LA ILUSION DE LA SEPARATIVIDAD
Jesús ha dicho: Si aquellos que os guían os dijeran," ¡Ved, el Reino está en el
Cielo!", entonces las aves del Cielo os precederían. Si os dijeran, “!Está en el mar!", entonces los peces del mar
os precederían. Más bien, el Reino de Dios está adentro de vosotros y está fuera de vosotros. Quienes llegan a conocerse a sí mismos lo hallarán y cuando lleguéis a
conoceros a vosotros mismos, sabréis que sois los Hijos del Padre viviente. Pero si no os conocéis a
vosotros mismos, sois empobrecidos y sois la pobreza.
Evangelio de Tomás
La religión es una ayuda dada a la humanidad, con el fin de
guiar al individuo a encontrar su camino de retorno al Padre. Y, ¿dónde está el
Padre? ¿Cuando se habla de volver, debemos pensar en algún lugar, en un tiempo
o en algún estado de consciencia? Varias
son las maneras en las que el hombre concibe a Dios, de acuerdo con su nivel de
consciencia. La mayoría le creen afuera, en un distante y fantástico lugar
llamado Cielo, pero el cual no logran definir en el espacio ni en el tiempo;
otros buscan a Dios dentro de sí mismos, y algunos pocos le buscan a través de
sí mismos en todas las cosas.
El monismo o concepción de
la Omnipresencia Divina y la Divinidad de todas las cosas, es la esencia
fundamental de los sistemas religiosos, la parte esotérica, lo fundamental, que
rara vez es revelado al público, la mayoría del cual acepta una concepción
dualista, con la Divinidad fuera de él. Muchos creyentes
y seguidores de las
religiones afirman doctrinariamente que Dios está en todas las cosas; pero, en
la mayoría de los casos, no parecen creer en ello, si observamos sus acciones y
rituales. Casi todas las Iglesias construyen templos, que sus seguidores creen
un habitáculo divino, un lugar en el cual la
Divinidad reside y a donde pueden acudir multitudinariamente en su búsqueda, para
elevar sus oraciones y peticiones. El mundo está inundado de capillas, templos
y santuarios de piedra. A manera de ejemplo de la aparente contradicción
existente entre la enseñanza oculta y la exteriorizada, analicemos las palabras
de San Pablo: "En Dios vivimos nos movemos y tenemos nuestro ser".
No significa esto acaso, que el hombre está inmerso en la Divinidad misma? Sin
embargo, la mayoría de los que se dicen ser los seguidores de Cristo, han
construido múltiples imágenes o iconos de la Divinidad, antropomorfizándola y
haciendo caer a los creyentes en la veneración y el culto a esas representaciones, lo cual crea en ellos la convicción de que las
fuerzas divinas son completamente externas a él y que se encuentran en algún
lugar distante, alcanzable sólo por los devotos y los santos. La mayoría de los
que oran son enseñados a levantar sus ojos y elevar sus plegarias al cielo, el
cual es tomado casi siempre por el firmamento azul de nuestra atmósfera
terrestre. Los templos y santuarios están llenos de símbolos e imágenes, que
por lo general son colocadas en lo alto, arriba de nuestras cabezas, como
queriendo indicar que Dios se encuentra en las alturas, simbolismo que no es
fácilmente interpretado por los creyentes, puesto que no ha sido debidamente explicado,
y que refuerza en ellos su concepción de un Dios externo, colocado en un
elevado lugar del espacio exterior.
Si bien es sabido que una
concepción específica de la divinidad es dada al hombre de acuerdo con su nivel
de comprensión, y que muchos seres humanos aún sólo pueden entender a un Dios externo, tal noción ya no cabe en la mente racional de aquellos
individuos que por su progreso evolutivo han alcanzado un más elevado estado de
consciencia. Esto puede crear, y ha creado, una crisis en las creencias. La
ciencia se ha encargado de mostrarle al mundo lo ilimitado del espacio
exterior, cuya maravillosa infinitud se pierde en el laberinto de nuestra
mente. Aquel que con ella escudriña el universo, entrará en contradicción si piensa que existe un Dios con
limites, pues si concibe a la Divinidad afuera de él, necesariamente habrá de creer que él está afuera de ella y que por lo tanto los dos se hallan en un
espacio diferente. Y si concibe a una Divinidad Omnipresente, racionalmente
tendrá que rechazar y ridiculizar el culto a la Divinidad externa, a las
imágenes, a los santuarios y a los templos.
Las creencias religiosas
requieren con urgencia un replanteamiento de la concepción divina, un rebuscar
de la verdadera religión, dentro de sus propios archivos, con el objeto de dar
a conocer la esencia fundamental de la enseñanza acerca de la Divinidad, ya que
la idea dualista hace que se llenen templos, donde a
Dios se elevan infinitas peticiones, como si éste tuviera un gigantesco almacén
desde el cual provee la satisfacción de los deseos y caprichos del ser humano,
manipulado por el momentáneo éxtasis de una fervorosa petición, sin tener en
cuenta quién merece o desmerece. ¿A tal oficio podemos reducir a Dios? Si así
es, muy bajo han caído nuestras creencias, y tenemos más sombra que luz en nuestras consciencias.
Más racional y comprensible
es el pensar que la Divina Voluntad, la Universal Inteligencia, que dirige y
gobierna todas las cosas en este maravilloso Universo, compenetra toda la
existencia, y que todos los seres nos hallamos en su divina presencia, siendo a
la vez parte de ella. El Padre está en todas las cosas, en el interior y el
exterior de ellas y, en un amplio sentido, en esta creación infinita no hay un
arriba ni un abajo, no hay un adentro y un afuera, cuando hablamos de buscar a
Dios. La Vida Una está
en cada átomo, en cada
mundo y en cada criatura visible e invisible, y se manifiesta en forma
permanente, en perpetúo movimiento evolutivo. La presencia divina no es
exclusiva de los templos y santuarios, pues Dios no está en un lugar sino en
todos los lugares. La percepción de su presencia, el gozo de su riqueza, la
participación consciente de su Divina Sabiduría, dependen por entero de nuestro
nivel de consciencia y del enfoque de ésta. Apreciar a Dios es percibir lo ilimitado, es captar su presencia palpitante, viviendo en todo lo que existe. Divisar a Dios implica construir puentes de consciencia
que comuniquen todos los niveles de percepción; es despertar nuestro poder de
sentir, derribando todas las barreras del tiempo y del espacio. Para encontrar
a Dios no hay que buscarlo, sólo hay que percibirlo, y esto puede hacerse en
cualquier lugar del infinito espacio-tiempo.
Esta misma ilusión de estar
separados de Dios obnubila nuestra mente y nos hace creernos separados de todas
las cosas; pero, si todo lo existente es una sola esencia de la manifestación
divina, omnipresente por naturaleza, entonces no hay separación real. El
espacio se convierte solamente en una ilusión, debida a la
limitación de los sentidos para percibir la realidad. La esencia de la vida es una sola, pues la deidad, la divinidad es Una, siendo todas las cosas una sola
realidad, que vibra de infinitos modos. Esta ilusión de lo separado ha nacido
necesariamente de una equivocada identificación con la forma externa, a través
de la cual vibramos en este mundo denso. La mayoría de los seres humanos creen
tener un límite, que no se extiende más allá de su piel y sus cabellos. Pero no
somos solamente una forma; también manejamos fuerzas espirituales, vitales, emocionales, pensamientos e ideas, las cuales no son otra cosa que manifestaciones de sí
mismos. Pero ninguna de esas cosas somos totalmente. Sin embargo, éstas sobrepasan el límite de nuestro cuerpo. Las fuerzas vitales
pueden comunicarse y trascender la barrera de la piel, a través del espacio
físico; las emociones se proyectan al ambiente y pueden ser percibidas y
contagiadas aún a grandes distancias. Los pensamientos viajan sin límite y las
ideas pueden ser captadas simultáneamente en distintos puntos del espacio y
transmitidas de diferentes maneras a kilómetros de distancia. Nuestras energías mentales pueden viajar incluso hasta distantes sistemas
estelares. ¿Cuál será entonces el límite de nuestras fuerzas espirituales? Y si
éstas apenas son las energías que manejamos, ¿Cuál es la dimensión de nuestro
Espíritu? ¿Tiene el Espíritu un límite o una medida? Si sólo vemos nuestras
fuerzas y nos identificamos con ellas, como nuestra única realidad, nos veremos separados de las demás personas y cosas. Si observamos nuestras potencias vitales, emociones y pensamientos,
los límites se tocan, se compenetran o se confunden, haciéndose comunes muchas
de sus energías; si apreciamos
nuestra espiritual realidad
substancial, somos en esencia una sola cosa con todos los seres. No hay división, ni límites. La separatividad es tan sólo una
ilusión, dada por la corta comprensión que tenemos de nuestra propia realidad,
y de la manifestación de la divinidad misma.
Tristemente, tal ilusión ha
engendrado el egoísmo. La personalidad ha
confundido nuestro siempre existente y persistente llamado a la unidad, con el
deseo de avasallar el mundo, con el creerse el rey de la creación. La voz
interna que nos llama a ser uno con todos, ha sido tergiversada por la naturaleza humana por un mandato de ser mejor
que los demás, diferente de cualquiera, más poderoso que la mayoría, y de querer reinar en un
mundo donde haya cosas que nos pertenezcan, cuando en realidad nada nunca ha
dejado de ser nuestro, pues jamás hemos dejado de serlo todo,
ya que en el Todo vivimos inmersos, siendo uno con El. En esencia, Dioses
somos, como lo afirma el axioma ocultista, sin límites en el espacio-tiempo,
sin diferencia alguna con las demás criaturas existentes, en cuanto a nuestra
realidad espiritual. Tan sólo vibramos de modos diferentes y nos manifestamos
en facetas distintas, que nos hacen parecer disímiles. El hombre, pareciendo
rey, es tan pequeño como la bacteria, si lo comparamos con el macrocosmos. La piedra es Dios que duerme, la planta es Dios que sueña, el
animal es Dios que siente y el Hombre es Dios que se pregunta acerca de sí
mismo. Las diferencias aparentes en vibración, figura, forma y niveles de
consciencia, no son más que ángulos distintos, reflejos iridiscentes de un
cristal de múltiples facetas llamado la Vida Una, que vive eternamente, sin un
comienzo ni un final, si bien teniendo días y noches, despertares y ensueños
cósmicos.
Bajo esta concepción,
¿Quién puede ser más grande que su hermano? ¿Quién distinto? La mente aprendiz
nos tiende trampas que velan la visión interna, y nos envuelve en ilusiones que
limitan nuestra comprensión. Meditemos profundamente en nuestra verdadera realidad, pues solo así encontraremos la
voz real de nuestro ser y se hará posible la visión de lo infinito, la percepción de Dios. Entonces
veremos a cada criatura como una parte de sí mismos y podremos integrar el observador con lo
observado, percibiendo que somos una sola cosa. Sólo así dejará de existir la
ilusión de la separatividad y el egoísmo habrá llegado a su límite. Unicamente así morirá el dragón a manos de la espada de la
verdad del iniciado, alcanzando la añorada libertad suprema, pues solamente a través de la verdad seremos libres, como lo
enseñara el Divino Rabí de Galilea.
Sólo una universal
comprensión de lo divino, de la naturaleza de todas las cosas, puede terminar
con el separatismo, sombra poderosa de la Hermandad Universal; entonces los miles de nombres de Dios serán sinónimos, y
todos los credos podrán ser uno, dejando de ser necesarios los rituales, los
iconos, los santuarios y los templos, convirtiéndose cada ser humano, a través
del despertar de conciencia necesario, en un sacerdote que oficia
permanentemente en el templo de la divina naturaleza, siendo a la vez pastor y
oveja. Unicamente así verá la humanidad morir la guerra y
contemplar la aurora de la paz, que reina en la infinita comprensión de lo
divino. Si entendemos que somos la divinidad misma en acción, no nos atreveremos
jamás a emitir ni una sola energía, ni a cristalizar un sólo acto que dañe a criatura alguna,
porque estaremos viendo con claridad que tan sólo nos agredimos a sí mismos,
clavando el aguijón en nuestra propia carne. Tendremos entonces la consciencia
de que cada ser vibra a un ritmo diferente y va por un sendero evolutivo distinto. Dejaremos de exigir a los
demás el que crean, sientan y actúen como nosotros. y no trataremos más de imponer credos ni doctrinas,
respetando por entero la libertad de pensamiento, la libre voluntad de escoger
el sendero más adecuado a cada cual. De igual manera veremos morir la crítica y el desprecio.
Si la consciencia de la
humanidad se eleva al punto de lograr la identificación con lo infinito,
dejaremos de ser ciudadanos de un pueblo, de una raza, de una nación o de un
planeta, para convertirnos en ciudadanos cósmicos. Sólo así no habrá más luchas
por banderas, colores, religión o partidos, y cesarán las fronteras y naciones.
De otra manera no puede existir la fraternidad universal. Pero, ¿Cómo lograr
tal identificación? Para esto es necesario atreverse, osar, avasallar las
trampas, ilusiones y barreras de la mente, replanteando todas nuestras
creencias acerca de lo que existe y buscando una explicación íntima y personal,
acorde con nuestro momento evolutivo, con nuestra realidad presente y con
nuestra capacidad de saber y comprender. Este trabajo implica un gran desapego
por el saber científico, una desidentificación con los antiguos modelos del
pensamiento, a través de un programa de descondicionamiento paulatino de la
mente, que nos lleve a aprender, a pensar verdaderamente, facultad que estamos
olvidando los humanos, manipulados por los intereses
consumistas del mundo o por el egoísmo de unos pocos, o tal vez, deslumbrados
por la aparente sabiduría mostrada por la vanidad científica o por la soberbia
de los que pretenden ser los dueños de la verdad.
El descondicionamiento de
la mente rompe el automatismo del pensamiento, y de las reacciones emocionales
que desde hace millones de años están aliadas a nuestros procesos mentales.
Quien se atreva a realizar este maravilloso proceso, descubrirá con sorpresa
que lo que él creía ser, no es más que un conjunto de modelos mentales y
emocionales, heredados de la cultura, y se encontrará a sí mismo con una
naturaleza desnuda, que debe ser vestida con los ropajes de la verdad, y de la
conducta consciente acorde con ella. Dejará de ser un autómata de la vida, para
convertirse en el artífice de su propio destino.
La identificación de
nuestra realidad divina y de nuestra igualdad con todos los seres y las cosas,
trae como resultado una revolución interior, la cual genera el comienzo de un
cambio real y verdadero, que debe nacer en cada individuo. Tal revuelta fundamental es necesaria en el camino
espiritual y precede al trabajo de enseñanza de todo caminante que pretenda
cambiar el mundo. Sin esta consciencia de la igualdad esencial y divina, que se
convierte en práctica interior y externa, nacida individualmente, todos los sueños
de convertir la Tierra en un paraíso de armonía, son tan sólo vanas quimeras, que conducen a mayor separatismo, a una guerra más, que
lucha por una nueva creencia que, por carecer del requisito esencial, está
lejos de lo universal y por ende no logrará su objetivo de unificación.
El verdadero caminante del sendero espiritual ha
de revisar muy bien su concepción de lo divino y, una vez con una consciencia clara al respecto, actuar en consecuencia con una visión cósmica y trascendental de
la creación. Este es el camino real de la contemplación, que conduce a una
percepción real de lo divino.
de: LA AVENTURA INTERIOR
“La búsqueda interior implica la
desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de
la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y
una gran osadía para el cambio.”
Jose Vicente Ortiz Zarate
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario