La amable espiritualidad
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Las librerías de Buenos Aires (como las de todo Occidente) tienen secciones completas dedicadas a estos títulos prometedores, cuyos autores consagrados son Louise Hay, Brian Inglis, H. Benson, William Proctor y los médicos Deepal Chopra, Larry Dossey, Bernie Siegel y Carl Simonton, entre otras celebridades. Los libreros aseguran que éstos son los verdaderos best-sellers, que se venden por decenas a mujeres de mediana edad. Quizás ellas sean las compradoras, pero no las únicas que los consumen.
Hace pocas semanas, la revista norteamericana Time hizo tapa con el tema "Fe y sanación": la fotografía de una muchacha de ojos un poco desorbitados que mira fijamente a nuestros propios ojos. ¿Una sanadora? ¿Una sanada? ¿Una rezadora de oraciones que curan? ¿Alguien que se curó porque otros rezaron por ella? Posiblemente todo eso junto, ya que se trata de una fotografía producida en estudio, tan diseñada como la de un extraterrestre, para que la tapa fuera un icono de la nueva espiritualidad: una imagen fin de siglo, que evoca el prerrafaelismo por el movimiento del pelo y los colores del fondo, pero que, al mismo tiempo, no prescinde del costado sexy puesto de manifiesto en la cintura desnuda y las caderas envueltas en gasas orientales (de un Oriente de teatro de revistas).
Los vagones de los subtes de Buenos Aires, por su parte, mostraban hasta hace poco la publicidad de la disciplina más espiritual que Oriente transmitió a Occidente: Indra Dehvi promocionaba con su figura ascética (una especie de Madre Teresa menos doliente) los cursos de yoga, relajación y meditación, en una oferta que no olvidaba a los ejecutivos, a quienes se les ofrecían horarios especiales, ni a los desconfiados, a quienes se le prometían demostraciones gratuitas. Indra Dehvi posee un currículum en la materia que incluye viajes por geografías espirituales y temporadas en la India. Sin embargo, cualquier profesora de gimnasia "yoga" imparte a sus alumnos lecciones de espiritualidad en las que se mezcla todo con todo. No puedo olvidar un diálogo escuchado en el vestuario de un club de Buenos Aires.
El tema era las piedras que curan, y una de las interlocutoras se refirió a las bondades de la piedra de láser, incorporada sorpresivamente al mundo de la parageología.
La lengua cotidiana, tan sensible a estos cambios, incorpora ondas y vibras. Un "nuevo espiritualismo" difuso se ha convertido en cultura común incluso para aquellos que no se sentirían parte del movimiento.
Es inevitable que todos los argumentos aparezcan mezclados. La venerable revista Time afirma que, según un estudio realizado en Dartmouth (sitio académicamente irreprochable), "una de las más fuertes variables de predicción de supervivencia después de una cirugía a corazón abierto es el grado en que los pacientes consideraron que su fuerza y bienestar provenía, de sus creencias religiosas". Así dicho, probablemente habría poco que objetar: quienes rezaron estarían psicológicamente mejor preparados para las batallas del posoperatorio, acompañados por otros laicos que también rezaron o por pastores y sacerdotes. En fin, no se trata hoy de que, después de décadas de medicina psicosomática, alguien venga a descubrir que las condiciones subjetivas en las que se encara un proceso material son indiferentes. La cuestión, por lo tanto, no pasa por allí. Pero, ¿por dónde pasa entonces?
En su libro La soledad de los moribundos, Norbert Elias se pregunta sobre el larguísimo proceso, que atraviesa toda la Edad Moderna, de creciente aislamiento de la muerte como acto final de una vida. A las razones médicas, que darían su respuesta "sanitaria" sobre esta soledad, Elias agrega razones que tienen que ver con la imposibilidad de encontrar un sentido para la muerte. En efecto, sólo las religiones han confiado en dar un sentido (cualquiera que sea) a la muerte. Pero la muerte subsiste como dato inaceptable incluso para quienes se sienten parte de un espacio religioso. Frente a la muerte, es difícil construir sentido. El "nuevo espiritualismo" es un atajo.
Ha habido otros atajos: el auge del espiritismo y de las curas milagrosas basadas en injertos de glándulas o toques eléctricos en algunos nervios, en la Argentina de las primeras décadas del siglo XX; el orientalismo que se mezcló con el movimiento hippie en los años sesenta, pero también fue propagandizado por la revista francesa Planeta; la astrología cotidiana en la prensa escrita, que la hereda de los "almanaques" campesinos; el naturismo como medicina alternativa, que encontramos en decenas de folletos populares de los años veinte y treinta; ciertos usos de la psiquiatría vinculados con la hipnosis, la sugestión y el magnetismo. Allí están los materiales para una historia del alternativismo médico. Sin embargo, tenemos la sensación de que el "nuevo espiritualismo" es algo más inclusivo. ¿Por qué?
Habría que decir, en primer lugar, que los libros citados al comienzo de esta nota no hablan tanto de la muerte, sino del mejoramiento de la vida. Prometen, de manera unánime, una vida mejor por caminos que potenciarían cualidades que todos poseemos: todos tendríamos la posibilidad de encontrar el sentido de nuestros actos (y de nuestros dolores). En un tiempo de sentidos escasos, donde se hace visiblemente difícil establecer relaciones de solidaridad basada en principios transindividuales, el "nuevo espiritualismo" nos asegura que es suficiente conectarnos profundamente con nosotros mismos. La solución no podría sintonizar mejor con el clima de una época donde las sociedades se debilitan por la desigualdad, el feroz individualismo de mercado, la crisis de sentidos en la política, la desconfianza ante las acciones colectivas. Si hoy la Iglesia Católica recibe la presión de los excluidos, el "nuevo espiritualismo", en cambio, responde privadamente a los que tienen más tiempo y dinero.
El "nuevo espiritualismo" no es sólo un conjunto de prácticas pintorescas que reciclan técnicas orientales cortándolas de su terreno filosófico de origen. Es también síntoma de un nuevo malestar en la cultura, donde se expresan ideales angustiosos de salud y belleza que los medios hacen circular como modelos de éxito o como sustitutos mercantiles de felicidad.
Allí confluyen los interrogantes que no tienen salida porque han desaparecido las condiciones de sus respuestas tradicionales (¿cómo es la buena muerte y la buena vida en un mundo abandonado por los dioses?). Finalmente, el "nuevo espiritualismo" es una estrategia que no exige coherencia global, porque proporciona patrones de conducta que pueden ser tomados y dejados; el compromiso es mínimo (salvo para los fundamentalistas del "nuevo espiritualismo", que son escasos), siempre se puede salir y se puede volver a entrar. El "nuevo espiritualismo" es un estallido de terapias que a veces son espirituales en sentido estricto, que a veces son físicas y se confunden con la gimnasia consciente, pero que siempre están allí sin requerir demasiada coherencia.
A diferencia de las grandes religiones históricas, el "nuevo espiritualismo" es cómodo. No se necesita militar todo el tiempo para beneficiarse. Ofrece amables recetas para la vida cotidiana: estrategias individuales para las que no existen ni el pecado (como en las religiones) ni la responsabilidad (como en la vida pública). Más allá del bien y del mal, el "nuevo espiritualismo" es una mezcla afín a las políticas individualistas del cuerpo y al desinterés por la vida común: la trascendencia es un movimiento en miniatura.
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