INSEGURIDAD O TEMOR:
GENESIS DE LA DEPENDENCIA
El ser humano sabe de sobra qué es lo que le
genera aflicción, qué es lo que lo hace esclavo, pero aún así
persiste en hacer o creer aquello que lo hace infeliz. El sufrimiento es el
precio a pagar por la dependencia, y debe existir algo en ella que produzca tal
satisfacción o placer, como para que se insista en permanecer allí, aún a costa del dolor.
La dependencia genera seguridad, coraza profunda
de los temores, y es esa protección lo que
busca, por la línea del menor esfuerzo, todo aquel que se hace esclavo de
alguien o de algo, demostrando con ello que por dentro es un ser muy frágil,
que en realidad no confía en sus capacidades.
La especie humana es la que posee el mayor
número de adicciones en el planeta. Toda dependencia revela una adicción. El
hombre se aferra a las personas, a los bienes materiales, a las costumbres, a
alimentos específicos, a las tradiciones, a las creencias, a los hábitos, al
trabajo, a sustancias etcétera, y pierde su estabilidad
sicológica cuando es alejado de ellos. Siente la necesidad de su presencia para
poder vivir placenteramente. Algunas de estas necesidades, como la afectiva por
ejemplo, han sido aceptadas por consenso mundial como algo natural.
El ser humano se siente profundamente
inseguro y eso lo lleva a crear necesidades artificiales. El hombre es una semilla cósmica y tiene en su interior todas las posibilidades de la creación, las cuales
puede desarrollar de acuerdo con lo que realmente necesita. Siendo la
Naturaleza sabia y la Inteligencia Universal infinita, el espécimen humano está
capacitado para desarrollarse plenamente, en forma individual e independiente.
Todo lo que necesita lo contiene en sí mismo. Es el desconocimiento de este
tesoro latente lo que lleva al hombre a creerse incapaz, inferior, desposeído,
carente. Esto lo lleva a una búsqueda externa, durante la cual su mente crea
una serie de necesidades, que si no son satisfechas le generan sufrimiento.
Pero todo esto no es más que un espejismo de su mente, una poderosa ilusión, creada por una convicción equivocada. El temor es
hijo del pensamiento mismo, el cual tan sólo es utilizado, por la mayoría, como
una proyección de la memoria.
Si se tiene inquietud por la soledad, se crea adicción a la compañía; cuando hay miedo a la carencia, surge la dependencia
económica y el deseo de poseer cosas; si existe temor a la enfermedad y a la muerte, aparece la adicción a las medicinas y
terapias; cuando hay miedo a la agresión, se presenta la necesidad de protección; en el momento en el que existe temor por el futuro, surge el impulso de afiliarse a una serie de seguros, de tener
una pensión de jubilación y trabajar en dependencia para conseguirla; si hay
temor de la ignorancia, se crea la necesidad de la educación etcétera. Creada la obligación, se busca la satisfacción externa de ella, y
una vez aliviados de la carga nos aferramos al remedio, lo cual se convierte en
una adicción, que está supeditada a la creencia en la necesidad creada, bien
sea por temores propios o por condicionamiento proveniente de la sugestión
externa. Gran parte del comercio mundial utiliza el recurso de crear
necesidades artificiales, a través de la propaganda intimidatoria, para vender
el artículo que aparentemente nos liberará de la imaginaria
desgracia o incomodidad.
Las necesidades que tenemos, ¿son reales, verdaderas, o son el producto del condicionamiento masivo?
La mente crea constantes temores, la mayoría de los cuales no tienen un
fundamento real. Se ve atrapada en el círculo vicioso de la urgencia creada,
cumplimiento de esa obligación, y dependencia de aquello que la satisface, y
no saldrá de él si no arranca de raíz el tronco de la ilusoria inseguridad, sobre el cual se asientan estos ramales, que engalanan al ego.
Esta tarea, de ahuyentar a los fantasmas del temor, sería más fácil si el hombre
fuera plenamente consciente de sus miedos. Desafortunadamente, la mente, amiga
del placer y enemiga del dolor, ha inventado curiosos mecanismos de protección,
para sepultar en el inconsciente las huellas de lo que tememos. Las adicciones
son también mecanismos a través de los cuales se calma la ansiedad, ya no como
respuesta directa a una necesidad consciente, sino como recurso que oculta el
miedo. La actividad a la que se entrega el adicto obnubila la mente, para
evitarle tener el recuerdo de aquello que le atemoriza.
Con frecuencia creemos que mantenerse ocupado,
distraerse, concentrarse en algo, disipa los temores y tranquiliza. En realidad
esto constituye un remedio temporal y una nueva forma de evasión, pues aunque
lo que hagamos sea aparentemente productivo, no resuelve el problema de la
mente y termina por encadenar al individuo. Ejemplo de esto es la adicción al
trabajo, tan frecuente en los tiempos modernos.
Las dependencias llevan a las personas a
acostumbrarse a aplacar a la mente cada vez que el habitante interior busca
resolver cualquier asunto pendiente. El intenta plantearse soluciones, para lo
cual necesita tiempo, toma de decisiones y acción inmediata. La astuta mente,
deseosa del placer, inventa miles de justificaciones para aplazar
todo este trabajo, y crea grandes necesidades de esparcimiento y distracción,
que van más allá del justo descanso necesario. El individuo prefiere entonces
dedicarse a estas amenas
actividades, y deja
pendientes cada día múltiples y numerosos asuntos, los cuales, se van sumando a
los otros ya diferidos, hasta que forman un gran almacén de
situaciones a resolver, sobre las cuales no hay claridad. Con el tiempo, cada
nuevo aplazamiento empuja a los anteriores hacia el inconsciente. El individuo
termina por perderlos de vista, pero no así a la fuerza del habitante interior
que lo impulsa a poner orden en su vida. Cuando el inconsciente se satura, esta
fuerza sale al exterior, generalmente a través del cuerpo y las emociones, como una
sensación anónima que causa intranquilidad y desasosiego, a la que llamamos
ansiedad. La persona entonces no puede definir claramente por qué se siente así, y suele recurrir a algo que la calme, cayendo otra vez en la
trampa de las adicciones, debido a la tendencia evasiva de la mente.
La mente suele ser evasiva. El hombre teme mirar
al interior de sí mismo, porque allí hay una gran cantidad de trabajo
pendiente que no cree poder atender. Todos esos asuntos requieren de tiempo,
trabajo y decisiones, que a veces no se desean tomar debido a fuertes apegos y
condicionamientos, pereza, orgullo, resentimiento y muchos otros vicios
mentales y emocionales propios de un fuerte egoísmo. La mayoría prefieren
entonces sobornar a la mente con un tentador momento de entretenimiento, para que cierre la puerta del inconsciente y
se olvide de todo aquel desorden interno. Pero como todo aquello que es
contenido gana en poder, se requieren cada día más altas dosis de
placer para aplacar al flujo interno de fuerzas. Esto hace a la mente común
fuertemente evasiva, adicta y dependiente, y para ello se utilizan sustancias
físicas o drogas emocionales y mentales que aplaquen al sistema nervioso,
instrumento de contacto entre la mente y el cuerpo físico.
Es frecuente ver como las personas fuertemente
ansiosas comen en demasía, o se acostumbran a ingerir frecuentemente un
alimento o bebida en particular, o una droga. Otros se hacen adictos al afecto,
trabajo, deportes, música, espectáculos, riesgos y aventuras, lectura,
colecciones, rutinas, compañía, televisión, viajes, ir de compras, juegos de
azar, apuestas, sexualidad, fiestas, grupos de apoyo, espirituales o esotéricos, ceremonias religiosas, y a muchas otras cosas,
con el único objetivo de eludir su mundo interior, lleno de
fantasmas imaginarios, que en realidad no son otra cosa que todo aquello que se
dejó suspendido, o que no se ha resuelto. Todos esos traumas
arraigados en la memoria y que generan sufrimiento cuando son recordados, son
otra de las cosas que la mente teme y que también oculta mediante este recurso.
Los adictos, los evasivos, son personas en cuyo mundo interno existe dolor, miedo, confusión y un intenso sufrimiento.
Lo curioso de todo esto es que la evasión no es
solución, sino problema adicional que genera más ansiedad y perjuicio, ya que
todo vicio es destructivo, por ser cristalizante. La solución está justamente
en aquello de lo que se huye: el mundo interior. Es allí donde se debe poner orden; pero para ello se necesita vencer el miedo a mirar hacia dentro. Es indispensable un alto grado de aceptación de la realidad, pues
la mayoría de las veces aplazamos las cosas esperando que el tiempo las resuelva,
como si no fuera asunto nuestro, o como si lo que ocurrió se tratara de una
broma, o equivocación del destino, que debiera
corregirse por sí misma. En el mundo interno de la mayoría de los seres
humanos, hay un conflicto poderoso entre el Habitante Interior, que quiere dar
solución a toda situación enredada, y el ego, que quiere desconocerla, siendo
éste último una creación propia del primero, debido a un mal uso de las
energías emocionales y mentales. Hay en ese conflicto, contra un fantasma, una gran
acumulación de energía, por la inercia que se genera al impedir el libre flujo,
la cual buscará una salida de emergencia o explosiva, a través del cuerpo, las
emociones o la mente, todo lo cual llevará a un desequilibrio o a una
destrucción.
Todo eso que llamamos intimidad, no es otra cosa
que una serie de sensaciones, sentimientos y pensamientos secretos que no nos
atrevemos a afrontar, o de los cuales nos avergonzamos. Es allí, en este
apartado de la mente, donde también están muchos de los recuerdos que nos
generan dolor, pero también es allí hacia donde debemos mirar si queremos
desenvolver la maraña del inconsciente.
El mundo interior del hombre es un vasto espacio
de conexión con el infinito, desde donde fluye toda la riqueza de energías y la
sabiduría cósmica. La puerta de entrada es el inconsciente, el cual debe estar
despejado de cosas inutiles, de cualquier
maraña, de todo trauma,
temor, basura y de toda obstrucción. Cada conflicto interno, cada recuerdo del
cual penda una emoción o una energía de dolor, es una traba más para acceder a
la puerta del infinito. Es necesario solucionar, decidir, perdonar, aliviar y
en fin, tomar cualquier acción conducente a drenar este cuarto de la mente,
para dejar el paso libre a la luz del Habitante Silencioso.
En nuestro interior no hay nada de que temer.
Solo hay un gigantesco desorden, una gran cantidad de carpetas y hojas por
acomodar en archivos organizados, lo cual implica que debemos trabajar. El
único enemigo es el ego, nuestra propia creación, una trampa de la mente que
nos hace guerrear contra sí mismos.
El trabajo consiste en procesar todo recuerdo, digerir cada imagen de experiencia
vivida, asimilar toda experiencia, destilarla y sacar la sabiduría que
contiene, hasta que sólo quede una imagen de archivo que no genera perturbación
emocional ni mental. En la medida que cada recuerdo conocido es evacuado, se va vaciando el baúl de la mente
consciente. Entonces el contenido del inconsciente
comienza a fluir hacia ella y lo oculto es develado. Los recuerdos más
profundamente enquistados saltan a la vista y permiten evacuar la energía congestionada de la mente irreflexiva, involuntaria y automática. inconsciente. Una vez que todo se percibe aparece el portal del supraconsciente, maravillosa entrada que conduce al llamado corazón espiritual, el
gigantesco océano de erudicción, ese infinito donde se halla la sabiduría
acumulada en antiguas edades, y el cual constituye un puente al infinito.
El drenaje de las fuerzas del inconsciente
genera un poderoso flujo de energía, proveniente del infinito, que vence por
completo toda inseguridad. La sabiduría cósmica nos da seguridad. Es el único
remedio a la ignorancia, fuente de todos los temores.
de: LA AVENTURA INTERIOR
“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”
Jose Vicente Ortiz Zarate
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