domingo, 3 de noviembre de 2013

INSEGURIDAD O TEMOR: GENESIS DE LA DEPENDENCIA



INSEGURIDAD O TEMOR:
GENESIS DE LA  DEPENDENCIA 
  

El ser humano sabe de sobra qué es lo que le genera aflicción, qué es lo que lo hace esclavo, pero aún así persiste en hacer o creer aquello que lo hace infeliz. El sufrimiento es el precio a pagar por la dependencia, y debe existir algo en ella que produzca tal satisfacción o placer, como para que se insista en permanecer allí, aún a costa del dolor.
La dependencia genera seguridad, coraza profunda de los temores, y es esa protección lo que busca, por la línea del menor esfuerzo, todo aquel que se hace esclavo de alguien o de algo, demostrando con ello que por dentro es un ser muy frágil, que en realidad no confía en sus capacidades.
La especie humana es la que posee el mayor número de adicciones en el planeta. Toda dependencia revela una adicción. El hombre se aferra a las personas, a los bienes materiales, a las costumbres, a alimentos específicos, a las tradiciones, a las creencias, a los hábitos, al trabajo, a sustancias etcétera, y pierde su estabilidad sicológica cuando es alejado de ellos. Siente la necesidad de su presencia para poder vivir placenteramente. Algunas de estas necesidades, como la afectiva por ejemplo, han sido aceptadas por consenso mundial como algo natural.
El ser humano se siente profundamente inseguro y eso lo lleva a crear necesidades artificiales. El  hombre es una semilla cósmica y tiene en su interior todas las posibilidades de la creación, las cuales puede desarrollar de acuerdo con lo que realmente necesita. Siendo la Naturaleza sabia y la Inteligencia Universal infinita, el espécimen humano está capacitado para desarrollarse plenamente, en forma individual e independiente. Todo lo que necesita lo contiene en sí mismo. Es el desconocimiento de este tesoro latente lo que lleva al hombre a creerse incapaz, inferior, desposeído, carente. Esto lo lleva a una búsqueda externa, durante la cual su mente crea una serie de necesidades, que si no son satisfechas le generan sufrimiento. Pero todo esto no es más que un espejismo de su mente, una poderosa ilusión, creada por una convicción equivocada. El temor es hijo del pensamiento mismo, el cual tan sólo es utilizado, por la mayoría, como una proyección de la memoria.

Si se tiene inquietud por la soledad, se crea adicción a la compañía; cuando hay miedo a la carencia, surge la dependencia económica y el deseo de poseer cosas; si existe temor a la enfermedad y a la muerte, aparece la adicción a las medicinas y terapias; cuando hay miedo a la agresión, se presenta la necesidad de protección; en el momento en el que existe temor por el futuro, surge el impulso de afiliarse a una serie de seguros, de tener una pensión de jubilación y trabajar en dependencia para conseguirla; si hay temor de la ignorancia, se crea la necesidad de la educación etcétera. Creada la obligación, se busca la satisfacción externa de ella, y una vez aliviados de la carga nos aferramos al remedio, lo cual se convierte en una adicción, que está supeditada a la creencia en la necesidad creada, bien sea por temores propios o por condicionamiento proveniente de la sugestión externa. Gran parte del comercio mundial utiliza el recurso de crear necesidades artificiales, a través de la propaganda intimidatoria, para vender el artículo que aparentemente nos liberará de la imaginaria desgracia o incomodidad.
Las necesidades que tenemos, ¿son reales, verdaderas, o son el producto del condicionamiento masivo? La mente crea constantes temores, la mayoría de los cuales no tienen un fundamento real. Se ve atrapada en el círculo vicioso de la urgencia creada, cumplimiento de esa obligación, y dependencia de aquello que la satisface, y no saldrá de él si no arranca de raíz el tronco de la ilusoria inseguridad, sobre el cual se asientan estos ramales, que engalanan al ego.
Esta tarea, de ahuyentar a los fantasmas del temor, sería más fácil si el hombre fuera plenamente consciente de sus miedos. Desafortunadamente, la mente, amiga del placer y enemiga del dolor, ha inventado curiosos mecanismos de protección, para sepultar en el inconsciente las huellas de lo que tememos. Las adicciones son también mecanismos a través de los cuales se calma la ansiedad, ya no como respuesta directa a una necesidad consciente, sino como recurso que oculta el miedo. La actividad a la que se entrega el adicto obnubila la mente, para evitarle tener el recuerdo de aquello que le atemoriza.
Con frecuencia creemos que mantenerse ocupado, distraerse, concentrarse en algo, disipa los temores y tranquiliza. En realidad esto constituye un remedio temporal y una nueva forma de evasión, pues aunque lo que hagamos sea aparentemente productivo, no resuelve el problema de la mente y termina por encadenar al individuo. Ejemplo de esto es la adicción al trabajo, tan frecuente en los tiempos modernos.
Las dependencias llevan a las personas a acostumbrarse a aplacar a la mente cada vez que el habitante interior busca resolver cualquier asunto pendiente. El intenta plantearse soluciones, para lo cual necesita tiempo, toma de decisiones y acción inmediata. La astuta mente, deseosa del placer, inventa miles de justificaciones para aplazar todo este trabajo, y crea grandes necesidades de esparcimiento y distracción, que van más allá del justo descanso necesario. El individuo prefiere entonces dedicarse a estas amenas actividades, y deja pendientes cada día múltiples y numerosos asuntos, los cuales, se van sumando a los otros ya diferidos, hasta que forman un gran almacén de situaciones a resolver, sobre las cuales no hay claridad. Con el tiempo, cada nuevo aplazamiento empuja a los anteriores hacia el inconsciente. El individuo termina por perderlos de vista, pero no así a la fuerza del habitante interior que lo impulsa a poner orden en su vida. Cuando el inconsciente se satura, esta fuerza sale al exterior, generalmente a través del cuerpo y las emociones, como una sensación anónima que causa intranquilidad y desasosiego, a la que llamamos ansiedad. La persona entonces no puede definir claramente por qué se siente así, y suele recurrir a algo que la calme, cayendo otra vez en la trampa de las adicciones, debido a la tendencia evasiva de la mente.
La mente suele ser evasiva. El hombre teme mirar al interior de sí mismo, porque allí hay una gran cantidad de trabajo pendiente que no cree poder atender. Todos esos asuntos requieren de tiempo, trabajo y decisiones, que a veces no se desean tomar debido a fuertes apegos y condicionamientos, pereza, orgullo, resentimiento y muchos otros vicios mentales y emocionales propios de un fuerte egoísmo. La mayoría prefieren entonces sobornar a la mente con un tentador momento de entretenimiento, para que cierre la puerta del inconsciente y se olvide de todo aquel desorden interno. Pero como todo aquello que es contenido gana en poder, se requieren cada día más altas dosis de placer para aplacar al flujo interno de fuerzas. Esto hace a la mente común fuertemente evasiva, adicta y dependiente, y para ello se utilizan sustancias físicas o drogas emocionales y mentales que aplaquen al sistema nervioso, instrumento de contacto entre la mente y el cuerpo físico.
Es frecuente ver como las personas fuertemente ansiosas comen en demasía, o se acostumbran a ingerir frecuentemente un alimento o bebida en particular, o una droga. Otros se hacen adictos al afecto, trabajo, deportes, música, espectáculos, riesgos y aventuras, lectura, colecciones, rutinas, compañía, televisión, viajes, ir de compras, juegos de azar, apuestas, sexualidad, fiestas, grupos de apoyo, espirituales o esotéricos, ceremonias religiosas, y a muchas otras cosas, con el único objetivo de eludir su mundo interior, lleno de fantasmas imaginarios, que en realidad no son otra cosa que todo aquello que se dejó suspendido, o que no se ha resuelto. Todos esos traumas arraigados en la memoria y que generan sufrimiento cuando son recordados, son otra de las cosas que la mente teme y que también oculta mediante este recurso. Los adictos, los evasivos,  son personas en cuyo mundo interno existe dolor, miedo, confusión y un intenso sufrimiento.
Lo curioso de todo esto es que la evasión no es solución, sino problema adicional que genera más ansiedad y perjuicio, ya que todo vicio es destructivo, por ser cristalizante. La solución está justamente en aquello de lo que se huye: el mundo interior. Es allí donde se debe poner orden; pero para ello se necesita vencer el miedo a mirar hacia dentro. Es indispensable un alto grado de aceptación de la realidad, pues la mayoría de las veces aplazamos las cosas esperando que el tiempo las resuelva, como si no fuera asunto nuestro, o como si lo que ocurrió se tratara de una broma, o equivocación del destino, que debiera corregirse por sí misma. En el mundo interno de la mayoría de los seres humanos, hay un conflicto poderoso entre el Habitante Interior, que quiere dar solución a toda situación enredada, y el ego, que quiere desconocerla, siendo éste último una creación propia del primero, debido a un mal uso de las energías emocionales y mentales. Hay en ese conflicto, contra un fantasma, una gran acumulación de energía, por la inercia que se genera al impedir el libre flujo, la cual buscará una salida de emergencia o explosiva, a través del cuerpo, las emociones o la mente, todo lo cual llevará a un desequilibrio o a una destrucción.
Todo eso que llamamos intimidad, no es otra cosa que una serie de sensaciones, sentimientos y pensamientos secretos que no nos atrevemos a afrontar, o de los cuales nos avergonzamos. Es allí, en este apartado de la mente, donde también están muchos de los recuerdos que nos generan dolor, pero también es allí hacia donde debemos mirar si queremos desenvolver la maraña del inconsciente.
El mundo interior del hombre es un vasto espacio de conexión con el infinito, desde donde fluye toda la riqueza de energías y la sabiduría cósmica. La puerta de entrada es el inconsciente, el cual debe estar despejado de cosas inutiles, de cualquier maraña, de todo trauma, temor, basura y de toda obstrucción. Cada conflicto interno, cada recuerdo del cual penda una emoción o una energía de dolor, es una traba más para acceder a la puerta del infinito. Es necesario solucionar, decidir, perdonar, aliviar y en fin, tomar cualquier acción conducente a drenar este cuarto de la mente, para dejar el paso libre a la luz del Habitante Silencioso.
En nuestro interior no hay nada de que temer. Solo hay un gigantesco desorden, una gran cantidad de carpetas y hojas por acomodar en archivos organizados, lo cual implica que debemos trabajar. El único enemigo es el ego, nuestra propia creación, una trampa de la mente que nos hace guerrear contra sí mismos.
El trabajo consiste en procesar todo recuerdo, digerir cada imagen de experiencia vivida, asimilar toda experiencia, destilarla y sacar la sabiduría que contiene, hasta que sólo quede una imagen de archivo que no genera perturbación emocional ni mental. En la medida que cada recuerdo conocido es evacuado, se va vaciando el baúl de la mente consciente. Entonces el contenido del inconsciente comienza a fluir hacia ella y lo oculto es develado. Los recuerdos más profundamente enquistados saltan a la vista y permiten evacuar la energía congestionada de la mente irreflexiva, involuntaria y automática. inconsciente. Una vez que todo se percibe aparece el portal del supraconsciente, maravillosa entrada que conduce al llamado corazón espiritual, el gigantesco océano de erudicción, ese infinito donde se halla la sabiduría acumulada en antiguas edades, y el cual constituye un puente al infinito.

El drenaje de las fuerzas del inconsciente genera un poderoso flujo de energía, proveniente del infinito, que vence por completo toda inseguridad. La sabiduría cósmica nos da seguridad. Es el único remedio a la ignorancia, fuente de todos los temores.

de:  LA AVENTURA INTERIOR  

“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”

Jose Vicente Ortiz Zarate

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