sábado, 4 de junio de 2011

Invocar a Dios


Invocar a Dios.
Oración y meditación

Me confesaba una monja: «Yo siempre había rezado,
pero he dejado de hacerlo». «¿Y por qué?», le
pregunté. Y me respondió: «Porque, de algún modo,
al rezar me engañaba a mí misma».

La respuesta, naturalmente, era correcta. Bien estaba
que dejara de engañarse a sí misma, pero ¿por
qué dejar de rezar?

Si queremos vivir una vida auténtica, tenemos que
librarnos de nuestra pereza mental y reflexionar
sobre lo fundamental.

De ese modo, nuestra vida será muy sencilla.

Alguien puede utilizar un amuleto porque ha sido
bendecido por un santo o porque está hecho con
piedra sagrada, con madera de sándalo o con perlas.

Pero si quien utiliza el amuleto considera que éste
es lo más importante, será mejor que se deshaga
de él.

En cambio, si el amuleto le acerca a Dios y le permite
cumplir con sus obligaciones, puede hacer de
él el uso que desee.

El que un hijo se incline ante sus padres es, sin
duda, una forma de oración.

¿Cuánto, pues, no deberemos honrar a quien es el
Padre eterno de todos nosotros?

No debemos entender aquí la oración en un sentido
restringido.

Para el hombre verdaderamente piadoso
nada es imposible.

Un hombre piadoso está siempre absorto en Di os.

Quien está absorto en Dios no puede estar absorto
además en alguien o en algo diferente.

La oración requiere un corazón, no una lengua.

Sin corazón, las palabras no tienen sentido.

¿Tenemos derecho a orar mientras no nos hayamos
purificado de nuestra impureza?

¿Qué mayor milagro puede uno desear que ver
el cielo poblado de estrellas y el firmamento interior
del corazón humano adornados con idéntico
primor?

Quien reflexiona a fondo comprueba que el cielo
está aquí, en la tierra,
no arriba, en el firmamento.

Un medio infalible para huir de los malos pensamientos
es el rama-nama, la invocación constante
del nombre de Dios.

Un nombre, además, que debe brotar no sólo de los
labios, sino también del corazón.

Si hay alguna esperanza para un ser humano cuyo
corazón sigue siendo impuro a pesar de todos sus
esfuerzos, es el rama-nama.

El rama-nama es el único remedio para las tres formas
de enfermedades (corporales, morales y espirituales)
del ser humano.

El amor, el odio y otros sentimientos semejantes
son también enfermedades, y peores aún que las
dolencias corporales. ¿Cómo puede uno liberarse de
todo ello si no es mediante el rama-nama!

Incluso el poder del rama-nama tiene un límite:
¿puede un ladrón, por ejemplo, confiar en que va a
lograr su objetivo con el empleo del rama-nama!

El rama-nama sólo ayuda a quienes cumplen los
requisitos de la recitación.

Es inútil recitar el rama-nama si no se tratan los
ramas con la debida dignidad.

Quien desee beber el néctar del rama-nama tiene
que purificarse de la concupiscencia, la ira y otros
excesos semejantes.

El néctar del rama-nama proporciona alegría al
alma y libera al cuerpo de sus padecimientos.

Quien busca refugio en el rama-nama ha establecido
el rama-nama en su corazón y con ello ha quedado
debidamente pagado.

Es una verdad sencilla y absoluta que, sólo con que
permanezcamos en el rama-nama, todos nuestros
pensamientos y acciones son automáticamente
correctos.

La constancia en la meditación revela la profundidad
del pensamiento y, además, conduce a la pureza
y madurez del mismo.

La meditación no nos hace apáticos e indiferentes,
sino fuertes y perspicaces.

El ser humano tiene dos ojos y dos oídos,
pero una sola lengua;
por eso debería hablar
la mitad de lo que ve y de lo que oye.

Si llegamos demasiado tarde al tren, lo perdemos.

¿Qué ocurre cuando llegamos tarde a la oración?

Del mismo modo que el mar se llena gota a gota,
así también el alma se nutre
con cada minuto de auténtica oración.

La fuerza interior crece con la oración.

«Todo el que invoque el nombre del Señor
se salvará» (Rm 10,13).


de QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA
Mahatma Gandhi

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