo que somos. Y no ganamos nada sabiendo
o creyendo saber qué es lo que somos.

Lo único que verdaderamente importa es cumplir
con el deber.

«Lo mío es un pequeño error; lo de los demás son
tremendas equivocaciones».

Quien así piensa vive en una ignorancia abismal.

Quien busca los errores de los demás
no puede ver los propios.

Nada puede avergonzar a quien, por decisión propia,
reconoce abiertamente sus pecados y se avergüenza
de ellos, aunque los demás los desconozcan.

Hacerse culpable de un delito, grande o pequeño,
es sin duda malo; pero peor aún es pretender
ocultarlo.

No reconocer los propios errores significa volver
a repetirlos y cometer el pecado añadido de
encubrirlos.

Un error sólo deja de serlo cuando se rectifica.

Si se encubre, se encona como un absceso y acaba
convirtiéndose en un peligro.

Es asombroso comprobar hasta qué punto es capaz
el ser humano de engañarse a sí mismo.

¿Qué significa «grande» o «pequeño» referido al
pecado? El pecado es pecado.

Creer otra cosa es engañarse a sí mismo.

El mero hecho de reconocer el mal no sirve para eliminarlo.
Hay que hacer todo lo posible para que no
se produzca.

Cuando el ojo de una persona dice una cosa, su lengua
otra, y su corazón otra distinta, estamos ante un
tipo que no sirve para nada.

No vayas allí donde reina la hipocresía, ni siquiera
para averiguar lo bueno que allí pueda haber.

Si lo haces, podrías colaborar indebidamente con
el mal.

Del mismo modo que desechamos la leche envenenada,
así también debemos desechar todo bien que
se ha contaminado con el veneno de la hipocresía.

Hay dos clases de pensamientos:
unos que elevan, otros que envilecen.

Deberíamos tenerlo siempre presente
y aprender a distinguir unos de otros.

No trates de conocer a toda costa las opiniones
de los demás ni fundamentes en ellas tu propia
opinión.

Pensar por uno mismo y con independencia es un
signo de intrepidez.

Quien pierde su singularidad personal
lo pierde todo.

Sólo hacemos cosas significativas venciendo nuestra
repugnancia; en cambio, corremos detrás de cosas
sin ningún valor y encontramos gusto en ellas.

La propensión del ser humano a engañarse a sí
mismo es inmensamente más grande que la posibilidad
de engañar a otros.

Y esto lo suscribirá cualquier persona razonable.

Al parecer, el ser humano no puede escapar a la tentación
de exagerar.

Cuando el ser humano rebasa sus límites, cuando
-en la práctica, o sólo en su pensamiento- sobrevalora
sus posibilidades, se convierte en presa fácil de
la enfermedad y el malestar.

Tan ciego afán es inútil y, a menudo, hasta nocivo.

«Aprende la lección del árbol»:
un verso sobre el que merece la pena reflexionar.

El árbol soporta el calor del sol
y nos ofrece una sombra fresca.

¿Y qué hacemos nosotros?

El camino recto es tan duro como sencillo.

Si no fuera así, todos seguirían el camino recto.

Una educación que no forma el carácter
carece totalmente de valor.

La perfección es para el ser humano tan sólo un
ideal que no es posible alcanzar,
pues el ser humano ha sido creado imperfecto.

El ser humano no es Dios; por tanto, no le llames
así.

Su papel consiste en ser reflejo de la divinidad.

¿Cuál es la diferencia entre una serpiente y un ser
humano?

Evidentemente, la serpiente se arrastra sobre su
vientre, mientras que el ser humano camina
erguido.

Sin embargo, las cosas no son lo que parecen, pues
¿qué ocurre con un ser humano que en lo espiritual
se arrastra sobre su vientre?

¿Qué es lo que distingue al ser humano de los animales?

Reflexionar seriamente sobre esta pregunta
resolvería muchos de nuestros problemas.

Tenemos que hacer que nuestra vida
se adapte lo más posible
a lo que tratamos de ser.

Obligar a un ser humano a hacer algo que no comprende
es más que un duro castigo.

Lo que sólo se aprende mecánicamente tiene el
mismo valor que recitar el rama-nama -la invocación
constante del nombre de Dios- como lo haría
un papagayo.

Si lo anterior es verdadero y refleja una experiencia,
de ello se sigue, por el contrario, que el saber profundo
y que es parte del yo está en condiciones de
transformar al ser humano, con tal de que dicho
saber abarque el conocimiento de uno mismo.

El ser humano sabe cuál es su obligación
y, sin embargo, no hace
lo que sabe que debe hacer.

¿Por qué?

Hay cosas que el ser humano hace con palabras de
su boca, otras mediante la observación del silencio,
y otras mediante la acción.

Si todo lo que hace está sustentado por el conocimiento,
entonces es realmente acción.

Un ideal es una cosa; vivir de acuerdo con él, es otra
cosa completamente diferente.

Un ser humano sin ideal
es como un barco sin timón.

Sólo se puede decir que alguien tiene un ideal
cuando emplea todos los medios para realizarlo.

El mundo puede llamarnos débiles, pero lo que no
debemos permitir que se debilite son nuestros ideales.

Hay una gran diferencia entre obstinación y constancia.

Tratar de imponer a otros la propia visión es obstinación;
la constancia consiste en imponernos algo
intencionadamente a nosotros mismos y, como consecuencia,
convencer a otros de que adopten libre y
voluntariamente nuestra visión.

Me quité las gafas para lavarme la cara. Luego quise
ponérmelas de nuevo, pero me olvidé.

¿Por qué? Porque otra cosa atrajo mi atención e
hizo que me descuidara.

Eso se llama desorganización, y la desorganización
es peligrosa.

No todo el mundo tiene que adquirir un saber
material.

Pero sí puede todo el mundo adquirir un saber espiritual;
está incluso obligado a ello.

A diario experimentamos la influencia que ejerce
un ser humano que dice la verdad y fundamenta en
ella su vida.

Y, sin embargo, no pensamos en seguir su ejemplo
de palabra y de obra.

¿Cuándo «yo» y cuándo «Dios»?

En distinguir acertadamente
radica la prueba de la sabiduría.

El pecado no permanece oculto. Está escrito en el
rostro de los seres humanos.

No conocemos del todo este libro, pero el asunto
salta a la vista.

No debemos cometer jamás el error de imaginar que
algo falso puede ser clasificado como «grande» o
como «pequeño».

No debes pensar ni hablar ni escribir sin antes
reflexionar.

Considera cuánto tiempo podrías ahorrar así.

El ser humano en el mundo es tan incapaz de comprender
el universo como el pez de medir la profundidad
del océano.

Quien sólo actúa correctamente por vergüenza
no actúa correctamente.

¿Qué te preocupa del mundo: el elogio o el
reproche?

Haz lo que consideres que es tu obligación.

Quien se centra en una cosa y la persigue como su
única meta acaba adquiriendo la capacidad de
hacerlo todo.

El canto no se origina únicamente en la laringe.

Está también el canto del espíritu, de los sentidos y
del corazón.

En la vida tiene que haber armonía,
y ésta debe impregnar
toda acción y toda conducta.

Mientras no se dé la armonía entre cuerpo, espíritu
y alma, no habrá concordia.

No podemos actuar, ni siquiera pensar, de dos
maneras opuestas a un mismo tiempo.

Tener buenos pensamientos es una cosa;
obrar de acuerdo con ellos, otra.

El ser humano está dotado de razón y de una voz
interior que está por encima de ella.

Y, cada una en su ámbito, ambas son necesarias.

Todo ser humano debería buscar la fuente de su ser.

¿Cuándo se secará el Ganges?

En el momento en el que se separe de sus fuentes.

Algo parecido ocurre con el alma cuando se separa
de la fuente eterna de la vida, es decir, de Dios.

La resistencia forma al ser humano.

Cuando el ser humano se conoce a sí mismo
está salvado.

Toda acción humana tiende, o debería tender, al
conocimiento del yo. Y en ese conocimiento del yo
se esconde el conocimiento de Dios.

Ha dicho un poeta que un ser humano sin saber es
como un animal.

¿En qué consiste ese saber?

Sólo el saber es lo que habilita al ser humano para
conocerse a sí mismo. En otras palabras: el saber es
conocimiento del yo.

El ser humano es la imagen de sus pensamientos.

¿Cómo puede poseer el conocimiento quien no
tiene ni paz interior ni capacidad de decisión?

Un espíritu calculador jamás accederá
al conocimiento del yo.


Quien analiza la rama y se olvida de la raíz se
engaña.

¿Por qué buscas fuera de ti
lo que está en tu interior?

Cuando nuestra vida exterior prevalece sobre nuestra
vida interior, las consecuencias sólo pueden ser
funestas.

Cuando el ser humano busca fuera de sí mismo,
no avanza un solo paso.

El ámbito del crecimiento está en su interior.

Una vez que has visto la belleza interior,
la exterior te parece inmensamente pobre.

Quien teme la crítica de la gente nunca será capaz
de hacer nada valioso y duradero.

Si un ser humano puede llegar a la perfección,
es justo suponer que todos pueden hacerlo.

Del mismo modo que el universo está contenido
en sí mismo, así también la India está contenida en
sus aldeas.

Si la India vive en sus aldeas, entonces sólo puede
haber una aldea ideal, y ésta puede servir de
modelo para todo el país.

Si contemplamos la India desde el punto de vista
de sus aldeas, la mayoría de las cosas que estamos
haciendo parecen inútiles.

¿Qué importa
que nos tomen por soñadores?


de QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA
Mahatma Gandhi

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