EL PENDULO EMOCIONAL
De acuerdo con la Ley de Polaridad, todas las
cosas, eventos y fuerzas de la naturaleza, se manifiestan a través de dos
polos, entre los cuales generalmente oscilan, por la acción de otra ley llamada
de Periodicidad o Ritmo. Cuando los dos extremos de una misma cosa se manifiestan en igual intensidad, se mantiene el equilibrio; pero, cuando no existe esta
armonía de los contrarios, uno de los dos polos se hace manifiesto, en tanto
que el otro permanece latente. No obstante, cuando la energía fluye
excesivamente a través de un solo borde, llegando al extremo, el límite opuesto se manifiesta, dejando su estado de
latencia y enviando al reposo al punto extremo que abandona, al igual que un
péndulo que se mueve de un punto a otro.
A nivel de las emociones no educadas, vemos este
mismo comportamiento automático, es decir, ellas también manifiestan una doble
polaridad y este movimiento oscilatorio sólo puede vencerse mediante la
aplicación de la voluntad consciente. Es importante auto-observarnos, para comprender cómo una ley de la naturaleza no manejada,
nos puede convertir en títeres del sufrimiento, en barquillos de papel que
navegan sin control en el agitado mar de las emociones. Cuando ingresamos en
estados emotivos intensos, el mecanismo propio de la ley de
polaridad corrige ese extremo y nos lleva al cambio, mediante la manifestación de otra postura emocional compensatoria. Si ésta, nuevamente permanece
fuera de control, mutará a otra emoción de polaridad contraria.
Este vaivén, al cual están sometidos la mayoría de los seres humanos,
genera una mayor pérdida de control, que conduce a estados de
profunda descompensación emocional. Esta última crea verdaderos bloqueos de la
conducta humana, que dan lugar a ciertos sentimientos característicos, permitiendo,
de un lado, identificar la personalidad de los individuos, y de otro, generar sufrimiento, conflicto, y tal vez enfermedad, si el bloqueo no se detecta a tiempo y se busca una
corrección de equilibrio. Es sabido, por quienes conocen el
mundo de las fuerzas, que todo estado emocional desequilibrado, que se sostiene en el tiempo, puede degenerar en uno de esos desórdenes llamados enfermedades. Generalmente
los bloqueos crónicos que se exteriorizan, pero no se corrigen, conducen a enfermedades igualmente crónicas, que
pueden durar muchos años, en tanto que aquellas que no se exteriorizan y
permanecen sin solución, generan enfermedades ocultas, fuertemente destructivas
y de rápida evolución, como puede ser el cáncer.
Existen ciertos estados emocionales arquetípicos
que son comunes a la mayoría de los seres humanos, pero que se manifiestan en
diferente grado de intensidad y complementariedad, de acuerdo con la ley de individualidad que impera en la
creación. Veamos algunos de ellos que pueden servirnos de pista para ver cómo
funciona el péndulo emocional.
La impaciencia es una de esas emociones en las que la energía está exacerbada por falta de
direccionalidad, conduciendo al individuo a un estado de permanente inquietud
en el que no economiza sus energías, las cuales sacrifica por la rapidez, por
el intenso deseo de hacer las cosas a la mayor brevedad posible, y de la manera como él las quiere. El impaciente se fuerza y
obliga a los demás a trabajar, sentir y pensar, cada vez a mayor velocidad, a tal punto que prefiere
suplantar a otros en lugar de esperar, cayendo en estados de enojo,
irritabilidad y cólera. Es aquí cuando llega al extremo, y el mecanismo automático lo dispara hacia el
borde de la inactividad. Su
energía se agota mental, emocional y físicamente, y cae en la pereza y tal vez
en la apatía, extremo que nuevamente lo impulsa hacia la otra punta, generando un nuevo estado
de producción de energía emocional. En esta nueva condición, sacará fuerzas de
flaqueza y se convertirá en un luchador incansable, acaso en un psicorrígido incorregible o en una adicto al trabajo, que no concibe la necesidad de descansar o de que otros lo
hagan. Quizás se convierta también en el tirano. Así prosigue, oscilando hasta que la energía se agota, y el individuo llega al descontrol, haciéndose esclavo de la
actividad, de la cual no podrá escapar, o cayendo en la enfermedad.
La depresión, consecuente a una experiencia traumática vivenciada, es otro de esos extremos emocionales
que genera oscilación pendular. El depresivo ve un negro panorama hacia
adelante. Es extremadamente pesimista, se aisla, se entristece profundamente, y cae en un pozo de amargura en el que todo le parece
injusto. Cree que Dios se equivocó en su caso y se siente víctima de la
injusticia de la vida. De este extremo va a pasar al compensatorio estado del
resentimiento, primero, contra la misma vida y luego, contra los demás. La ira
intensa surge y se convierte en odio, en deseos de venganza y en envidia, al
ver que otros logran lo que él cree merecer y no tiene, obviamente, no por
causa de la vida sino de sí mismo. Culpará a los demás de cualquier cosa que le
suceda, cayendo en el polo
acusativo, hasta que el péndulo caiga y entre en un nuevo estado de
apatía, fatalismo y resignación, donde ya no hay energía para luchar, ni siquiera contra la enfermedad, que sin duda alguna
llegará a su cuerpo. Si pierde el control, lo cual es usual en los estados oscilatorios emocionales
sostenidos, llegará hasta el abandono de sí mismo.
La inseguridad es otra fuente pendular
emocional. El inseguro es incapaz de decidir, ya que no cree en sí mismo, no tiene firmeza ni certeza con
respecto a sus pensamientos, sensaciones o actos. Comienza entonces a buscar en
otros su propio sostén, pidiendo opiniones a los demás acerca de cómo obrar,
delegando su propia vida. De este extremo, el péndulo salta hacia la búsqueda
de una seguridad artificial, de una máscara que encubra su debilidad. Se viste
entonces con el uniforme del dictador, de aquel que cree tener siempre la razón y que nunca se equivoca, impulsando a los demás a hacer lo que él impone,
aunque deba utilizar la dureza, el insulto, la fuerza o lo
que sea. El inseguro se convirtió en un terco, inflexible y dominante
incorregible, otro extremo del que lo sacará el automático mecanismo de la ley
de polaridad. Volverá a caer en la inseguridad, en un estado de máxima
desorientación, en el cual se encontrará como una veleta, que cambia de dirección a
capricho del viento, situación que lo hará aún más infeliz.
La introversión ensoñadora, característica de
los tímidos, también nos lleva al vaivén emocional. El
soñador silencioso que evade la realidad, haciendo castillos en el aire, pierde el estímulo para la acción. Está
encubriendo su miedo con el recurso de la imagen, pero cae en el límite de la
pasividad. La realidad termina por despertarlo, y el mecanismo inconsciente lo lleva a apurarse, a buscar
una energía extraordinaria, para cumplir con lo que dejo de hacer mientras
soñaba. Se convertirá en un impaciente como el que ya vimos, pudiendo caer en
sus múltiples estados, o tal vez ingresando en otros ciclos. La hiperactividad,
con la cual no vive a gusto, la puede compensar con el estado pasivo de la
depresión, y con ésta se enrolará posiblemente en otros
columpios emocionales.
El entusiasmo descontrolado, que lleva
indudablemente al fanatismo, es otro punto de balanceo de la hamaca emocional.
El fanático es un hiperactivo mental, un idealista que quiere convencer a todo
el mundo de sus ideas, y en su afán de hacerlo, se agota al caer en el límite,
virando bruscamente hacia el punto cardinal de la pereza, pues ningún fanático
logrará convencer a todos
los demás de sus teorías.
Al ver que sus intenciones son imposibles de alcanzar, se precipitará en el
desgano, otro punto final que nuevamente lo hará
girar, esta vez hacia un estado obsesivo de la mente, hundiéndose en el abismo
de las compulsiones. La mente se volverá una tortura de la que no puede escapar, y lo llevará a adoptar rutinas, al insomnio, la
intranquilidad y la inseguridad.
La minusvalía o complejo de inferioridad es
también un punto extremo, en el cual el individuo se somete a la
voluntad de otros, la mayoría de las veces creyendo que les sirve y sin poner
límite a sus exigencias. Se vuelve sumiso, en su
intento de ser servicial, debido a que, por creerse inferior a los demás,
necesita un sostén afectivo que no quiere perder, al negarse a hacer algo por otros, no importa lo que sea. Al
llegar al límite extremo, bloquea sus sentimientos y se dirige al otro polo,
donde surgen el resentimiento, la ira, la cólera, el odio, los celos y la
desconfianza, en un intento por enmascarar el anterior estado de minusvalía.
Pero como la actual condición sólo disfraza la primera, se cambia otra vez por
una nueva, del mismo género de la inferioridad, llamada culpa y disculpa. Se acusa entonces por sus negativos
sentimientos, pudiendo llegar a extremos descontrolados de rigidez,
autoagresión y menosprecio de sí mismo, que al mutar inevitablemente, lo
llevarán a caminos de agresión, a otros estados y así sucesivamente.
La indecisión entre varias posibilidades de
elección, es otra postura que suele inclinar nuestra balanza emocional. El indeciso es cambiante,
pero no se siente a gusto cuando elige. No encuentra una pauta o una norma a la
cual sujetarse para tomar sus decisiones. El mecanismo automático de
compensación lo lleva a crear una reglas estrictas, que eliminan la necesidad de decidir. Se convierte en un
idealista, fanático de sus propios principios, un extraño y rígido ser, que por
ceñirse a la norma, pierde completamente de vista el placer. Se descompensa por
este proceder y, desde este extremo, ingresa en nuevas actitudes
de vacilación o de pérdida
de la dirección de su vida. De estas dos últimas condiciones, saldrá a su vez
para volverse aún más rígido en sus principios, hasta petrificarse en ellos, al punto que exige perfección y pureza,
sintiéndose sucio cuando no consigue permanecer en sus posturas.
La manipulación, ese arte malévolo disfrazado de
amor hacia los demás, es también comienzo oscilatorio. El manipulador
en realidad no soporta estar solo, porque su mundo interior contiene demasiado
dolor o sensibilidad, o tal vez una gran necesidad de afecto. Esto lo lleva a
controlar a los demás de la manera más sutil y descarada. De este extremo, en
el que se ocupa tanto de sí mismo, pasará al de la preocupación excesiva por
los demás, en especial por sus seres queridos, llegando al
límite de temer que les suceda algo terrible, y haciéndose esclavo de sus
apegos. De allí, la energía mutará nuevamente hacia el mundo interior con
profundos sentimientos, generados posiblemente por la pérdida o distanciamiento de aquellos de
cuyo afecto se hizo esclavo.
La evasión es también una condición extrema que
se usa como mecanismo de defensa para ocultar el dolor interno. Generalmente se
llega a ella por una carencia afectiva o por un sufrimiento intenso. Para
evitar los pensamientos y sentimientos que causan dolor, la persona los encubre
con una alegría artificial o con una adicción a drogas, a hábitos tales como la
televisión, el cine, la lectura o la sexualidad excesivas, los cuales,
aparentemente, le proporcionan una felicidad extraordinaria. Es el síndrome del
payaso, que debe vestirse de alegría cuando en realidad
lleva una tortura interior. Si se llega a este extremo de autoengaño, el
mecanismo de polaridad lo compensará con otra tendencia emocional que consiste
en convencer a otros de algunas ideas o proyectos, pasando, del entorno evasivo o introspectivo, a una vida de excesiva
extroversión, con el propósito de no ver sus temores y
sufrimientos. Puede convertirse en un fanático, sostenedor de una causa, predicador converso que trata de
salvar al mundo, o de ofrecerle cosas extraordinarias. Este es otro extremo del cual el individuo
caerá si le ocurre algo deprimente, llevándolo a un estado compensatorio de
desesperación total, en el cual tan sólo ve que ha tratado
de engañarse a sí mismo, primero, evadiendo su realidad directamente y, después, forzándose a creer y a que otros crean en algo que
no es realmente de su propia naturaleza. Puede precipitarse en un vacío tal que
rompa todas las resistencias y deseos de lucha. Muchos suicidas han seguido
este camino.
La timidez es otro extremo, una faceta del miedo
que muestra una hipersensibilidad a fuertes impresiones sensoriales, generando
aislamientos y fobias, que conducen a la persona a soportarlas silenciosamente.
Este sufrimiento no expresado y represivo, llega al límite de la polaridad y
conduce al individuo a desarrollar una actitud compensatoria de exteriorización
de sus preocupaciones, convirtiéndose en un parlanchín que habla constantemente
a todo el mundo de sus aflicciones, conflictos y enfermedades. Trata de llamar
la atención de los demás, y de acapararles para
tomar de ellos la energía que no tiene, hasta el extremo de agotarlos, o de ser despreciado, por tornarse fastidioso. Este extremo lo lleva a una gran estado de
descompensación y bloqueo llamado depresión endógena: una tristeza profunda, acompañada de un vacío interior que no se sabe explicar.
Otra forma de polarización es el complejo de
superioridad. En él, el individuo se aisla en su soberbia, creyéndose mejor que
los demás en el aspecto físico, vital, emocional, mental o espiritual, y mirando a todos "por encima del hombro". Esta
condición sumerge al individuo en su cofre interno, por el aislamiento, y pierde, en cierta medida, la conexión con el mundo. Cae así en la oscilación rítmica,
que lo lleva a estar siempre metido en sus proyectos, pero que no le dan tiempo
para fijar la consciencia en el mundo externo, y ver el resultado de sus acciones. De esta forma, se
convierte en alguien que no cree, ni aprende de sus experiencias, y que a menudo comete los mismos errores una y otra vez, sin
que los reconozca. De este punto extremo, vuelve a balancearse hacia una condición de bloqueo, en la que se torna tan observador de lo externo que sólo busca los
errores de los demás, sin tolerancia ni compasión, cayendo en la dura
crítica, la burla, la ironía y la sátira.
El pánico y el nerviosismo exagerado que
paralizan a un individuo, constituyen dos emociones polarizadas, extremos del
miedo. Este pánico, tal vez es originado en inconscientes resortes
cuya causa fue una angustia mortal. Al llegar al punto máximo de oscilación con
frecuencia se muta, para no morir de miedo, hacia el estado evasivo o de
alegría desmedida de los cuales ya hablamos anteriormente. Se persiste en ese
juego oscilatorio o se va a una nueva condición de bloqueo, llamada desesperación, en la cual se tiene miedo de perder
la razón, o de hacer algo terrible. Esto sucede debido a
la represión de los miedos, los cuales en lugar de desaparecer, crecen hasta
hacer explosión. La persona siente miedo de perder el control porque es lo que
está a punto de suceder.
Los anteriores doce círculos de oscilación
pendular de las emociones, correspondientes a condiciones descontroladas
arquetípicas, muestran las principales tendencias emocionales de la humanidad
que conducen a estados de bloqueo o nudos emocionales, de los que la persona no
quiere salir, porque generalmente se niega a reconocer su
propia incapacidad para controlarse a sí misma. De hecho, el bloqueo emocional coloca al individuo en una situación
tal que no le permite verse objetivamente, y desde allí le parece correcto lo que hace. Esto sucede debido a que se ha convertido en víctima de una
corriente emocional intensa, ocasionada por ubicarse en los extremos polares de
alguna emoción. El punto opuesto generado siempre es una máscara, la cual oculta aquello que no se quiere ver, o de lo que se desea escapar, pero que termina
hastiando al enmascarado, quien finalmente descubre que no es su disfraz pues, tras de él, sigue siendo el mismo individuo
frágil, lleno de sufrimiento. Busca entonces otra faceta que le ayude a olvidar la anterior, y vive su vida en permanente escenario teatral, donde las
emociones extremas son como cascarones, cada vez más pétreos, que le impiden ver su
propia realidad, y disfrutar de la felicidad de la existencia.
¿Cómo escapar a la oscilación emocional y romper
el mecanismo de condicionamiento automático? La clave está en la armonía de los
contrarios. Tratamos de huir de ciertas emociones como si fueran fantasmas
contaminantes, demonios pecaminosos, o estados absolutamente
indeseables para el alma. Rehusamos el sentir y caemos víctimas de él, pues es
el rechazo a un punto extremo el que genera la atracción del polo contrario. Es necesario
acercarse conscientemente a las emociones, comprendiendo que no hay nada malo
en sentir. Lo incorrecto está en consentir, en nuestra atmósfera emocional, una sensación no resuelta, sin comprenderla, sin preguntarse por qué y para qué está ahí, lo cual genera el conflicto. La comprensión consciente de nuestras
sensaciones es un mecanismo mágico que nos saca de ese vaivén de sufrimiento, generado cuando no aceptamos lo que
sucede a nuestro alrededor, pues en verdad la causa del padecimiento está en la
no aceptación de la realidad, en no ver la vida como un método extraordinario de aprendizaje donde lo bueno y lo malo, lo afortunado
y lo desgraciado, lo triste o feliz son apreciaciones relativas e individuales
de nuestra mente. Los hechos de nuestra existencia no son ni lo uno ni lo otro.
Tan sólo son. La calificación que les damos, es ocasionada por el vicio comparativo de la mente, que insiste en remontarse a la experiencia y a la memoria, como fuentes de sabiduría, y también por la programación
conductual de la mente acerca de lo
bueno o malo en la vida.
El proceso de acercamiento consciente a nuestras
emociones implica comprensión, una facultad espiritual que va más allá de un
simple análisis intelectual. Esta aptitud involucra observación objetiva,
aceptación de nuestra realidad como fruto de la acción inteligente de la mente
universal, análisis del aprendizaje a obtener, búsqueda de soluciones frente a
los obstáculos, decisión de enfrentamiento y camino a seguir, cambio de actitud
frente a las circunstancias si es necesario, reconocimiento de nuestra
fragilidad y también de nuestra capacidad, percepción interna intuitiva, flujo
de luz interior y estado contemplativo. El entendimiento es una facultad que
integra un conjunto de fuerzas espirituales provenientes del Habitante Interior
despierto, extraordinario poder latente en todo ser humano.
Liberarse del sufrimiento implica romper todos
los ciclos oscilatorios emocionales, para lo cual hay que adentrarse conscientemente en el mundo interno,
haciendo un inventario de los sentimientos que a diario experimentamos, para
identificar si son extremos o si son máscaras que encubren conmociones
originales. Hay que desnudar las emociones máscara, una a una, hasta llegar a
las primeras que se experimentaron, frente a cada hecho
correspondiente a nuestros registros de memoria. Una vez identificada la
emoción original, es necesario experimentarla sin miedo alguno,
expresarla en forma conveniente, y direccionarla para que
su energía fluya al exterior y no se reprima en el interior, ya que detener las
emociones, por acallamiento, transformación o evasión, es el gatillo que
dispara el mecanismo automático de compensación oscilatoria, desde un polo emocional a su contrario. Este proceso implica
vivenciar plenamente la emoción, permitiéndose sentir, e identificando a la vez la bondad del proceso, y la enseñanza que aporta la experiencia, con lo cual estamos conciliando los contrarios, viendo
el bien dentro del mal o el mal dentro del bien aparentes, y logrando así la
maravillosa alquimia que produce la armonía de los opuestos.
“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”
Jose Vicente Ortiz Zarate
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