viernes, 22 de noviembre de 2013

INTIMIDAD: EL BAUL DE LO VERGONZOSO


INTIMIDAD:
EL BAUL DE LO VERGONZOSO
  

El hombre moderno gusta de ocultar muchas cosas de la vista de los demás. Generalmente se esconde aquello que avergüenza, o que podría ser fuertemente censurado por otros, debido al condicionamiento, dado por el seguimiento de códigos de creencias. La fuerte censura o crítica es, en estos tiempos, sinónimo de descalificación, segregación, aislamiento, y estos a su vez lo son de la soledad, a la cual se teme como a un espectro. La disculpa perfecta para ocultar cosas, emociones, pensamientos etcétera, fue llamada intimidad, una figura inventada bajo la justificación de que todo ser humano tiene derecho a la privacidad.
En ese viejo baúl de la intimidad interior, el hombre suele guardar lo que considera sus peores pensamientos, deseos, sensaciones, instintos y emociones. Generalmente se cree que tal tipo de secretos son terribles, y que casi nadie los posee, cuando en realidad existen en casi todos los seres humanos, incluso en los que tienen por manía el reprimirse. Y en la intimidad exterior, otro baúl al cual solo tienen acceso los más allegados, se ocultan otras tantas cosas que no se quieren mostrar a los extraños, pero que son ya imposibles de ocultar a los más cercanos porque, pese a todo el esfuerzo por hacerlo, han levantado la tapa del baúl. Pero, además de esto, el homo sapiens se ha convertido en un curioso mamífero, que se avergüenza de muchas cosas que para otros son completamente naturales, tales como andar desnudo, orinar, defecar,  aparearse, acariciarse, acicalarse, sonarse, olerse etcétera. Todas estas actividades son efectuadas por todos, sin excepción, pero suelen ocultarse. Más aún, para la mayoría de ellas existen lugares especiales, a puerta cerrada. En las conversaciones cotidianas no suelen incluirse temas al respecto, y si algo se comenta tal vez se hace con alguien cercano, de confianza, y muy seguramente en voz baja, en privado, y con cierto temor o vergüenza.
La mente humana es muy singular. Nos hemos acostumbrado tanto a realizar estos actos, a los que llamamos íntimos, a escondidas, que nos parece normal el hacerlo así y nos escandalizamos si se hacen públicos. Rara vez vemos en la televisión convencional, sin censura, alguna escena en la que alguien los practique, como si en realidad fuera monstruoso el hacerlo, o como si nadie lo hiciera. Se evitan de adrede. La exhibición pública, e incluso familiar o entre amigos, del cuerpo desnudo, es calificada de inmoral. ¿De dónde sacaría el hombre esta idea? Estoy seguro de que si un día de estos una vaca o un tigre se avergonzaran de defecar, y se construyeran un baño particular para hacerlo en privado, esto sería un acontecimiento sensacional para el hombre, aunque fuera una locura para los demás animales de su especie. Nunca se ha visto a ningún otro mamífero, animal, ni planta, avergonzarse por excretar o por aparearse o reproducirse, ni a los demás censurarlos o segregarlos por hacerlo en forma espontánea y natural, a la vista de toda la creación. Pero un día a alguien se le ocurrió que mostrar el cuerpo era inmoral y pecaminoso, y los demás, carentes de originalidad y siguiendo el automatismo de la mente imitadora, lo emularon y admitieron este error, en consenso, como una norma a seguir. Se hizo tan común que todo el mundo creyó que era lo normal. Y con esto, el ser humano se complicó la vida en gran medida. Imagínese por un instante lo enredada que sería la existencia en este planeta, si de repente a todas las especies se les ocurriera semejante descalabro. No sería agradable ver un bosque lleno de innumerables baños, con sendos letreros, según el sexo de la especie: pájaros-pájaras, zorros-zorras, lagartijas-lagartijos, pavos-pavas, caballos-yeguas ... Y sería curioso ver que habría un escándalo en el baño de las lobas, porque un lobo morboso se coló haciéndose el despistado. !Afortunadamente, los animales no poseen una mente imitadora como la de los hombres!
La admisión de la intimidad dio lugar a la hipocresía. El hombre aprendió a actuar, a comportarse, y a mostrar y hablar sólo lo conveniente, para no quebrantar códigos, normas y acuerdos comunes, aunque fueran ridículos, o con el fin de evitar la censura, teniendo que guardar a veces su real opinión de las cosas, en el baúl de lo secreto. Todo esto ha modificado en gran medida la forma natural de la vida humana y la convivencia planetaria. La existencia de la intimidad dio un gran impulso a la costumbre de reprimir pensamientos, palabras, deseos, instintos y emociones, todo lo cual llevó al hombre a la creación de un poderoso conflicto interior. Ya no se podía, sin complicarse la relación con los demás, vivir y actuar como se era realmente. Había que seguir el juego y fingir ser obedientes, correctos, buenos y estar de acuerdo con lo que todos creen ahora que es lo normal y decente. Con el tiempo, la costumbre se enquistó poderosamente en el inconsciente, y el homo sapiens llegó a creer que es común tener intimidad, y que si a ésta no se le permite aflorar y ser desvestida, se es bueno. El juego de adaptarse al código atrapó al jugador, y lo convenció de que la bondad es algo que se cultiva si se siguen las reglas. El hombre aprendió primero a ser deshonesto, hipócrita, y luego cayó en el autoengaño, creyendo que una buena educación, es decir, un buen entrenamiento, haría desaparecer todo vestigio de lo que se cree que es malo.
En este sendero, el de la búsqueda de la libertad, no se puede ser esclavo de la intimidad. Es necesario hallar ese misterioso baúl y vaciar su contenido, con el objeto de descubrir qué es lo que tenemos guardado allí, aceptándonos como realmente somos, y mostrándonos así. De lo contrario, no podremos ser coherentes y estaremos atrapados en un conflicto sin sentido, en el que tendremos que seguir jugando a parecer como los demás desean que nos veamos, aparentando modelos que estamos lejos de ser. La existencia de la intimidad revela nuestros temores, y la faceta deshonesta de nuestra personalidad, poniendo en evidencia la infantilidad de nuestra mente.
Durante el proceso de comunicación, es necesario tener en cuenta que existe esa reserva llamada intimidad, además del hecho de que la mayoría de las mentes están altamente condicionadas. La palabra de un ser humano moderno rara vez deja entrever un fruto madurado original, ya que el contenido de las conversaciones está contaminado por la influencia de los archivos de memoria, y represado en gran medida, debido a los secretos y a la prudencia que implica el arca de lo íntimo. Además, en aras de preservar la buena imagen, concordante con el patrón que se sigue, hay una buena dosis de mentiras adicionadas, que suelen parecer normales a los seres humanos, y que a veces se denominan ¡mentiras piadosas! Estas falsedades también se usan con el ánimo de no causar algún daño psicológico al interlocutor, o para ganarse su favor. Lo que sale en una charla trivial es, en general, poco profundo, y rara vez auténtico y verdadero. La mayoría de las sensaciones, pensamientos y percepciones reales que se dan en el maravilloso proceso de la relación humana, son guardados bajo llave en el cofre de la intimidad. Este proceso de reservar se realiza diariamente, casi en forma inconsciente, dando como resultado una gran acumulación de energía, que a veces suele explotar en momentos de emociones exaltadas, tales como la ira de una acalorada discusión, o en situaciones de descontrol como la ebriedad, donde la depresión de las funciones de la corteza cerebral levanta la válvula del inconsciente.
Así como la bola de nieve cuesta abajo se convierte en alud, una vez creado el espacio mental para la intimidad, dentro de un mecanismo condicionado, el asunto se vuelve casi imparable, pues casi nadie se atreve a abrir la maleta interna para dejar ver la ropa interior de la mente, por temor básicamente a la reacción de los demás, por vergüenza, o por falta de aceptación de la verdadera realidad tras años de auto hipnosis. La mayoría prefiere seguir viviendo en el mutuo engaño, en la apariencia de una límpida honestidad. Casi nadie se atreve a ventilar sus diarios pensamientos y sensaciones con respecto al maravilloso proceso de la vida, por temor a ser condenado en el implacable tribunal de las mentes domesticadas, que se aferran a códigos exactos, creyendo ser los poseedores de la verdad de la existencia. Debido a esto, poco a poco se ha ido perdiendo el conocimiento real de la naturaleza humana, con sus instintos mamíferos, su variada gama de emociones, sus miles de sensaciones, y con esa maravillosa riqueza de impresiones, que se generan al contacto con la polifacética corriente de energías infinitas, que fluye a través de toda criatura existente. El cepo de la intimidad frena el flujo de la vida, e impide ver la realidad de nuestra humanidad cara a cara, mostrándonos en cambio a una raza desdibujada, a un remedo de homo sapiens, disfrazado de hombre culto y civilizado que, a hurtadillas, al menor descuido, cuando el cuerpo ya no aguanta más la presión del inconsciente, hace cualquier trastada poco digna del papel de teatro que representa, mostrando la poca coherencia que vemos a diario en nuestra humanidad.
Esta civilización que vemos, la hemos construido nosotros mismos, bajo este ridículo juego de creernos superiores por seguir códigos especiales de comportamiento, inventados por nosotros mismos. Es por eso por lo que nuestra vida es tan complicada, sobre todo en esos conglomerados de seres hacinados que llamamos ciudades, donde la relación humana diaria es un juego de infinitas apariencias.
El hombre real es muy diferente del humano de apariencia. Cada ser tan sólo deja ver al exterior una pequeña parte de su verdadera naturaleza, de tal suerte que hay un gran desbalance entre lo que se es, y lo que se muestra. Cada ser humano es un universo de sensaciones infinitas que no se exponen, un mundo apartado, más que olvidado, en razón de que nadie lo conoce, un cosmos que no se comparte, que alega incomprensión, y se queja de soledad profunda. Los seres humanos, en el cerrado cuarto de su intimidad, se sienten extraños, anormales, infames, pecadores, locos quizás, sin saber que en el mundo interior de los demás se ve el mismo paisaje de pensamientos, sensaciones, deseos, instintos y emociones .
Hay tantas cosas en el cofre de lo íntimo, que a veces olvidamos lo que tenemos de real, lo que hay al fondo del arca, y creemos tener tan sólo lo que se ve en la superficie, o lo que mostramos a diario en el juego de parecer. El hombre de hoy se perdió de vista a sí mismo. Ha repetido tantas veces el papel que debe representar, y ha sido tan entrenado para ello, que ha llegado a creer que es en verdad el personaje.
En este sendero, en busca de la verdad, es necesario vaciar el enmohecido baúl de la intimidad, para descubrir realmente quiénes somos, qué hay al fondo de nosotros mismos, debajo del traje social, pues es necesario, para edificar una sólida estructura, conocer con certeza la naturaleza del subsuelo, para así poder echar firmes cimientos y no correr el riesgo de que el edificio se derrumbe, como ocurre tan a menudo con los desprevenidos caminantes que transitan por tan numerosas escuelas de transformación interior.

de:  LA AVENTURA INTERIOR  

“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”

Jose Vicente Ortiz Zarate

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