EL PENSAMIENTO:
CREACION O DESTRUCCION
Una maravillosa facultad, a veces mal utilizada,
diferencia al hombre de los demás reinos de la naturaleza en este planeta: el
pensamiento, ese flujo constante de palabras que parece salir de algún punto
indefinible en el centro de la cabeza, capaz de evocar imágenes y sensaciones
referentes al pasado, o de construir nuevas, relacionadas con el inmediato
presente o el futuro, y que parece no poder callarse más que en estados de
inconsciencia o de sueño. En la civilización actual el hombre ha sido entrenado en el raciocinio, el cual puede definirse como la
capacidad de emitir un juicio nuevo a partir de premisas o afirmaciones,
conocidas con anterioridad, lo cual ha conducido al conocimiento, a la lógica y
de allí a la ciencia.
La humanidad suele asistir a escuelas donde
adquiere información, y adicionalmente acumula más datos a partir de otras
fuentes externas como los libros, las doctrinas, las redes informáticas y otros
medios de comunicación, y también la limitada experiencia personal, una visión
particular de la vida. A este gigantesco archivo se suman las construcciones
realizadas por la imaginación, las cuales por lo general son situaciones
idealizadas en las que las emociones, anhelos y sentimientos, propios y de
otros, influyen notoriamente. A partir de estas referencias, la mayoría de los
seres humanos emiten juicios constantes sobre lo que acontece, creando un flujo
incesante de pensamientos, palabras e imágenes, las cuales constantemente tratan de dar soluciones a los
múltiples interrogantes que se presentan en la vida diaria. A través de este proceso, se toman la mayoría de
las decisiones y se obtienen conclusiones particulares, que dan a cada
individuo su propia versión de la existencia.
En ese persistente fluir del pensamiento, se
emiten afirmaciones y negaciones acerca de nuestra vida, de nuestro destino, de
nuestras capacidades y posibilidades. En los distintos idiomas existen las
llamadas frases de cajón, curiosas expresiones que se ponen de moda, y que son
las que se escuchan con mayor frecuencia. El pensamiento tiende a ser
repetitivo porque recurre a la memoria, y a veces puede convertirse en
obsesivo, insistente, torturante, cuando la mente trata de resolver una
situación complicada que preocupa al individuo, afectando notoriamente sus
emociones y su cuerpo. Cada nuevo pensamiento emitido constituye una nueva
información, que se archiva selectivamente en la memoria, reafirmando una ya
existente, complementándola quizás, o contradiciéndola. En el primer caso, la
reafirmación da fuerza acumulativa a cualquier cosa en la que se cree, o de la que se tenga conocimiento o
experiencia. En el segundo caso, los pensamientos que se contradicen generan un
conflicto entre la información anterior y la nueva, la cual, si es fuerte o suficientemente repetida, llega a
anular a la anterior, reemplazándola y enviándola a un archivo secundario, en
el que colocamos todo lo que consideramos de muy poca importancia para nosotros,
o al archivo de lo que no es verdad. La actitud interior frente a cada nueva
información, ya sea de aceptación o de rechazo, de mucha o de poca importancia,
dictaminan hacia qué lado se inclina la balanza, y la intensidad de esa
actitud, trátese de un sentimiento, deseo, pasión o emoción, dan mayor o menor
fuerza a cada información. Por ejemplo, las informaciones que se reciben
durante una experiencia traumática, ya sea física o emocional, aquello que
afecta fuertemente al individuo generándole un shock o impacto de alta
intensidad, sea este positivo o negativo, tienden a fijarse poderosamente,
borrando casi por completo toda otra información al respecto, y dejando una
impronta o marca, una poderosa huella.
Todo el gran conjunto de informaciones recibidas
durante toda nuestra vida, cada una de las cuales con su particular intensidad,
asociadas a su imagen respectiva, o a sensaciones táctiles, auditivas,
gustativas u olfativas, forman nuestra mente subconsciente. Cada información
está ligada en forma automática a las emociones que influyeron en su fijación,
y a la actitud que se tuvo durante su obtención. De hecho, ésta casi siempre obedece a una programación anterior, a menos
que el individuo la obtenga de manera contemplativa, sin hacer caso de su memoria.
Al recordar, debido a esta asociación entre la información intelectual y el
mundo emocional, las sensaciones experimentadas durante
la vivencia afloran a la consciencia, como si se repitiera de nuevo el suceso. Si no se reprimen u ocultan, se pueden
apreciar las emociones y sentimientos que se han vivido en un remoto pasado,
con sólo oprimir el interruptor de un determinado recuerdo.
El subconsciente en su totalidad contiene un
gran caudal informativo, que ha sido clasificado por su propio dueño de acuerdo
con la actitud frente a cada información, con el calificativo que se le da, el
cual casi siempre está condicionado con respecto a informaciones anteriores, es
decir a nuestra manera particular de ver las cosas. A veces, las informaciones recibidas traen un calificativo particular,
dado por la fuente o por quien transmite la información, y que es aceptado como
tal por quien la recibe. La clasificación es personal y muy relativa, derivada
por lo general de códigos de conducta religiosos, raciales, culturales y
familiares. Nuestra memoria, asiento del inconsciente, tiene particulares
archivos, casi siempre construidos con base en una visión dualista del proceso
de la vida, percepción que de hecho es ya un condicionamiento. Algunos
de los archivos principales de la biblioteca mental humana convencional son:
1. El de lo que creemos que es bueno y el archivo
de lo que creemos que es malo. Basado en la creencia de que los acontecimientos
y las cosas de la vida se dividen en buenos y malos. Un acontecimiento, o una
conducta, pueden estar clasificados en el archivo de lo bueno en una persona, y en el de lo malo en otra. Por ejemplo, en algunos pueblos
tibetanos, cuando un hombre se casa comparte sexualmente a su compañera con sus
hermanos. Para ellos es natural y constituye un deber. Clasificación: bueno. Al
contrario, en el mundo occidental para la mayoría de los pueblos cuando un
hombre y una mujer se casan adquieren exclusividad sexual mutua. El compartir
sexualmente a la pareja con sus hermanos está clasificado en el archivo de lo
malo, en la carpeta de la infidelidad. En algunos pueblos esquimales, cuando
llega un visitante hombre, el anfitrión, además de darle hospitalidad, como muestra de aprecio, le ofrece pasar la noche con su esposa. Clasificación: bueno para el
esquimal, relativa para el visitante, según su cultura particular. En el caso
de un cristiano occidental convencional, ofrecer a su esposa de postre sexual a
un visitante, estaría probablemente en el archivo de lo malo.
No necesariamente una persona
actúa en una determinada dirección de acuerdo con sus archivos, pero sí se
genera una reacción de la mente. Un ser humano puede hacer algo que para él
está clasificado como malo. Puede verse impulsado a ello por la fuerza de otro
archivo. Sin embargo, cuando se genera esta contradicción entre lo clasificado
y lo que se hace, sin una fuerte justificación de respaldo, surge el inevitable
sentimiento de culpa. Nótese que la culpa no nace de la intervención inmediata
de la consciencia del Habitante Interior, sino de una clasificación particular hecha con base en un código
de conducta particular. Nuestro esquimal del ejemplo muy seguramente no experimentará culpa al ceder a su
esposa al visitante. Por el contrario, se sentirá con la satisfacción del deber
cumplido. Suponiendo que su visitante solitario fuese un occidental cristiano,
casado, y que haya accedido a su muestra de aprecio, se percibirá culpable de haber sido infiel con su esposa, o
tal vez se sienta traicionando a su anfitrión. El suceso en particular en
realidad no es ni bueno ni malo. Esta consideración depende por completo del
archivo en el que esté clasificado. Si este archivo no existiera, el hecho
sería considerado como una nueva experiencia, sin calificativo previo alguno que le permita a la mente hacer una
comparación.
La mayoría de los seres
humanos juzgan a los demás como buenos o malos, según la clasificación de sus
actos en sus propios registros de memoria, sin conocer la manera como están
clasificados los registros de aquel a quien califican, y además parecen estar
convencidos de que su forma de ver la vida es la mejor que existe, y tal vez la
única.
2. El archivo de lo bello y el de lo feo. Estos dos
registros se van formando en forma particular para cada individuo,
de acuerdo con diferentes conceptos de belleza, en relación con todas las cosas. Las experiencias
desagradables, (de acuerdo con otro archivo), frente a algo
que se consideraba bello, pueden hacer que el sujeto traslade lo que le afectó,
al archivo opuesto, en este caso al de lo feo. Al igual que en los dos archivos
anteriores, lo que para uno es bello, para otro puede ser grotesco. Por
ejemplo, en algunas tribus africanas las mujeres suelen hacer cortes en la piel
del pecho y en los senos, dando lugar a la formación de un haz de cicatrices.
Los hombres de la tribu consideran a una mujer tanto más hermosa cuanto más
numerosas sean sus cicatrices. Para la mayoría de los demás hombres, una mujer
con el pecho lleno de cicatrices no sería atractiva, y estaría clasificada en
el archivo de lo feo. En otras tribus africanas, y en algunas culturas
indígenas americanas, los hombres suelen transformar sus orejas, su nariz, sus
labios, y en general sus rostros, mediante ciertas prácticas
habituales, o por el uso de grandes pendientes, agujas, platos etc. Un hombre
con el rostro transformado estará, según ellos, en el archivo de lo bello. Si
no lo está, caerá en el registro contrario, y será menos apetecido por las mujeres, o acaso hasta despreciado. Para otros hombres, la
clasificación sería diferente. Para no ir tan lejos, algunas chicas modernas
prefieren a sus parejas con tatuajes, pendientes y diseños particulares del
cabello y del traje. Ese esquema está en el archivo de lo
bello de ellas. Frente a cada cosa que percibimos solemos hacer un juicio
calificativo: es bello o es hermoso. Las cosas en realidad simplemente son. Es
el hombre quien les da el calificativo.
Se juzga a los demás como
de buen o de mal gusto, según si prefieren lo que está clasificado como
hermoso, o como grotesco, en nuestros archivos individuales. Desconocemos casi
por completo si existen esos archivos o no en otros, e ignoramos si su clasificación de las cosas es diferente de
la nuestra.
3. El archivo de lo agradable y el de lo
desagradable. Formado con base en experiencias personales subjetivas o por
herencia de aprendizaje. Por ejemplo, una persona fue agredida por un sujeto de
ojos azules; esta experiencia puede hacer que los ojos azules, o las personas
que los tienen, o incluso el color azul, sean archivados en el registro
de lo desagradable. Otro ejemplo: una persona sufre un accidente mientras
viajaba en un vehículo de color rojo de una marca determinada. Luego del
accidente puede registrar ese color particular, o la marca, en su lista de lo
desagradable. Por lo general, estos archivos se van formando de acuerdo con las
sensaciones de bienestar o malestar, que se experimentan en la medida que
obtenemos percepciones sensoriales. Al igual que sucede con otros archivos,
nuevas experiencias de mayor fuerza, énfasis o repetición, pueden hacer que
variemos de archivo un aspecto o cosa determinada. Por lo general, prima en la
clasificación la sensación más fuerte que se ha experimentado.
4. El archivo de lo importante y el registro de lo
no importante. Su estructuración depende por entero de la visión individual.
Será considerado importante aquello que llame la atención del
individuo, eso que lo satisfaga, lo que le genere sufrimiento o
dolor, aquello que considere trascendental
para su vida, lo que sea compatible con sus ideales, eso que cree que le pertenece etcétera, todo lo cual, como se comprenderá, está
supeditado al contenido de otros archivos. Igualmente, algo que sea de gran
importancia para alguien puede estar en la lista de lo no importante de muchos
otros. Una vez clasificadas la mayoría de las cosas y seres en estos archivos,
éstos condicionan la atención y hacen que el individuo tome decisiones en
concordancia con su apreciación particular, dando prioridad a lo que él
considera importante, y despreciando todo aquello que está en el archivo
opuesto. Al momento de juzgar, el ser humano casi siempre desconoce o no tiene
en cuenta la existencia y diferencia de estos registros en la mente de los
demás.
5. El archivo de lo justo y el de lo injusto. Se
construyen con base en el concepto y percepción particular de la justicia, lo
cual con frecuencia va de la mano de las creencias y leyes a las que decide
ceñirse el sujeto en particular, y que varían de acuerdo con la nacionalidad,
la raza, la familia etc,. Adicionalmente, de acuerdo con el archivo de
preferencias, que deriva del de lo importante, cada individuo tiene su visión
particular, la cual no necesariamente concuerda al cien por ciento con las de
su nación o religión. En una misma familia,
muchas veces, los hijos consideran algo como justo en tanto que para los
padres es injusto o al contrario, dependiendo de la información y códigos
individuales. A veces, una persona puede considerarse justa en un país e
injusta en otro. Por ejemplo, en una nación donde la prostitución es ilegal, sería justo sancionar a quien la practique,
pero esto mismo sería injusto en un país donde la ley no prohíba esta conducta,
si quien juzga se atiene a la ley.
6. El archivo de lo correcto y el de lo incorrecto. Interfieren
fuertemente en las decisiones para tomar un curso de acción. Dependen de otros
registros como el de lo bueno y el de lo malo, el de lo justo y lo injusto.
Debido a la relatividad de éstos, se convierten también en relativos.
7. El archivo de lo conveniente y el de lo
inconveniente. Construido con base en lo que el sujeto y los que le rodean
consideran que puede favorecerle o perjudicarle. Está sujeto a otros archivos.
8. El archivo de lo espiritual y el de lo
materialista. Algunos individuos tienen esta clasificación, en especial los que
siguen senderos místicos, religiosos y esotéricos. Depende por lo general de
sus archivos de lo bueno y de lo malo. Cuando se hace esta categorización, el
universo se divide en dos mundos, el espiritual, relacionado con lo divino, lo
bueno, lo sutil, lo religioso etc., y el material, relacionado con lo llamado
mundano, lo malo, lo demoníaco, lo pecaminoso, lo denso etcétera. En realidad aquí se pierde el concepto de
unidad universal. Existe una contradicción, puesto que si se tiene la idea de un Dios todopoderoso y
omnipresente, no se puede conciliar con la idea de que lo llamado material esté
fuera de él. Si así fuera, perdería su condición de omnipresencia y tendríamos
que colocar al mundo material, asociado por lo general a esta existencia
terrestre, fuera de Dios. Esto significaría que nosotros mismos, o por lo menos nuestros cuerpos, y el universo infinito
descubierto por los sentidos, estarían fuera de Dios, lo cual no haría otra
cosa que confirmar que en el fondo el individuo con esta clase de archivos
tiene una visión dualista: el universo o creación de un lado, y un Dios
exterior de otro. De hecho, este Dios no podría ser omnipresente.
9. El archivo de las excepciones. Los registros
clasificados suelen constituir un código bastante estricto, seguido fielmente
por su dueño, pero a veces hay un consentimiento para violarlo, bajo ciertas
condiciones, catalogadas en este archivo especial. Por ejemplo, el hecho de
matar puede estar clasificado como malo e incorrecto, pero puede ser lícito si
en el archivo de excepciones existe una anotación de que matar es bien aceptado
si se hace en defensa de la vida. Las personas más rígidas intelectual y
emocionalmente suelen carecer de este archivo, o contener en él muy contadas
situaciones, en tanto que las personas que contienen abundantes listados en
este registro suelen ser más flexibles. Una anotación en este lugar del
inconsciente puede hacer que frente a situaciones específicas, inscritas allí,
una situación o cosa pueda cambiar
temporalmente de archivo.
Bajo algunas condiciones de
presión emocional o mental, modernamente llamadas de estrés, o en situaciones de alteración del sistema
nervioso que modifiquen una lectura correcta, tales como los efectos de ciertas
sustancias químicas o drogas, o también en situaciones de shock, la persona
puede actuar en forma contraria a sus registros. También ocurre esto en
situaciones donde las emociones están exaltadas temporalmente, como en un
acceso de cólera, en un momento de profunda desilusión o frustración, o en los
estados depresivos. Cuando esto sucede, se presenta una sensación desagradable,
de contradicción, conflicto o culpa, por la violación del propio código de
comportamiento, que suele ser enmascarada por algunos mediante una
extraordinaria lista de formas de disculpa, que se encuentra en un archivo
de justificaciones, o buscando un
culpable externo, sobre el cual se descarga el peso de la responsabilidad. No
obstante, el conjunto de archivos mentales no puede autoengañarse, y revelará
tarde o temprano cualquier inconsistencia entre sus
registros y la acción del individuo, haciendo reaparecer la incómoda sensación,
la cual persistirá hasta que el individuo haga una conciliación consigo mismo,
reconociendo el error.
De igual forma, esa deplorable impresión puede desaparecer si el individuo modifica sus archivos, para lo cual se requiere un fuerte trabajo, ya
que cada ítem clasificado está allí como resultado de un aprendizaje o
condicionamiento, en el cual han intervenido grandes cantidades de fuerza
mental y emocional.
Además de los grandes archivos enumerados,
existen miles de otros registros, no necesariamente duales, bajo los cuales se
almacenan todos los datos de imágenes, formas, colores, texturas, sensaciones,
olores, sabores, sonidos, que un ser humano percibe durante todo el tiempo de
su vida. Aparte, hay un archivo que podríamos llamar información no
clasificada, en el cual colocamos todo eso sobre lo que no hemos emitido una calificación, o aquello que dudamos en clasificar entre dos o más archivos.
Las personas confusas, indecisas e inseguras tienen abundantes datos en este
registro. Bajo normales condiciones, las personas tienden a reaccionar de
acuerdo con la información de sus archivos, dando prelación a aquellos detalles
que están más fuertemente
impresos. Si los datos de sus archivos no le permiten llegar a una conclusión
en su proceso de raciocinio, o a una determinación que conduzca a la acción
segura, la tendencia más habitual será la de recurrir a los archivos de otra
persona, para tratar de copiar alguna clasificación ya realizada por ésta.
Cada afirmación que corrobore un registro ordenado lo ratificará, y cualquier negación que esté en contra de una clasificación la debilitará, hasta que la fuerza
de la nueva aseveración sea equivalente a la del registro. Entonces la
anulará y el asunto al que se refiere será rectificado y archivado como nueva información. Si una persona quisiera
cambiar todo el orden de sus archivos, podría hacerlo, siempre y cuando tuviera la suficiente fuerza, paciencia y
persistencia. También otras personas nos pueden llevar, sugestiva o
forzosamente, a modificar la clasificación de la información. A esto se le
conoce como lavado de cerebro, y es frecuentemente utilizado, en forma
inconsciente o deliberada, por muchos seres humanos. Los predicadores,
sacerdotes, maestros, líderes, políticos, movimientos, y escuelas diversas, son
expertos en ello, cambiando nuestra escala de prioridades, modificando nuestras
creencias, apetencias, favoritismos, gustos etcétera. La propaganda repetitiva de los medios de
comunicación logra, a fuerza de insistencia y motivación,
consciente o subliminal, igual efecto de convicción.
Nosotros mismos, cuando somos insistentes y repetitivos con nuestros hijos,
estamos clasificando o reclasificando sus archivos, e introduciendo información
conductista en sus mentes. A esto último, por supuesto, le llamamos formación. En realidad es un
condicionamiento, un entrenamiento, una domesticación.
La mente subconsciente es un gigante de fuerza
con poderosas conexiones. La mente humana, lejos de estar encerrada en el
cerebro, tiene contacto directo con los mecanismos energéticos de precipitación
de los acontecimientos, los cuales ocurren como resultado de una sumatoria de
causas. El subconsciente de cada ser humano es en sí mismo una de las más poderosas causas de precipitación de sucesos.
Cada pensamiento o enunciado verbal, el cual a su vez es resultado de las ondas
mentales, se convierte en una información a ser clasificada en un archivo
determinado, en un refuerzo a una clasificación ya existente o en una orden a
ser ejecutada por el obediente inconsciente, la cual entra en el archivo de
ejecutables. Cada mandato
lleva en sí mismo la intensidad de la fuerza mental y emocional propia del
momento en que es emitido. Si éste ya estaba con anterioridad en el archivo de
ejecutables, es reforzado por una orden similar y si existía uno contrario, entonces el nuevo enunciado se convierte en una contraorden que pasa a
competir en fuerza con la establecida en el archivo de ejecutables. Si es de
menor potencia, tenderá a ser rechazado por aquella aunque logrará debilitarla, neutralizándola parcialmente,
aunque sin anularla. La orden previa continuará allí pero será de menor fuerza.
Si se repite una y otra vez la contraorden, terminará por anularla, tomando su
lugar. Las órdenes pueden tener programaciones complejas en tiempo y espacio,
según su especificidad, que tomarán su camino de ejecución vía el inconsciente
colectivo. Se ejecutarán para convertirse en realidades, si no existen
contraórdenes allí que las neutralicen. El inconsciente colectivo es un
extraordinario conjunto de archivos que constituyen la sumatoria de todos los
registros realizados por toda la humanidad, modulados por la ley de causa y
efecto, y que se ejecutan de acuerdo con la Inteligencia Universal. La mente
humana tiene un gran poder para construir o destruir. Todo depende de la
intención, la persistencia y la fuerza. Cada ser humano es el arquitecto de su destino, pero tiene también el poder de modificar lo establecido, si así lo desea
y se toma el trabajo de cambiar su archivo de ejecutables, haciendo uso de su
poder interno. Hay que tener en cuenta que el registro de ejecutables del inconsciente colectivo es muy
poderoso y tiene órdenes de gran fuerza, ya que es el resultado de una
sumatoria proveniente de muchas mentes. Es por esto que a veces no se obtienen los resultados esperados, cuando falta en el propósito la intensidad o la
persistencia.
Las órdenes son recibidas por nuestro
inconsciente tal cual lo hace una computadora. En ésta, toda información es
independiente del estado emocional o mental de quien la introduce. El
inconsciente no hace diferencia entre las bromas y las afirmaciones serias, a
menos de que sea realmente advertido. No toma en cuenta si estabas deprimido,
colérico o eufórico. El simplemente recibe la orden, positiva o negativa, y
busca su ejecución, si se lo permite el inconsciente colectivo, gobernado por
la Inteligencia Universal. La palabra y la imaginación, por lo tanto, deben
vigilarse, porque pueden ser fuente de creación o de destrucción, para sí
mismos o para otros, pues no debemos olvidar que el inconsciente es continuo y tiene acceso al de los demás. Hemos de ser cuidadosos con la
información que generamos. Ella afectará nuestro futuro destino, ya que de esta
manera estamos tomando decisiones, inconscientes o conscientes, frente a los
distintos senderos que se nos ofrecen, en nuestro árbol de probabilidades.
El hacer consciencia del mecanismo del
inconsciente te revela el innato poder de controlar la barca de tu vida. Nunca
menosprecies el poder de lo que se dice o piensa. Sé impecable con ello. No te
autodestruyas. Por el contrario, usa este conocimiento para edificar sabiamente
tu vida.
“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”
Jose Vicente Ortiz Zarate
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