lunes, 21 de octubre de 2013

OBSERVACIÓN, APRENDIZAJE Y CONDICIONAMIENTO



OBSERVACIÓN, APRENDIZAJE
Y CONDICIONAMIENTO
   

En primera instancia, antes de abarcar profundas reflexiones sobre los misterios de la vida y del ser, es necesario plantear el problema de la objetividad de toda observación.
Cada vez que observamos un ser, un objeto o un suceso, nuestra mente emite un juicio, apreciación, comentario o análisis, basada en el conocimiento que de tal cosa existe en su memoria. El hombre está acostumbrado al análisis comparativo entre lo externo, aquello que se observa, y el modelo mental o imagen que se tiene de ello. Tal modelo generalmente ha sido construido con base en el aprendizaje imitativo, mediante métodos convencionales de enseñanza en nuestras familias, culturas y escuelas, o a través de cualquier otro sistema de almacenamiento de información. Hemos aprendido a confiar plenamente en este conocimiento de segunda mano, y muy pocas veces encontramos personas que tengan su propia idea del mundo, construida con base en su experiencia y observación directa. Casi todo lo que tenemos en nuestra memoria es el resultado de lo que hemos aprendido de otros, los cuales han observado las cosas por nosotros. Pero, con frecuencia, las teorías de la ciencia, las que hablan del comportamiento humano o de cualquier otro tipo de conocimiento, cambian sin que nos enteremos, mientras seguimos conservando los antiguos modelos de saber, de tal suerte que, con el correr de los años, si no nos actualizamos acerca de lo que los demás creen, corremos el peligro de ser vistos como retrógrados. Nuestra forma de pensar casi siempre es vista como arcaica por una generación futura.
¿Debemos confiar en la información recibida y creer en ella de una vez y para siempre como la última verdad? Pues eso es lo que generalmente hace nuestra mente. Nuestros juicios y opiniones de observación están supeditados al contenido de nuestra memoria, lo cual significa que nuestro futuro aprendizaje está más o menos condicionado. Si hemos de aprender sin este condicionamiento, tenemos que ser conscientes de que debemos observar cualquier cosa como si fuera la primera vez que nos acercáramos a ella, olvidándonos de nuestra imagen interna previa. De lo contrario, no añadiremos nada de información valiosa. Los grandes inventores, gracias a los cuales disfrutamos de la actual tecnología, se dedicaron simplemente a observar, quitando de su mente toda anterior concepción. No auscultaron su memoria para sus novedosas investigaciones.
Para la mayoría de las personas ya todo está inventado, y si hay algo más que crear eso corresponde a los genios, porque casi siempre la mente se conforma con la información recibida. En nuestros propios hogares estamos llenos de artefactos que nos prestan muchos servicios, y creemos saber cómo funcionan tan sólo porque aprendimos a operarlos mediante un manual. Si en realidad se nos preguntara sobre el mecanismo de acción de cosas tales como la radio, la televisión, el teléfono, la licuadora, una bombilla etcétera, no sabríamos responder acertadamente a menos que hayamos estudiado alguna cosa en relación con la tecnología. Casi siempre debemos acudir a un experto para que repare la falla más elemental, porque la verdad es que no tenemos la menor idea de como funcionan las cosas. Pareciera que el mundo va tan aprisa que todo nos es dado y nadie se preocupa. Poco a poco, nos hacemos más dependientes de una tecnología ajena a nuestro propio conocimiento, y cada vez somos más manipulados y explotados por quienes sí la conocen.
De otra parte, nuestra memoria está atiborrada de conocimientos que no usamos, debido a que los sistemas educativos consideran al hombre homogéneo, y tratan de uniformizar la manera de pensar. Todo esto hace que no demos cabida a la exploración directa y personal del mundo que nos rodea, y que nuestra observación esté limitada por los conceptos que tenemos de todo, por las imágenes que poco a poco nos hemos hecho de cada cosa, con una información venida del exterior. Somos condicionadamente imitadores la mayor parte de nuestras vidas, limitándonos a almacenar tal información y a reaccionar automáticamente, movidos por el vicioso mecanismo de asociación de ideas, el cual siempre nos lleva a tener un juicio supeditado a la memoria. Parece increíble, pero es verdad que nuestra memoria limita el verdadero conocimiento, impidiendo casi por completo la observación. Para dar un ejemplo, si conocimos a alguien en la infancia y le perdimos de vista, volviéndole a ver veinte años más tarde, tendemos a pensar de ese sujeto tal como lo hicimos en la niñez. Nos quedamos con las imágenes del pasado de las personas, y hasta nos extrañamos de que hayan cambiado. Solemos decir cosas como ¡cuánto has cambiado! ¡cómo creciste! ¡no puedo creer que seas el mismo! ¡me resisto a aceptar que seas ese niño que conocí hace veinte años!, las cuales parecen frases de cajón, pero en realidad dejan ver que existe una tendencia a conservar la información sin actualizarla, y que muchas veces nos resistimos a modificarla. Los viejos suelen decir: ¡cómo pretende enseñarme a mí este muchacho! ¡ más sabe el diablo por viejo que por diablo!, asumiendo que la vejez, en forma automática, confiere sabiduría. Los jóvenes, por el contrario, suelen despreciar los puntos de vista de sus ancestros, por ser caducos, lo cual genera el llamado conflicto generacional.
Todo conocimiento científico, religioso, racial o cultural, impresiona fuertemente la memoria y genera un condicionamiento que impide la observación y el análisis imparcial. En realidad, para observar las cosas como son y no como creemos que son, no hace falta un conocimiento previo. No hace falta la memoria. Si prescindimos de ella, tendremos una versión más actualizada de nuestras apreciaciones, y nos sorprenderemos de las cosas que somos capaces de descubrir y ver.
Es importante, en un proceso reflexivo en busca de la verdad, el aprender a observar, en contemplativa actitud y con la mente alerta, abierta y libre de todo reflejo proveniente de la memoria. También es importante revisar el contenido de nuestra memoria permanentemente para actualizar su información, mucha de la cual se halla en lo que llamamos inconsciente, el cual no es otra cosa que una parte de la memoria que hemos dejado de observar conscientemente, pero que se convierte en el principal motor de nuestros impulsos automáticos. Es útil renovar nuestras creencias acerca de todas las cosas, pues en la medida que la mente madura puede tener más amplias y mejores apreciaciones. Es prudente escuchar con atención a las nuevas generaciones, porque sus sistemas nerviosos, vitales y mentales, pueden venir mejor equipados que los nuestros para percibir la realidad, o por lo menos su versión del mundo puede ser mejor que la nuestra. Sólo si la memoria se actualizara diariamente valdría la pena utilizarla como instrumento valioso en los procesos de observación y reflexión. De lo contrario, es uno de los más grandes obstáculos.
Los sistemas educativos han sido evaluadores de la memoria, durante muchas generaciones, y las personas con grandes habilidades para recordar han tenido amplias ventajas, siendo considerados como los mejores estudiantes. Tal vez por eso la creatividad es escasa en el mundo. No hemos sido entrenados para pensar, discernir o mirar, pero si lo hemos sido para memorizar. Entre más conocimientos, cuantos más archivos haya en nuestra memoria, somos considerados más cultos, pero estaremos seguramente más condicionados, ya que tendemos a ser automáticamente reactivos. Nuestra mente está viciada, y casi siempre compara la realidad presente con las imágenes internas, pertenecientes a hechos pasados.
Las conversaciones habituales de los seres humanos dan poca cabida a la reflexión, y más bien revelan nuestra manía comparativa. Frente a un tema propuesto, se suele opinar esgrimiendo argumentos que muy seguramente se han colado en nuestra memoria a través de los noticieros, los diarios, los libros o las personas más expertas. La mayoría de las veces hacemos esto inconscientemente, y hasta llegamos a tomar tales deducciones por nuestras. El deseo de lucirnos nos impulsa a querer salir con algo brillante, y en ocasiones olvidamos mencionar la fuente de nuestras luminosas aseveraciones. Nos gusta sorprender a los demás para ser admirados, sin darnos cuenta de que a veces podemos estar manejando informaciones erradas o parcializadas. Somos tremendamente crédulos, y damos por veraz todo aquello que aparezca escrito, o en algún otro medio de comunicación. Poco nos gusta verificar. Tal vez lo más que hacemos es estar o no de acuerdo con lo que se dice, aunque con frecuencia porque corresponde o no a otra información obtenida con anterioridad.
El contenido de la memoria y el mecanismo de reacción automática generan conductas específicas o hábitos, característicos de individuos, familias o sociedades. A éstas solemos llamarlas  costumbres, y a ellas nos aferramos fuertemente. Cuando ocurre un hecho del que no tenemos imagen alguna en la memoria, quedamos desconcertados, asustados, sorprendidos, indecisos o paralizados. Hemos aprendido a obtener seguridad de nuestra memoria, y por eso somos tan fieles a las costumbres, a las cuales rendimos culto. Una vez afianzado un hábito, es difícil desprenderse de él. Generalmente, tenemos miedo a cambiar porque tal vez lo nuevo no nos aporte tanta seguridad. Sobre lo que ya manejamos, para bienestar o desdicha, tenemos algún control. Sobre lo nuevo no. Confiamos demasiado en la experiencia, a la cual damos un extraordinario valor. Pero experiencia significa memoria y esta representa condicionamiento. Los seres aventureros, los que se lanzan a lo desconocido, son escasos; los genios son pocos.
La mayoría de los hábitos de un ser humano son el producto del condicionamiento familiar, racial y cultural. Hemos sido programados como ratones de laboratorio para responder mecánicamente y, aunque la capacidad de memoria y de análisis comparativo del hombre sean mayores, respondemos también a reflejos condicionados, los cuales se transmiten de generación en generación, incluso genéticamente. Es por eso por lo que la humanidad no cambia esencialmente con el correr de los siglos. Es por eso por lo que el ser humano poco se transforma. Parece que al llegar al hombre la evolución se hubiese estancado. Somos una especie de lenta adaptación.
Para corroborar lo anterior, observe lo que le ocurre a alguien que por primera vez viaja a un país extranjero. Al principio estará sorprendido al notar las diferencias en las costumbres y hasta se animará a ensayar uno que otro cambio, pero con el correr de los días empezará a extrañar sus propios hábitos y anhelará su comida, vestido, casa, idioma, personas, situaciones, lugares y otras cosas. Su memoria no lo dejará en paz, y buscará, en el lugar donde ahora vive, todo aquello que está en su memoria y que le ha proporcionado placer desde niño. La mayoría de extranjeros trasladan finalmente muchas de las costumbres del lugar de donde son originarios, de tal suerte que son fácilmente reconocibles. Si realmente se adaptaran, rápidamente tendrían los mismos hábitos de los lugareños, hasta pasar completamente desapercibidos. Los extranjeros sufren mucho antes de lograr una mínima adaptación, la cual nunca se logra completamente. Casi ninguno, por ejemplo, logra hablar perfectamente un nuevo idioma, con la pronunciación y el acento correctos. Tan condicionados estamos, tan aferrados a la costumbre, que incluso tratamos de convencer a otros para que cambien su programación de memoria por la nuestra, y actúen como nosotros, lo cual nos hace una de las especies más intolerantes, belicosas y depredadoras del planeta. Para la muestra, en todos los países abunda la xenofobia, la aversión al extranjero, y también el racismo e incluso el regionalismo. Y aún más, tendemos a discriminar a las gentes por el parentesco o por la creencia, y hasta llegamos a sentir que son seres extraños, tal vez inferiores o locos.
Hemos hecho de nosotros mismos, a través de ese proceso llamado civilización, lo mismo que el hombre hace con las mascotas. Nos hemos convertido en seres amaestrados, pero a la vez frágiles e inadaptables al medio natural, a la diversidad real del mundo. Somos esclavos de la cultura, de la norma y de la creencia.
Veamos otro ejemplo frecuente que revela nuestra tendencia a la reactividad condicionada. En la mayoría de países llamados civilizados, muchas personas acostumbran tener un empleo por años, con la esperanza de disfrutar de una pensión de jubilación, un dinero que les será dado por un sistema establecido, como recompensa por todo su largo tiempo de trabajo. Cuando llega el momento del retiro, a la mayoría les cuesta abandonar sus trabajos, algunos se resisten y casi todos sufren períodos depresivos y enferman. Casi nadie planea lo que hará cuando ya no trabaje en lo que habitualmente hace, porque ninguno desea fuertemente el cambio, a menos que desde siempre haya percibido frustración en su oficio. La mayoría se sienten como perdidos, sin saber lo que harán. Ni siquiera logran disfrutar del descanso. Experimentan des-adaptación, y al tratar de iniciar alguna labor se dan cuenta de que sus hábitos han sido tan fijos que no están capacitados para hacer otras cosas, porque no se han preocupado por actualizarse en nuevas áreas. A esto se le llama el síndrome de la jubilación.
La mayoría de los viejos tienen tantas manías y son tan resistentes al cambio que se vuelven intolerantes y tercos. Muchos se aíslan o son aislados, constituyendo una carga para las familias. Los viejos dulces y sabios son realmente escasos. Los hombres llevan tal fardo de información en la memoria, y están tan aferrados a ella, que entran en conflicto con las generaciones posteriores. Tratan de imponer normas, a veces caducas para la capacidad de las nuevas olas evolutivas, y generan cristalización y estancamiento. No en vano, todas las antiguas civilizaciones han desaparecido.
El condicionamiento que lleva a conductas reactivas, a veces poco acordes con el equilibrio de las especies, ha llevado al ser humano a comportarse imitativamente en muchos aspectos poco benéficos para la sana convivencia planetaria. El hombre, por costumbre, es la especie más depredadora, más bélica, más sucia y más desorganizada. Es la que ha causado mayores desequilibrios en la naturaleza. Si no buscamos un cambio real, no uno de meras palabras, esta civilización también desaparecerá bajo la espada de los desastres, causados por una ignorancia disfrazada de cultura y grandeza. Ningún otro ser  genera tanta basura como el hombre. Para ser más exactos, ninguna otra especie produce basuras, ni crea en forma espontánea desequilibrios ecológicos.
El ser humano cree que el pensamiento lo hace superior a los demás reinos de la naturaleza. ¿Será esto verdad? Es bueno reflexionar sobre este asunto, pues es el pensamiento el que ha dado lugar a los actuales sistemas de comportamiento, que crean el gigantesco desorden mundial presente, el que ha originado los conflictos de creencias, la contaminación planetaria, la limitación por fronteras, la superpoblación de ciertas áreas, la pobreza, las clases sociales, la explotación, las epidemias y todas las circunstancias que han hecho de la tierra un valle de sufrimientos, en lugar del paraíso que debiera ser. Tal vez el pensamiento, y su compañera la memoria, no nos hagan superiores, o a lo mejor los estemos empleando inadecuadamente. Por querer tener todo bajo control, desoímos a la sabia naturaleza y perdimos el control de la especie.
Esforcémonos por encontrar rutas de cambio para recuperar la vida armoniosa. Busquemos caminos para romper el condicionamiento y caminar por la vida guiados por la voz sabia de la inteligencia de lo creado, que surge del interior, sin que nos vayamos al polo del libertinaje, confundiéndolo con la libertad.
Para iniciar un cambio en nuestros hábitos de aprendizaje, es necesario evaluar, en forma individual, el grado de condicionamiento, reactividad y tendencia imitativa que tenemos. Si verdaderamente deseamos preciarnos de ser inteligentes, hemos de buscar nuestra propia versión del mundo. Preguntémonos en cada uno de nuestros hábitos, movimientos, palabras, emociones y pensamientos, si verdaderamente son nuestros, heredados o aprendidos. Averiguemos si hemos llegado a nuestras creencias por propia convicción, como resultado de la observación o de la enseñanza o la evangelización. ¿Qué de lo que tenemos es realmente nuestro? ¿Qué hemos asumido por costumbre o tradición? ¿De dónde se deriva nuestro actual comportamiento? ¿Son nuestras emociones propias, o son modelos reactivos aprendidos? ¿A qué conclusiones hemos llegado al pensar en el misterio de la vida? ¿Acaso hemos pensado en ello? Si nada de esto nos importa, sencillamente somos autómatas, dirigidos por los que se han tomado el trabajo de construir sistemas de creencias y costumbres; somos como barcos de papel llevados por una corriente nefasta; somos marionetas planetarias sin pensamiento propio, imitadores, con escasa inteligencia, que soñamos con ser grandes por el simple hecho de ser hombres.
La independencia es necesaria para cualquier proceso real de aprendizaje, no de copia, y para todo proceso real de crecimiento. Lo demás es puro condicionamiento. A fin de lograr independencia, es necesario revaluar individualmente todo conocimiento, toda conducta, toda creencia, todo el contenido de nuestra memoria, y repetir el procedimiento tan a menudo como se pueda, hasta vaciar totalmente la información no actualizada y comprobada, tratando de vivir la vida y sus diversas experiencias basados en la directa y presente observación, prescindiendo, en lo posible, de toda actitud reactiva, preprogramada, afianzada en el pasado, en eso llamado experiencia, un extraño concepto humano que desconoce la constante variabilidad, evolución y movimiento del universo.

Si de verdad buscamos la libertad, la existencia debe ser apreciada tal cual está ocurriendo, sin creer que sabemos lo que está sucediendo, atrapados por el fantasma del pasado, de nuestra memoria, sino más bien intentando ver lo que pasa en cada instante de nuestras vidas. Solo así lograremos descubrir el mundo, esa maravillosa e inteligente creación que en cada instante se transforma y cambia, como el agua en el recodo de un río.

parte de:  LA AVENTURA INTERIOR  

“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”

Jose Vicente Ortiz Zarate

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5 comentarios:

  1. Gracias,
    sí muy interesante.
    Saludos, Edgardo

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Un ensayo que señala con singular brillo muchos espacios comunes al promedio del colectivo humano, el que deambula por la vida adormecido, sin siquiera percatarse de ello, como señalaba Max Heindel, a pesar de la gran fanfarria y parafernalia diaria que la agitada vida contemporánea y sus avances tecnológicos exhiben. La interrogación, la indagación que pudiera motivarse en un suficiente número de seres humanos por la evidencia o revelación en su ser íntimo, de alguna manera y por pocos momentos quizás, del conocimiento de su verdadera esencia, de su origen divino, una epifanía milagrosa que marcase y descubriese a esa masa crítica pía como lo que fundamentalmente es, una entidad espiritual, haría una enorme diferencia en su fuero interno y por ende seguramente aceleraría el lento proceso evolutivo de la especie. ¡Ay, iluso de mí, ante semejantes sueños imposibles! Solo en la fragua del dolor, en el crisol de la experiencia es en donde la aldea humana percibe su verdadera misión y aprende su final meta y es el amor infinito del Padre el bálsamo que restaña las heridas que su ignara condición plasma como impronta de su aventura vital.

    Es decisión de pocos iniciar y recorrer el Camino pedregoso del sacrificio, infortunadamente, en época de gran materialismo, do la epítome de la lubricidad y el hedonismo han sentado sus reales, cuando en especial la mass media omnipresente y el consumismo a ultranza han sumergido al hombre utilitario en el confort y en la mediocridad y han ensombrecido sus ojos espirituales.

    Por ello, estas reflexiones que leemos con mucho placer y contento y otros tantos aportes de fraternos servidores del Espíritu Universal, son acicate valioso que nos impele a cobrar arrestos renovados y seguir adelante como modestos servidores en la construcción de la Gran Obra, según el Plan Cósmico infinito del cual todos amorosamente somos parte.

    JMR

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  4. Hola buenos días.
    Hermoso comentario.
    Saludos fraternos, Edgardo

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