CAUSA Y EFECTO:
UNA INFALIBLE REALIDAD
Esta universal ley, que opera en todos los
niveles de vibración de nuestro sistema solar, y de todo el universo, nos
enseña que la casualidad no existe, y que sólo hablamos de azar cuando nuestra
ignorancia es el velo que oculta la verdadera ley.
La ley de Causa y Efecto es tan aplicable al
método científico, como al conocimiento filosófico, y corresponde a una
realidad innegable para el sabio o para el místico. Tal principio es el resultado del orden universal, mantenido
por la Voluntad Divina, que actúa a través de la mente macrocósmica, para
regular la obra creadora. Negar esta ley sería desconocer la existencia de Dios
mismo. El Kybalión expresa este principio diciendo: "Toda causa tiene
su efecto; todo efecto tiene su causa; todo ocurre de acuerdo con la ley. Azar
no es más que el nombre que se da a una ley desconocida; hay muchos planos de
causación, pero ninguno escapa a la ley".
Estudiando más a fondo este axioma hermético,
podemos comprender que todas las actividades del universo están bajo el dominio
de la Voluntad Divina, y que es bien cierto el sabio principio que dice: "Ni
una sola hoja de un árbol cae al suelo sin el concurso de la Divinidad".
De hecho, la mente macrocósmica posee un poder mayor que el de cualquier mente
contenida dentro de ella, y su fuerza determina el rumbo de todos los procesos
de la creación, que se desarrollan a través de un maravilloso movimiento
ordenado, y siempre creciente, denominado evolución. La ley de Causa y Efecto
es un principio de autorregulación y control de la Mente Universal, a la cual
están sujetas todas las criaturas existentes, sin excepción alguna. Esta máxima es tan aplicable al macrocosmos como al microcosmos,
y siendo el hombre, hecho a imagen y semejanza de la Divinidad, un generador
permanente de causas, es también un recolector de efectos.
La naturaleza del efecto es similar a la de la
causa, ya que lo semejante atrae o produce lo semejante, lo cual no debe ser
confundido con la acción complementaria del principio de polaridad, mediante el
cual los polos opuestos se atraen. La intensidad del efecto depende de la causa
que lo generó, y es así que, mediante el estudio de los efectos, podemos llegar
a conclusiones válidas sobre las causas.
Nuestra vida diaria es una muestra permanente de
la operación del principio de causalidad. Todo lo que sucede a nuestro
alrededor es una recolección permanente de lo que con anterioridad hemos
sembrado, sin que nada escape a la ley y sin poder alguno para modificar el
pasado. Esto nos muestra que la cosecha de efectos es obligatoria, y que
necesariamente estamos cristalizando en nuestras vidas lo que nosotros mismos
hemos generado. Siendo esto así, es lógico suponer que un individuo se cuidará muy bien de las fuerzas que maneja, a
sabiendas de que son el semillero de su futuro. El hombre goza de libre
albedrío, facultad que le permite generar constantemente nuevas causas, de tal
suerte que su siembra es voluntaria. Esta facultad se conoce también como
epigénesis, y no debe ser confundida con un mal entendido derecho de hacer lo
que nos plazca, sin asumir ninguna responsabilidad, pues si el efecto es de la
misma naturaleza que la causa, la cosecha ha de ser obligatoria.
Muchas veces, cuando en nuestras vidas diarias
somos sometidos a experiencias dolorosas o desagradables, casi
inconscientemente nuestra mente busca en el pasado el motivo probable. Cuando en nuestros archivos
conscientes no lo encontramos, solemos entrar en estados de
rebeldía, generados por nuestra soberbia, desconociendo que hayamos sido los
autores de los hechos presentes. Esto ocurre a menudo porque se desconoce que
los efectos no siempre son inmediatos a las causas, y que las fuerzas generadas
que conducen a la cristalización de nuestro presente pueden ser más antiguas
que nuestra vida actual. El proceso de reencarnación se convierte en la
explicación más satisfactoria. La experiencia de muchos genuinos
investigadores, ha comprobado que la mayoría de las simientes de nuestro
destino presente han sido sembradas en vidas anteriores.
Muchas veces, cuando la intensidad o duración de
la experiencia dolorosa es grande, nos negamos a creer que podamos ser
sometidos a tan grave escarmiento por un acto del pasado. Con frecuencia ocurre
que nuestro estado de consciencia presente, no parece coincidir con el
necesario para haber desplegado una fuerza negativa de tal magnitud. Es aquí
donde debemos comprender que el proceso evolutivo de un ser humano le lleva hacia
arriba y hacia adelante siempre y que, de acuerdo con este principio, nuestra
encarnación actual resulta ser la mejor que hemos tenido. Esto, sin embargo, no
garantiza que nuestro actual estado de consciencia haya sido mantenido como tal
durante siglos. Ni siquiera asegura que el estado de consciencia presente sea un fruto genuino de la comprensión. A menudo
sucede que habiendo cometido actos horrendos con los cuales hemos afectado a
otros o a sí mismos en gran medida, hemos pasado por un
intenso proceso doloroso en nuestra experiencia post-mortem, lo cual crea un
rechazo inconsciente hacia acciones de la misma naturaleza en nuestra vida presente. Si el proceso ha sido
correcto, la consciencia se ha expandido. Si no lo ha sido, lo cual también es
posible, ya que la muerte no constituye garantía de
realización de procesos correctos, tan sólo tenemos un poderoso miedo
inconsciente que nos dota de una falsa virtud. En ninguno de los dos casos, la
intensidad del proceso post-mortem invalida la recolección de los efectos de
nuestras acciones en la vida presente, o en vidas posteriores, así como el
arrepentimiento por haber incumplido los pagos de una deuda económica, no
invalida el cumplimiento de aquella, con sus correspondientes intereses.
El individuo debe comprender que no
necesariamente transita su camino conscientemente desde hace muchas
encarnaciones, y que quizás apenas es un novato que en anteriores vidas ha
trabajado por la senda del mal, o ha vivido existencias corrientes, donde ha sembrado múltiples causas negativas, de variados
niveles de intensidad, que lo hacen acreedor de muchos efectos dolorosos. La
ley es infalible. Si la experiencia es intensamente dolorosa, la causa que la
generó lo fue igualmente, o se sostuvo por mucho tiempo. Pretender que la
Divinidad pueda infligir injustamente un amargo dolor, tan sólo hace parte de un rasgo de gran soberbia. Suponer que Dios se equivocó en nuestro caso, es desear colocarnos en una altura superior a la suya.
Muchas personas, que han logrado ser bondadosas en esta vida, se creen con el
derecho de exigir que todo marche a la perfección, y que las leyes divinas
trabajen a su favor, desconociendo por completo su responsabilidad por los
actos del pasado, y dando por sentado que tuvieron un correcto proceso de arrepentimiento,
comprensión y elaboración interior, cuando la realidad les está mostrando que
no es así, al someterlas a experiencias dolorosas.
El ser humano está poco acostumbrado a entender, en razón de que poco usa su mente. La mayoría
de nuestros procesos mentales se limitan a repetir las formas de pensamiento
elaboradas por otros pensadores, habiendo poca originalidad. El proceso de
comprender implica un gran adiestramiento de la mente y un cierto nivel de
evolución, que capacite al individuo para percibir sabiduría, por un contacto
correcto con sus fuerzas espirituales superiores. El simple entendimiento de un
hecho a la luz de la razón, no significa que una persona comprenda, y no se
puede exigir la cesación de un efecto doloroso con sólo entender lo que pasa.
Para ello es necesario, además de comprender, elevar la consciencia a un grado
tal que justifique la liberación de la causa, y esto no se logra con un acto
meramente mental, sino que obedece a un proceso de desarrollo espiritual
genuino. Si aparentemente somos bondadosos, lo cual no significa perfectos, durante mucho tiempo, y aún seguimos viviendo experiencias
dolorosas, tal vez tenemos una equivocada apreciación
de la verdad, y sólo poseemos una falsa virtud, tras de la cual se ocultan gérmenes reprimidos de nuestras
fuerzas oscuras. Si esto es así, vale la pena plantearse si en realidad estamos
en el camino correcto, pues no es verdad que a todo aquel que entra en el sendero de perfección se le somete a pruebas dolorosas.
Mal haría la Divina Providencia en ir contra la Ley de Causa y Efecto.
Cuando una persona entra en contacto con teorías o prácticas, que cree
le ayudarán a elevarse espiritualmente por encima de otros, y comienza a presentar experiencias dolorosas,
tan sólo está pagando el justo precio por lo que desea, ya que se debe entrar a la
sabiduría interna por la
puerta correcta. El perder los bienes materiales o la salud, por ejemplo, no
son las pruebas del verdadero
camino, como orgullosamente dicen
algunos, sino una señal clara y evidente de que se nos está deteniendo en un proceso que no merecemos, siendo necesaria una experiencia de alto
nivel de intensidad, para comprender por esta vía algo que no hemos logrado, o
que queremos negar. Es una realidad el hecho de que no se entra gratuitamente
en el verdadero sendero, y es mejor pagar oportunamente el
precio mediante un trabajo consciente, persistente y real, que tener que
recibir un cobro extraordinario y con interés.
Aún conociendo estas enseñanzas, algunas
personas creen que ciertas experiencias personales están fuera de la Ley de
Causa y Efecto, creyéndose seres especiales, sometidos a alguna prueba de
paciencia y resistencia. Este es un gran equívoco, que detiene al individuo en su desarrollo espiritual, y que a veces
genera sentimientos de frustración, debido a que la pretendida prueba parece no
tener fin.
Un ejemplo de ello, es el de las personas que están sometidas a agresiones dinámicas o trabajos de magia negra. La
mayoría asumen el papel de víctimas injustas de la maldad humana, o de las
fuerzas oscuras, que intentan opacar la intensa luz que creen tener. La
realidad, comprobada muchas veces por la experiencia, mediante investigación
clarividente genuina o por la astrología, es que existen causas no regeneradas
en el pasado, por mal manejo de fuerzas mentales, sexuales, emocionales o
verbales. En muchos casos, la aparente víctima ha transitado anteriormente por el camino de la magia negra, o de la
mediumnidad, y su experiencia tan sólo es el justo cobro de una deuda o el
reencuentro con antiguos enemigos o víctimas de sus fuerzas mal usadas. El mago
negro y el médium, admiten dentro de su atmósfera personal, y aún dentro de su
propio cuerpo, la entrada de entidades ajenas al Espíritu
dueño. Esta admisión permisiva crea un punto de contacto con el aura del
individuo, a través de zonas densas de energía creadas por la propia maldad o por las vibraciones
de las entidades con las cuales trabaja, o una conexión floja entre los fluidos energéticos superiores y el cuerpo físico.
En el futuro, aunque
ya la persona no se dedique a las mismas actividades, pueden persistir algunas
de estas anomalías, lo cual hace posible la presencia de entidades agresoras,
de espíritus controladores y de fenómenos como la obsesión, la sugestión
negativa y la posesión. En muchas ocasiones, este anormal contacto con fuerzas
emocionales bajas, hace que el río emocional del individuo fluya en
contracorriente a como normalmente se mueve la energía, en individuos normales, afectando a su vez los centros
vitales, y dando lugar a la clarividencia negativa. Esta facultad involuntaria
se convierte en una poderosa trampa para el sujeto, pues viene a reforzar su
creencia de que es alguien dotado de una sensibilidad especial, ayudado desde
los mundos sutiles. Obviamente, esta situación suele ser aprovechada por
espíritus apegados a fuerzas emocionales densas, quienes muy a menudo se hacen
pasar por pretendidos gurús, maestros o iniciadores, haciendo que la persona
retorne a sus antiguas prácticas de psiquismo negativo o de mediumnidad, pero con la penosa diferencia de que
ahora se cree del lado de las fuerzas blancas.
Existen casos, comprobados por el autor, en los
cuales algunas víctimas de asesinato, atrapadas en energías emocionales muy
densas, a veces durante centenares de años, intentan vengarse de sus asesinos,
generando agresiones desde lugares más sutiles que el mundo de los sentidos. El
agresor puede hallarse en una nueva condición y no acordarse
conscientemente del crimen cometido.
En cualquiera de los casos, la aparición de la
agresión es una señal evidente de que la causa no se regeneró, y de que existe
una puerta de entrada en el aura, que hace posible que las negativas
vibraciones le afecten. Con mucha frecuencia, el creerse especial, o el desconocer que se es reo de la Ley
de Causa y Efecto, se convierten en un velo poderoso que opaca las facetas
oscuras de nuestra personalidad, y no nos deja ver las
múltiples puertas vibracionales que tenemos abiertas a las entidades negativas
emocionales, o a las fuerzas oscuras. Una persona que,
habiendo entrado en el sendero consciente de la vida, y siendo víctima de una agresión de este estilo, reflexione acerca de lo anterior, encontrará, sin duda alguna,
variados caminos, enseñanzas y formas de comprensión, que le llevarán a darse
cuenta de cuál fue su paso incorrecto. Lo más peligroso de este tipo de
ilusión, en la persona que se cree víctima inocente de las fuerzas oscuras, es
que crea una forma de pensamiento de agresión persistente, pues la misma
soberbia que le lleva a creerse presa de la injusticia, le hace pensar que
cualquier inconveniente que se le presente es igualmente injusto, y se debe
seguramente a alguna fuerza exterior, que le persigue en forma inclemente. En
muchas ocasiones la forma de pensamiento, dotada de fuerza emocional, se
convierte en una terrible entidad que roba toda la vitalidad y la alegría de la
vida, como si fuera un espíritu controlador. Casi siempre es mucho más difícil
ayudar a las personas que se encuentran en esta condición que a las que
solamente son víctimas de un ataque de magia negra.
El caminante del sendero de la vida debe
cuidarse muy bien de no caer en la ilusión de la especialidad, creyendo que es
inmune a la Ley de Causa y Efecto por el solo hecho de haber estudiado algunos
libros, dominar ciertas teorías filosóficas, o haber dado algunos pocos pasos
en el sendero consciente. Hará bien en reflexionar paciente y
persistentemente, acerca de sus experiencias presentes, con el
objeto de llegar a obtener la máxima comprensión posible, pues es ésta la que
le permitirá el genuino discernimiento que lo
llevará a no cometer los mismos errores del pasado. La comprensión real nos
lleva a la verdad, y sólo ésta trae libertad, logrando así la real redención de
las causas negativas.
Si bien es cierto que
Cristo enseñó la doctrina del perdón de los pecados, mediante el
arrepentimiento, el cual nos libera de los efectos negativos de nuestros
errores, también lo es el hecho de que sólo se llega a un arrepentimiento real
mediante la comprensión, y a ésta mediante un verdadero trabajo espiritual que
aporte crecimiento a la consciencia. El individuo debe vigilar, para no caer en las sutiles trampas de la mente, que lo llevan a creer que el entendimiento racional es comprensión,
y que una simple promesa es un verdadero arrepentimiento. El conocimiento
profundo de las leyes del Universo nos ayuda a destruir las ilusiones de la
mente, y los hechizos emocionales, construidos por formas mentales y
emocionales sostenidas durante siglos, los cuales constituyen dos de los más
poderosos cepos que atrapan al caminante del sendero de la espiritualidad.
La conexión causa-efecto, puede hacernos
parecer que existe una ley que castiga al hombre por sus errores, pero en
realidad esta convicción es una herencia de la manipulación hecha a través de
siglos, por algunos grupos espirituales y religiosos, basada en el temor a un
Dios omnipotente, mal humorado y resentido.
Es nuestra mente la que clasifica como mala
una experiencia dada, principalmente si es dolorosa. Una situación que genera
dolor no es el resultado de un castigo divino, sino la consecuencia simple de
una elección personal, que conduce a un camino tortuoso.
de: LA AVENTURA INTERIOR
“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”
Jose Vicente Ortiz Zarate
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario