jueves, 14 de noviembre de 2013

CAUSA Y EFECTO: UNA INFALIBLE REALIDAD



CAUSA Y EFECTO:

UNA INFALIBLE REALIDAD 


Esta universal ley, que opera en todos los niveles de vibración de nuestro sistema solar, y de todo el universo, nos enseña que la casualidad no existe, y que sólo hablamos de azar cuando nuestra ignorancia es el velo que oculta la verdadera ley.
La ley de Causa y Efecto es tan aplicable al método científico, como al conocimiento filosófico, y corresponde a una realidad innegable para el sabio o para el místico. Tal principio es el resultado del orden universal, mantenido por la Voluntad Divina, que actúa a través de la mente macrocósmica, para regular la obra creadora. Negar esta ley sería desconocer la existencia de Dios mismo. El Kybalión expresa este principio diciendo: "Toda causa tiene su efecto; todo efecto tiene su causa; todo ocurre de acuerdo con la ley. Azar no es más que el nombre que se da a una ley desconocida; hay muchos planos de causación, pero ninguno escapa a la ley".
Estudiando más a fondo este axioma hermético, podemos comprender que todas las actividades del universo están bajo el dominio de la Voluntad Divina, y que es bien cierto el sabio principio que dice: "Ni una sola hoja de un árbol cae al suelo sin el concurso de la Divinidad". De hecho, la mente macrocósmica posee un poder mayor que el de cualquier mente contenida dentro de ella, y su fuerza determina el rumbo de todos los procesos de la creación, que se desarrollan a través de un maravilloso movimiento ordenado, y siempre creciente, denominado evolución. La ley de Causa y Efecto es un principio de autorregulación y control de la Mente Universal, a la cual están sujetas todas las criaturas existentes, sin excepción alguna. Esta máxima es tan aplicable al macrocosmos como al microcosmos, y siendo el hombre, hecho a imagen y semejanza de la Divinidad, un generador permanente de causas, es también un recolector de efectos.
La naturaleza del efecto es similar a la de la causa, ya que lo semejante atrae o produce lo semejante, lo cual no debe ser confundido con la acción complementaria del principio de polaridad, mediante el cual los polos opuestos se atraen. La intensidad del efecto depende de la causa que lo generó, y es así que, mediante el estudio de los efectos, podemos llegar a conclusiones válidas sobre las causas.
Nuestra vida diaria es una muestra permanente de la operación del principio de causalidad. Todo lo que sucede a nuestro alrededor es una recolección permanente de lo que con anterioridad hemos sembrado, sin que nada escape a la ley y sin poder alguno para modificar el pasado. Esto nos muestra que la cosecha de efectos es obligatoria, y que necesariamente estamos cristalizando en nuestras vidas lo que nosotros mismos hemos generado. Siendo esto así, es lógico suponer que un individuo se cuidará muy bien de las fuerzas que maneja, a sabiendas de que son el semillero de su futuro. El hombre goza de libre albedrío, facultad que le permite generar constantemente nuevas causas, de tal suerte que su siembra es voluntaria. Esta facultad se conoce también como epigénesis, y no debe ser confundida con un mal entendido derecho de hacer lo que nos plazca, sin asumir ninguna responsabilidad, pues si el efecto es de la misma naturaleza que la causa, la cosecha ha de ser obligatoria.
Muchas veces, cuando en nuestras vidas diarias somos sometidos a experiencias dolorosas o desagradables, casi inconscientemente nuestra mente busca en el pasado el motivo probable. Cuando en nuestros archivos conscientes no lo encontramos, solemos entrar en estados de rebeldía, generados por nuestra soberbia, desconociendo que hayamos sido los autores de los hechos presentes. Esto ocurre a menudo porque se desconoce que los efectos no siempre son inmediatos a las causas, y que las fuerzas generadas que conducen a la cristalización de nuestro presente pueden ser más antiguas que nuestra vida actual. El proceso de reencarnación se convierte en la explicación más satisfactoria. La experiencia de muchos genuinos investigadores, ha comprobado que la mayoría de las simientes de nuestro destino presente han sido sembradas en vidas anteriores.
Muchas veces, cuando la intensidad o duración de la experiencia dolorosa es grande, nos negamos a creer que podamos ser sometidos a tan grave escarmiento por un acto del pasado. Con frecuencia ocurre que nuestro estado de consciencia presente, no parece coincidir con el necesario para haber desplegado una fuerza negativa de tal magnitud. Es aquí donde debemos comprender que el proceso evolutivo de un ser humano le lleva hacia arriba y hacia adelante siempre y que, de acuerdo con este principio, nuestra encarnación actual resulta ser la mejor que hemos tenido. Esto, sin embargo, no garantiza que nuestro actual estado de consciencia haya sido mantenido como tal durante siglos. Ni siquiera asegura que el estado de consciencia presente sea un fruto genuino de la comprensión. A menudo sucede que habiendo cometido actos horrendos con los cuales hemos afectado a otros o a sí mismos en gran medida, hemos pasado por un intenso proceso doloroso en nuestra experiencia post-mortem, lo cual crea un rechazo inconsciente hacia acciones de la misma naturaleza en nuestra vida presente. Si el proceso ha sido correcto, la consciencia se ha expandido. Si no lo ha sido, lo cual también es posible, ya que la muerte no constituye garantía de realización de procesos correctos, tan sólo tenemos un poderoso miedo inconsciente que nos dota de una falsa virtud. En ninguno de los dos casos, la intensidad del proceso post-mortem invalida la recolección de los efectos de nuestras acciones en la vida presente, o en vidas posteriores, así como el arrepentimiento por haber incumplido los pagos de una deuda económica, no invalida el cumplimiento de aquella, con sus correspondientes intereses.
El individuo debe comprender que no necesariamente transita su camino conscientemente desde hace muchas encarnaciones, y que quizás apenas es un novato que en anteriores vidas ha trabajado por la senda del mal, o ha vivido existencias corrientes, donde ha sembrado múltiples causas negativas, de variados niveles de intensidad, que lo hacen acreedor de muchos efectos dolorosos. La ley es infalible. Si la experiencia es intensamente dolorosa, la causa que la generó lo fue igualmente, o se sostuvo por mucho tiempo. Pretender que la Divinidad pueda infligir injustamente un amargo dolor, tan sólo hace parte de un rasgo de gran soberbia. Suponer que Dios se equivocó en nuestro caso, es desear colocarnos en una altura superior a la suya. Muchas personas, que han logrado ser bondadosas en esta vida, se creen con el derecho de exigir que todo marche a la perfección, y que las leyes divinas trabajen a su favor, desconociendo por completo su responsabilidad por los actos del pasado, y dando por sentado que tuvieron un correcto proceso de arrepentimiento, comprensión y elaboración interior, cuando la realidad les está mostrando que no es así, al someterlas a experiencias dolorosas.
El ser humano está poco acostumbrado a entender, en razón de que poco usa su mente. La mayoría de nuestros procesos mentales se limitan a repetir las formas de pensamiento elaboradas por otros pensadores, habiendo poca originalidad. El proceso de comprender implica un gran adiestramiento de la mente y un cierto nivel de evolución, que capacite al individuo para percibir sabiduría, por un contacto correcto con sus fuerzas espirituales superiores. El simple entendimiento de un hecho a la luz de la razón, no significa que una persona comprenda, y no se puede exigir la cesación de un efecto doloroso con sólo entender lo que pasa. Para ello es necesario, además de comprender, elevar la consciencia a un grado tal que justifique la liberación de la causa, y esto no se logra con un acto meramente mental, sino que obedece a un proceso de desarrollo espiritual genuino. Si aparentemente somos bondadosos, lo cual no significa perfectos, durante mucho tiempo, y aún seguimos viviendo experiencias dolorosas, tal vez tenemos una equivocada apreciación de la verdad, y sólo poseemos una falsa virtud, tras de la cual se ocultan gérmenes reprimidos de nuestras fuerzas oscuras. Si esto es así, vale la pena plantearse si en realidad estamos en el camino correcto, pues no es verdad que a todo aquel que entra en el sendero de perfección se le somete a pruebas dolorosas. Mal haría la Divina Providencia en ir contra la Ley de Causa y Efecto.
Cuando una persona entra en contacto con teorías o prácticas, que cree le ayudarán a elevarse espiritualmente por encima de otros, y comienza a presentar experiencias dolorosas, tan sólo está pagando el justo precio por lo que desea, ya que se debe entrar a la sabiduría interna por la puerta correcta. El perder los bienes materiales o la salud, por ejemplo, no son las pruebas del verdadero camino, como orgullosamente dicen algunos, sino una señal clara y evidente de que se nos está deteniendo en un proceso que no merecemos, siendo necesaria una experiencia de alto nivel de intensidad, para comprender por esta vía algo que no hemos logrado, o que queremos negar. Es una realidad el hecho de que no se entra gratuitamente en el verdadero sendero, y es mejor pagar oportunamente el precio mediante un trabajo consciente, persistente y real, que tener que recibir un cobro extraordinario y con interés.
Aún conociendo estas enseñanzas, algunas personas creen que ciertas experiencias personales están fuera de la Ley de Causa y Efecto, creyéndose seres especiales, sometidos a alguna prueba de paciencia y resistencia. Este es un gran equívoco, que detiene al individuo en su desarrollo espiritual, y que a veces genera sentimientos de frustración, debido a que la pretendida prueba parece no tener fin.
Un ejemplo de ello, es el de las personas que están sometidas a agresiones dinámicas o trabajos de magia negra. La mayoría asumen el papel de víctimas injustas de la maldad humana, o de las fuerzas oscuras, que intentan opacar la intensa luz que creen tener. La realidad, comprobada muchas veces por la experiencia, mediante investigación clarividente genuina o por la astrología, es que existen causas no regeneradas en el pasado, por mal manejo de fuerzas mentales, sexuales, emocionales o verbales. En muchos casos, la aparente víctima ha transitado anteriormente por el camino de la magia negra, o de la mediumnidad, y su experiencia tan sólo es el justo cobro de una deuda o el reencuentro con antiguos enemigos o víctimas de sus fuerzas mal usadas. El mago negro y el médium, admiten dentro de su atmósfera personal, y aún dentro de su propio cuerpo, la entrada de entidades ajenas al Espíritu dueño. Esta admisión permisiva crea un punto de contacto con el aura del individuo, a través de zonas densas de energía creadas por la propia maldad o por las vibraciones de las entidades con las cuales trabaja, o una conexión floja entre los fluidos energéticos superiores y el cuerpo físico.
En el futuro, aunque ya la persona no se dedique a las mismas actividades, pueden persistir algunas de estas anomalías, lo cual hace posible la presencia de entidades agresoras, de espíritus controladores y de fenómenos como la obsesión, la sugestión negativa y la posesión. En muchas ocasiones, este anormal contacto con fuerzas emocionales bajas, hace que el río emocional del individuo fluya en contracorriente a como normalmente se mueve la energía, en individuos normales, afectando a su vez los centros vitales, y dando lugar a la clarividencia negativa. Esta facultad involuntaria se convierte en una poderosa trampa para el sujeto, pues viene a reforzar su creencia de que es alguien dotado de una sensibilidad especial, ayudado desde los mundos sutiles. Obviamente, esta situación suele ser aprovechada por espíritus apegados a fuerzas emocionales densas, quienes muy a menudo se hacen pasar por pretendidos gurús, maestros o iniciadores, haciendo que la persona retorne a sus antiguas prácticas de psiquismo negativo o de mediumnidad, pero con la penosa diferencia de que ahora se cree del lado de las fuerzas blancas.  
Existen casos, comprobados por el autor, en los cuales algunas víctimas de asesinato, atrapadas en energías emocionales muy densas, a veces durante centenares de años, intentan vengarse de sus asesinos, generando agresiones desde lugares más sutiles que el mundo de los sentidos. El agresor puede hallarse en una nueva condición y no acordarse conscientemente del crimen cometido.    
En cualquiera de los casos, la aparición de la agresión es una señal evidente de que la causa no se regeneró, y de que existe una puerta de entrada en el aura, que hace posible que las negativas vibraciones le afecten. Con mucha frecuencia, el creerse especial, o el desconocer que se es reo de la Ley de Causa y Efecto, se convierten en un velo poderoso que opaca las facetas oscuras de nuestra personalidad, y no nos deja ver las múltiples puertas vibracionales que tenemos abiertas a las entidades negativas emocionales, o a las fuerzas oscuras. Una persona que, habiendo entrado en el sendero consciente de la vida, y siendo víctima de una agresión de este estilo, reflexione acerca de lo anterior, encontrará, sin duda alguna, variados caminos, enseñanzas y formas de comprensión, que le llevarán a darse cuenta de cuál fue su paso incorrecto. Lo más peligroso de este tipo de ilusión, en la persona que se cree víctima inocente de las fuerzas oscuras, es que crea una forma de pensamiento de agresión persistente, pues la misma soberbia que le lleva a creerse presa de la injusticia, le hace pensar que cualquier inconveniente que se le presente es igualmente injusto, y se debe seguramente a alguna fuerza exterior, que le persigue en forma inclemente. En muchas ocasiones la forma de pensamiento, dotada de fuerza emocional, se convierte en una terrible entidad que roba toda la vitalidad y la alegría de la vida, como si fuera un espíritu controlador. Casi siempre es mucho más difícil ayudar a las personas que se encuentran en esta condición que a las que solamente son víctimas de un ataque de magia negra.                                   

El caminante del sendero de la vida debe cuidarse muy bien de no caer en la ilusión de la especialidad, creyendo que es inmune a la Ley de Causa y Efecto por el solo hecho de haber estudiado algunos libros, dominar ciertas teorías filosóficas, o haber dado algunos pocos pasos en el sendero consciente. Hará bien en reflexionar paciente y persistentemente, acerca de sus experiencias presentes, con el objeto de llegar a obtener la máxima comprensión posible, pues es ésta la que le permitirá el genuino discernimiento que lo llevará a no cometer los mismos errores del pasado. La comprensión real nos lleva a la verdad, y sólo ésta trae libertad, logrando así la real redención de las causas negativas.
Si bien es cierto que Cristo enseñó la doctrina del perdón de los pecados, mediante el arrepentimiento, el cual nos libera de los efectos negativos de nuestros errores, también lo es el hecho de que sólo se llega a un arrepentimiento real mediante la comprensión, y a ésta mediante un verdadero trabajo espiritual que aporte crecimiento a la consciencia. El individuo debe vigilar, para no caer en las sutiles trampas de la mente, que lo llevan a creer que el entendimiento racional es comprensión, y que una simple promesa es un verdadero arrepentimiento. El conocimiento profundo de las leyes del Universo nos ayuda a destruir las ilusiones de la mente, y los hechizos emocionales, construidos por formas mentales y emocionales sostenidas durante siglos, los cuales constituyen dos de los más poderosos cepos que atrapan al caminante del sendero de la espiritualidad.       
La conexión causa-efecto, puede hacernos parecer que existe una ley que castiga al hombre por sus errores, pero en realidad esta convicción es una herencia de la manipulación hecha a través de siglos, por algunos grupos espirituales y religiosos, basada en el temor a un Dios omnipotente, mal humorado y resentido.

Es nuestra mente la que clasifica como mala una experiencia dada, principalmente si es dolorosa. Una situación que genera dolor no es el resultado de un castigo divino, sino la consecuencia simple de una elección personal, que conduce a un camino tortuoso. 

de:  LA AVENTURA INTERIOR  

“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”

Jose Vicente Ortiz Zarate

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