Amor y servicio
Por muy amenazadora que sea la crisis,
el fuego del amor la superará.
El amor puro ahuyenta todo exceso.
El vínculo del amor será cada vez más fuerte
y, sin embargo, no se percibirá como una atadura.
Se dice, en general, que no hay amor sin temor.
Pero no es cierto.
Donde hay temor no puede haber verdadero amor.
Las tinieblas del egoísmo
son más impenetrables que las tinieblas reales.
Es más fácil atravesar el mar que se extiende entre
los continentes
que salvar el abismo que se abre entre individuos o
entre pueblos.
¿Contra quién podemos abrigar enemistad cuando
el mismo Dios nos dice que él habita en todos los
seres vivos?
Dios no habita ni en el templo
ni en la mezquita.
No está ni dentro ni fuera.
Si realmente está en algún lugar,
es en el hambre y la sed de la gente sencilla.
El ser humano no puede honrar a Dios
y al mismo tiempo despreciar a sus semejantes.
Ambas cosas son inconciliables.
El proceder desinteresadamente es una fuente de
fortaleza, pues con ello, al mismo tiempo, se honra
a Dios.
A una persona hambrienta Dios sólo se le aparece
en forma de pan.
Regalar ropas al desnudo es ofenderlo.
Dale trabajo, a fin de que pueda ganar dinero con
el trabajo de sus manos y comprar la ropa que
necesita.
Es un pecado abrir comedores de beneficencia para
los que pueden realizar un trabajo físico. Lo verdaderamente
digno de elogio es darles trabajo.
Veo a un ser humano al que considero como mi
hermano y al que amo como a tal.
Luego descubro que no es mi hermano.
Él es lo que es, y yo le abandono.
¿Quién tiene la culpa?
Sólo el que es fuerte puede perdonar.
Como el que es débil no puede castigar,
no ha lugar en absoluto la cuestión del perdón.
Quien piensa en el dolor de la humanidad
no piensa en sí mismo.
¿Cómo va a tener tiempo para ello?
Dice Nanak: «Dios habita en todo corazón humano,
y por eso todo corazón es un templo de Dios».
Si Dios habita en todos los corazones,
¿quién se atreverá a odiar a alguien?
Dice también Nanak: «Dios lo ha dispuesto todo de
tal manera que en este mundo todos formamos una
familia, y cada uno debe vivir para los demás».
Para acabar con la marginación de los intocables no
sólo hemos de tocar a los harijans, sino que además
debemos verlos como amigos y semejantes. En
otras palabras: debemos tratarlos como a nuestros
propios hermanos y hermanas.
Nadie es superior, y nadie es inferior.
El verdadero servicio a los intocables consistiría en
liberarlos del miedo y poner fin a su desesperación.
De la misma manera que un número incontable de
gotas acaban formando un mar, así también, si
somos amables, podemos llegar a ser un mar de
amabilidad.
El mundo se transformaría si cada persona en el
mundo viviera en el espíritu de mutua amistad.
Gracias a que se mantienen unidas y se mueven de
manera conjunta, millones de gotas forman el mar.
Lo mismo debería ocurrir con los seres humanos.
La grandeza de una persona reside en su corazón,
no en su cabeza, es decir, no en su intelecto.
Nadie que sea capaz de aligerar la carga de otro,
aunque sea mínimamente, carece de valor.
Tan sólo un temor deberíamos tener:
el temor a hacer algo indecente o falso.
No urjas a nadie a formular buenos propósitos; pero
si alguien lo formula después de ponderarlo libremente,
no le permitas que se vuelva atrás.
Lo contrario de la envidia es la generosidad. La
generosidad no nos permite envidiar a nadie. Por el
contrario, cuando descubrimos en alguien algo muy
valioso, nos sentimos agradecidos e incluso nos
beneficiamos de ello.
Gracias a nuestros semejantes, podemos ver e incluso
corregir nuestras debilidades.
Y si cultivamos la más alta pureza en nuestra vida
diaria, podemos confiar en que con ello prestamos
un verdadero servicio a los demás.
Quien desea complacer a todos no complace a
nadie.
Es a Dios a quien debemos complacer.
Sólo a él tenemos que alabar.
Así nos veremos libres
de todo enojo y de todo disgusto.
¿Cómo podemos complacer a Dios?
¿Cómo tenemos que alabarlo?
Sirviendo a su criatura:
el ser humano.
La vida no consiste en divertirse y pasarlo en grande,
sino en alabar a Dios, es decir, en prestar un verdadero
servicio a la humanidad.
No vivimos para divertirnos.
Vivimos para invocar al Creador
y servir a la Creación.
Si el objeto de nuestra vida es servir a la humanidad
e invocar a Dios, entonces tenemos que llevar una
vida pura y austera.
El verdadero servicio a la sociedad consiste en proporcionarle
aquello con lo que la sociedad se perfecciona
en todos sus miembros.
Pero sólo si observamos atentamente una determinada
sociedad, podremos decir de qué modo puede
mejorar.
Quien no conoce ni observa ninguna ley
no puede ser un servidor del pueblo.
Sólo quien sirve de verdad, quien da constantemente
sin esperar nada a cambio, es un buen padre de
familia.
Si damos algo, lo que demos debería ser lo mejor de
nosotros mismos.
No hay en la vida del ser humano ningún momento
en el que no pueda servir.
Uno es servidor de aquel para quien trabaja, no
de aquel a quien sólo presta su adhesión de labios
afuera.
Aceptar un servicio indeseable, que no se puede
prestar de buena gana, es una dolorosa carga.
En cierta ocasión, santa Catalina de Siena se encontraba
sin un céntimo. Tan sólo poseía la capa con
que se abrigaba, y se la dio a un mendigo que se la
pidió. Más tarde, alguien le preguntó: «¿Y cómo
vas a viajar ahora sin capa?». Y ella respondió: «La
vestidura del amor me abrigará mucho más que la
capa».
Sólo una vida puesta al servicio de los demás da
fruto.
La verdadera medida del éxito en la vida de una
persona es su capacidad para crecer en ternura y
madurez.
de QUIEN SIGUE EL CAMINO DE LA VERDAD NO TROPIEZA
Mahatma Gandhi
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario