INTIMIDAD:
EL BAUL DE LO VERGONZOSO
El hombre moderno gusta de ocultar muchas cosas
de la vista de los demás. Generalmente se esconde aquello que avergüenza, o que
podría ser fuertemente censurado por otros, debido al condicionamiento, dado por el seguimiento de códigos de creencias. La fuerte
censura o crítica es, en estos tiempos, sinónimo de descalificación,
segregación, aislamiento, y estos a su vez lo son de la soledad, a la cual se
teme como a un espectro. La disculpa perfecta para ocultar cosas, emociones,
pensamientos etcétera, fue llamada intimidad, una figura inventada
bajo la justificación de que todo ser humano tiene derecho a la privacidad.
En ese viejo baúl de la intimidad interior, el
hombre suele guardar lo que considera sus peores pensamientos, deseos,
sensaciones, instintos y emociones. Generalmente se cree que tal tipo de
secretos son terribles, y que casi nadie los posee, cuando en realidad existen
en casi todos los seres humanos, incluso en los que tienen por manía el
reprimirse. Y en la intimidad exterior, otro baúl al cual solo tienen acceso
los más allegados, se ocultan otras tantas cosas que no se quieren mostrar a
los extraños, pero que
son ya imposibles de ocultar a los más cercanos porque, pese a todo el esfuerzo por hacerlo, han levantado la tapa
del baúl. Pero, además de esto, el homo sapiens se ha convertido en un curioso
mamífero, que se avergüenza de muchas cosas que para otros son completamente
naturales, tales como andar desnudo, orinar, defecar, aparearse, acariciarse, acicalarse, sonarse,
olerse etcétera. Todas estas actividades
son efectuadas por todos, sin excepción, pero suelen ocultarse. Más aún, para
la mayoría de ellas existen lugares especiales, a
puerta cerrada. En las conversaciones cotidianas no suelen incluirse temas al
respecto, y si algo se comenta tal vez se hace con alguien cercano, de
confianza, y muy seguramente en voz baja, en privado, y
con cierto temor o vergüenza.
La mente humana es muy singular. Nos hemos
acostumbrado tanto a realizar estos actos, a los que llamamos íntimos, a
escondidas, que nos parece normal el hacerlo así y nos escandalizamos si se
hacen públicos. Rara vez vemos en la televisión convencional, sin censura,
alguna escena en la que alguien los practique, como si en realidad fuera
monstruoso el hacerlo, o como si nadie lo hiciera. Se evitan de adrede. La
exhibición pública, e incluso familiar o entre amigos, del cuerpo desnudo, es calificada de inmoral. ¿De dónde sacaría el hombre esta
idea? Estoy seguro de que si un día de estos una vaca o un tigre se
avergonzaran de defecar, y se construyeran un baño particular para hacerlo en
privado, esto sería un acontecimiento sensacional para el hombre, aunque fuera
una locura para los demás animales de su especie. Nunca se ha visto a ningún
otro mamífero, animal, ni planta, avergonzarse por excretar o por aparearse o
reproducirse, ni a los demás censurarlos o segregarlos por hacerlo en forma espontánea y natural, a la vista de toda la creación. Pero un día a
alguien se le ocurrió que mostrar el cuerpo era inmoral y pecaminoso, y los
demás, carentes de originalidad y siguiendo el automatismo de la mente
imitadora, lo emularon y admitieron este error, en consenso, como una norma a
seguir. Se hizo tan común que todo el mundo creyó que era lo normal. Y con
esto, el ser humano se complicó la vida en gran medida. Imagínese por un
instante lo enredada que sería la existencia en este planeta, si de repente a
todas las especies se les ocurriera semejante descalabro. No sería agradable
ver un bosque lleno de innumerables baños, con sendos letreros, según el sexo
de la especie: pájaros-pájaras, zorros-zorras, lagartijas-lagartijos,
pavos-pavas, caballos-yeguas ... Y sería curioso ver que habría un escándalo en
el baño de las lobas, porque un lobo morboso se coló haciéndose el despistado. !Afortunadamente, los animales no poseen una mente imitadora como la de los hombres!
La admisión de la intimidad dio lugar a la
hipocresía. El hombre aprendió a actuar, a comportarse, y a mostrar y hablar
sólo lo conveniente, para no quebrantar códigos, normas y acuerdos
comunes, aunque fueran ridículos, o con el fin de evitar
la censura, teniendo que guardar a veces su real opinión de las cosas, en el
baúl de lo secreto. Todo esto ha modificado en gran medida la forma natural de
la vida humana y la convivencia planetaria. La existencia de la intimidad dio
un gran impulso a la costumbre de reprimir pensamientos, palabras, deseos,
instintos y emociones, todo lo cual llevó al hombre a la creación de un
poderoso conflicto interior. Ya no se podía, sin complicarse la relación con
los demás, vivir y actuar como se era realmente. Había que
seguir el juego y fingir ser obedientes, correctos, buenos y estar de acuerdo
con lo que todos creen ahora que es lo normal y decente. Con el tiempo, la
costumbre se enquistó poderosamente en el inconsciente, y el homo sapiens llegó
a creer que es común tener intimidad, y que si a ésta no se le permite
aflorar y ser desvestida, se es bueno. El juego de adaptarse al código atrapó
al jugador, y lo convenció de que la bondad es algo que se cultiva si se siguen las reglas. El hombre aprendió
primero a ser deshonesto, hipócrita, y luego cayó en el autoengaño, creyendo
que una buena educación, es decir, un buen entrenamiento, haría desaparecer todo vestigio de lo
que se cree que es malo.
En este sendero, el de la búsqueda de la
libertad, no se puede ser esclavo de la intimidad. Es necesario hallar ese
misterioso baúl y vaciar su contenido, con el objeto de descubrir qué es lo que
tenemos guardado allí, aceptándonos como realmente somos, y mostrándonos así. De lo contrario, no podremos ser coherentes y estaremos
atrapados en un conflicto sin sentido, en el que tendremos que seguir jugando a
parecer como los demás desean que nos veamos, aparentando
modelos que estamos lejos de ser. La existencia de la intimidad revela nuestros
temores, y la faceta deshonesta de nuestra personalidad,
poniendo en evidencia la infantilidad de nuestra mente.
Durante el proceso de comunicación, es necesario
tener en cuenta que existe esa reserva llamada intimidad, además del hecho de que la mayoría de las
mentes están altamente condicionadas. La palabra de un ser humano moderno rara
vez deja entrever un fruto madurado original, ya que el contenido de las
conversaciones está contaminado por la influencia de los archivos de memoria, y
represado en gran medida, debido a los secretos y a la prudencia que implica el
arca de lo íntimo. Además, en aras de preservar la
buena imagen, concordante con el patrón que se sigue, hay una buena dosis de
mentiras adicionadas, que suelen parecer normales a los seres humanos, y que a
veces se denominan ¡mentiras piadosas! Estas falsedades también se usan con el
ánimo de no causar algún daño psicológico al interlocutor, o para ganarse su
favor. Lo que sale en una charla trivial es, en general, poco profundo, y rara vez auténtico y verdadero. La mayoría de
las sensaciones, pensamientos y percepciones reales que se dan en el maravilloso proceso de la relación humana, son guardados bajo llave
en el cofre de la intimidad. Este proceso de reservar se realiza diariamente,
casi en forma inconsciente, dando como resultado una gran acumulación de
energía, que a veces suele explotar en momentos de emociones exaltadas, tales
como la ira de una acalorada discusión, o en situaciones de descontrol como la
ebriedad, donde la depresión de las funciones de la corteza cerebral levanta la
válvula del inconsciente.
Así como la bola de nieve cuesta abajo se
convierte en alud, una vez creado el espacio mental para la intimidad, dentro
de un mecanismo condicionado, el asunto se vuelve casi imparable, pues casi
nadie se atreve a abrir la maleta interna para dejar ver la ropa interior de la
mente, por temor básicamente a la reacción de los demás, por vergüenza, o por
falta de aceptación de la verdadera realidad tras años de auto hipnosis. La
mayoría prefiere seguir viviendo en el mutuo engaño, en la apariencia de una
límpida honestidad. Casi nadie se atreve a ventilar sus diarios pensamientos y
sensaciones con respecto al maravilloso proceso de la vida, por temor a ser condenado en el implacable tribunal de las
mentes domesticadas, que se aferran a códigos exactos, creyendo ser los poseedores
de la verdad de la existencia. Debido a esto, poco a poco se ha ido perdiendo
el conocimiento real de la naturaleza humana, con sus instintos mamíferos, su
variada gama de emociones, sus miles de sensaciones, y con esa maravillosa
riqueza de impresiones, que se generan al contacto con la polifacética
corriente de energías infinitas, que fluye a través de toda criatura existente.
El cepo de la intimidad frena el flujo de la vida, e impide ver la realidad de
nuestra humanidad cara a cara, mostrándonos en cambio a una raza desdibujada, a
un remedo de homo sapiens, disfrazado de hombre culto y civilizado que, a
hurtadillas, al menor descuido, cuando el cuerpo ya no aguanta más la presión
del inconsciente, hace cualquier trastada poco digna del papel de teatro que
representa, mostrando la poca coherencia que vemos a diario en nuestra
humanidad.
Esta civilización que vemos, la hemos construido
nosotros mismos, bajo este ridículo juego de creernos superiores por seguir
códigos especiales de comportamiento, inventados por nosotros mismos. Es por
eso por lo que nuestra vida es tan complicada, sobre todo en esos conglomerados
de seres hacinados que llamamos ciudades, donde la relación humana diaria es un
juego de infinitas apariencias.
El hombre real es muy diferente del humano de apariencia. Cada ser tan sólo deja ver al
exterior una pequeña parte de su verdadera naturaleza, de tal suerte que hay un
gran desbalance entre lo que se es, y lo que se muestra. Cada ser humano es un universo de sensaciones infinitas que no se exponen, un mundo apartado, más que olvidado, en razón de que nadie lo conoce, un cosmos que no se comparte, que alega incomprensión, y
se queja de soledad profunda. Los seres humanos, en el cerrado cuarto de su
intimidad, se sienten extraños, anormales, infames, pecadores, locos quizás,
sin saber que en el mundo interior de los demás se ve el mismo
paisaje de pensamientos, sensaciones, deseos, instintos y emociones .
Hay tantas cosas en el cofre de lo íntimo, que a
veces olvidamos lo que tenemos de real, lo que hay al fondo del arca, y creemos tener tan sólo lo que se ve en la superficie, o lo
que mostramos a diario en el juego de parecer. El hombre de hoy se perdió de vista a sí mismo. Ha repetido tantas veces
el papel que debe representar, y ha sido tan entrenado para ello, que ha
llegado a creer que es en verdad el personaje.
En este sendero, en busca de la verdad, es
necesario vaciar el enmohecido baúl de la intimidad, para descubrir realmente
quiénes somos, qué hay al fondo de nosotros mismos, debajo del traje social,
pues es necesario, para edificar una sólida estructura, conocer con certeza la
naturaleza del subsuelo, para así poder echar firmes cimientos y no correr el
riesgo de que el edificio se derrumbe, como ocurre tan a menudo con los desprevenidos
caminantes que transitan por tan numerosas escuelas de transformación interior.
de: LA AVENTURA INTERIOR
“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”
Jose Vicente Ortiz Zarate
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