MOVIMIENTO DE LA VIDA Y RELATIVIDAD DE LAS
CREENCIAS
El movimiento es una invariable ley de la
naturaleza. Todo lo existente se mueve permanentemente, cada cosa a un ritmo y
velocidad diferentes. Esta actividad es externa e interna, ocurre
tanto en lo grande como en lo
diminuto, se presenta en lo individual o
particular, en lo general o colectivo, en lo visible y en lo invisible al ojo
humano. Ella induce un cambio permanente en todo lo
existente, de tal suerte que la impermanencia es una ley natural de lo que es.
Los llamados seres vivientes cambian constantemente,
y a eso lo llamamos desarrollo: la semilla se convierte en germinado, en
plántula y luego en árbol; el huevo se transforma en ave, el niño se convierte
en adolescente, pasando a ser joven y luego viejo. Todo nace, se desarrolla o
transforma, crece o se expande y finalmente muere, lo cual no es más que otro
cambio a una forma de vida diferente, en un nivel no perceptible por los
sentidos ordinarios del hombre. Los llamados seres inertes
en realidad no lo son. También los minerales se transforman, aunque sus ciclos
de manifestación y desaparición sean más largos. Aun las
estrellas nacen, crecen, tienen sus vidas de miles de millones de años y luego
perecen; igual suerte corren las galaxias. Nuestro sistema solar nació hace
algunos millones de años y de él se originaron sus planetas. Al cabo de muchos años, cuando se acabe el combustible de esa
gigantesca hoguera de hidrógeno y helio que llamamos Sol, todo será consumido y
desaparecerá para siempre tal como se le conoció, para transformarse en otra
energía diferente, que en algún tiempo futuro tomará otra apariencia. Todos los
seres, todas las civilizaciones humanas, con sus costumbres, su
ciencia y su tecnología, tienen los días contados, a menos que aprendiéramos a escapar hacia otro sistema
solar más joven, en el cual lográramos sobrevivir, situación poco probable,
dada nuestra tendencia a aferrarnos a lo establecido. Nada de lo que conocemos
actualmente existió hace unos miles de millones de años. Absolutamente todo lo creado, las galaxias, los planos, los mundos, las dimensiones y las criaturas visibles e invisibles, con una vida de gigantescos eones de años, morirán al cabo de los tiempos. Todo lo manifestado y cognoscible por el hombre de hoy es
temporal, y en algún tiempo futuro no existirá en la forma en que hoy podemos
apreciarlo. Solo la esencia universal permanece, aunque aún ella está en
constante mutación, en perpétuo movimiento. Y cuando lo
creado desaparezca, no habrá ciencia alguna que pueda explicar aquello que
permanece, porque ni siquiera ella logrará sobrevivir. Así
que la ciencia y toda creencia morirán, de lo cual se
deduce que son absolutamente temporales.
Si el universo está en permanente cambio,
cualquier cosa que aprendamos está sujeta a modificación, pues la realidad
cambia. Lo que hoy es, mañana no lo será y por esta razón muchas de las teorías
conocidas serán modelos caducos siglos más tarde, pues hasta la misma ciencia
avanza, cada vez a pasos más agigantados. Aún Newton, el gran genio de la Física, cuyas leyes
fueron aceptadas por el mundo como la última realidad, fue rebatido por
Einstein con su nueva teoría de la relatividad, cuando sus fórmulas fueron
estudiadas a las posibilidades cercanas a la velocidad de la luz. Un mínimo cambio, un pequeño descubrimiento, y las más grandes
teorías pueden venirse al suelo en un solo parpadeo. La ciencia es sólo un conjunto de modelos que encajan con
nuestra percepción de la realidad, y que sobreviven o son aceptados hasta que encontramos uno más amplio, más complejo, que explique mejor esa realidad, u
otro que rebata lo antedicho, o a lo mejor hasta que cambie nuestra percepción
de lo existente.
El ser humano vive muy lejos de la realidad de
lo impermanente. Por el contrario, trata de conservarlo todo, intenta detener
el tiempo, y lucha incesantemente contra la muerte, en un vano e inútil empeño.
La mayoría de los hombres viven intrascendentemente, haciendo planes como
si nunca nada les fuera a cambiar, como si jamás fueran a morir. La idea de la muerte les espanta
creyendo que ese proceso es algo que no les corresponde, o se trata de una anomalía de la
naturaleza. Tan es así que se le ha catalogado como una desgracia, y hace parte de la lista de cosas que
causan gran dolor y sufrimiento. A manera de ejemplo, ni
siquiera nos percatamos de los cambios diarios de nuestro cuerpo. Lo tratamos
como si fuera el mismo de ayer; cuando en realidad es tan fluyente como las aguas de un río.
Incluso algunos modelos de la medicina consideran al cuerpo una máquina,
similar a nuestro auto o algo parecido, como si fuera permanente. La realidad
es bien diferente. Nuestra estructura física es sólo un conjunto de átomos
fluyentes, que siempre se agrupan en torno a un patrón de información. Según
los términos de la ciencia, está conformado principalmente por agua, carbono,
nitrógeno, oxígeno y algunos otros minerales en menor
cantidad. Todos los días, segundo a segundo, estamos tomando oxígeno por la
respiración, para reponer el que se consume en los procesos biológicos. Por la
misma respiración exhalamos carbono, en forma de bióxido de carbono. Este elemento migratorio, proveniente de nuestra estructura corporal, debe ser repuesto nuevamente y se ingiere con los alimentos. Grandes cantidades de agua, minerales y nitrógeno, en diversas formas, de igual manera, son expulsados diariamente por la orina y deben
sustituirse por otros. El alimento que ingerimos es descompuesto en pequeñas
unidades que se incorporan a las células. En éstas hay verdaderas fábricas de
cada una de las sustancias que el cuerpo necesita reponer, de los tejidos que
es necesario reconstruir diariamente, segundo a segundo. El agua, el oxígeno,
el carbono, el fósforo y, en fin, cualquiera de las sustancias de nuestro
cuerpo de hoy no son las mismas que tenía ayer, pues todas son gastadas o eliminadas,
y repuestas diariamente. Los átomos nuevos sólo se agrupan en torno al mismo
patrón, y dan la apariencia de permanencia. Aún las células de un tumor van
cambiando, aunque en apariencia éste sea el mismo. Funcionamos en forma muy diferente de una máquina
convencional. A nuestro auto, por ejemplo, no tenemos que darle hierro
diariamente para reponer el chasis, o caucho para reponer sus empaques. Sus
procesos de cambio son muchísimo más lentos. Cada pieza tarda mucho en
gastarse, y cuando lo hace es necesario repararla como tal, o cambiarla en su totalidad. En nuestro organismo, para hacer una reparación es necesario cambiar
el patrón de agrupamiento que generó alguna anomalía, o de lo contrario ésta seguirá atacando al cuerpo en forma idéntica. También
se puede reparar nuestro organismo cambiando la localización de la parte que no funciona correctamente, por ejemplo, cuando
extraemos algún órgano. El cuerpo de un hombre es realmente un río de
sustancias cuyas aguas se acomodan al mismo cauce, pero jamás tenemos el mismo cuerpo en dos días diferentes, al igual que no
encontramos dos veces las mismas aguas en un río, aunque el paisaje no parezca
cambiar. Aquello que eliminamos retorna a la tierra, y es utilizado por
minerales, plantas y animales o por el mismo hombre. Algunos átomos, que
teníamos hace algunos días, hoy son parte de alguna otra criatura de cualquier
especie, y viceversa.
Y al igual que nuestra estructura física cambia
en continuidad, lo hacen también las energías vitales,
emocionales y mentales, si bien nos empeñamos en sostener los mismos cauces o
patrones de emociones y pensamientos, los cuales creemos a veces
que son inmodificables. La ley del movimiento obra en toda estructura, y cuando
se trata de detener la libre afluencia, el resultado es la descomposición. Todo
aquello que se detiene se destruye, bien sea por cristalización excesiva o por
putrefacción. Las aguas estancadas se contaminan y rápidamente pierden su vida.
Si dejamos de respirar, de orinar o de defecar, bien pronto moriremos. Todo en
la naturaleza necesita ser renovado constantemente, necesita fluir y
transformarse.
Vivimos buscando la estabilidad, cuando ni
siquiera tenemos la garantía de permanencia en este plano de existencia para un
solo día de vida. Podemos morir al instante siguiente, pero generalmente
creemos que eso le puede pasar a cualquiera, menos a nosotros o a nuestra
familia,porque de alguna manera creemos que somos especiales. Soñamos con tener
cosas y personas y prolongar su existencia eternamente. Nos aferramos
fuertemente a todo y sufrimos cuando perdemos algo o a alguien que creemos nos
pertenece, cuando en realidad nada nos pertenece y tarde o temprano lo
perderemos, en la vida o con la muerte, la cual es el gran remedio natural para
todo apego, incluso para el condicionamiento de la mente y la memoria. Vivimos
en la ilusión de la permanencia, de la pertenencia y de la propiedad, y esta es una de las grandes causas del
sufrimiento humano.
La estabilidad es lo más opuesto a la ley del
movimiento universal. Cuando la buscamos sólo logramos detener el progreso o
las fuerzas. Todo lo que se contiene crece, pero al no fluir se cristaliza o
descompone. La naturaleza lo fracciona para que fluya y cambie. Si se retiene
una fuerza fluyente, sin drenaje, explotará, arrasándolo todo a su paso. Si
dejamos que las cosas fluyan, vendrá más de aquello que fluye, porque estaremos
creando una corriente.
Revisemos constantemente nuestras vidas para
detectar cosas, personas o situaciones estancadas, las cuales son fuerzas que
no fluyen. Problemas o situaciones pendientes, frente a las cuales no se ha tomado una decisión, son
asuntos sin resolver que crean fuentes energéticas de descomposición.
Recordemos que en aguas estancadas ponen sus simientes las plagas y organismos
descomponedores. Igual sucede con los asuntos irresolutos: atraen fuerzas
caóticas y más problemas, cuyo único objetivo es el de evitar tu estancamiento y te obligan a moverte en otra dirección, para
seguir la ley de libre afluencia. Lo mismo ocurre cuando guardas cosas que no
usas: creas barreras de contención de lo que necesitas. Luego no te quejes de
que la vida no es generosa contigo. Te quiere presionar para que te deshagas de
lo que guardas sin uso. Tal vez alguien lo necesita. Si deseas abundancia,
reparte lo que no utilices y comparte lo que usas. Si echas a rodar la materia,
vendrá más. Pero no caigas en la trampa de la ambición, porque si das esperando recompensa, tan sólo usas una energía que busca
atrapar, atraer, y vuelves al mismo juego de crear barreras.
Revisemos nuestras emociones, no sea que
tengamos algunas retenidas por más tiempo del necesario. Cualquier amargura, todo dolor o resentimiento,
asociado a imágenes del pasado, en tu memoria, son energías retenidas. Toda
emoción reprimida, sensación contenida o afecto no expresado son otras tantas energías que buscan fluir. Si no lo
hacen se precipitarán al cuerpo y abrirán una brecha en él: a eso se le llama
enfermedad. Ese es su origen.
No quiere decir lo anterior que debemos vivir
sin ningún tipo de vigilancia emocional. Una cosa es vigilar, observar,
reconducir y recanalizar emociones y otra cosa es reprimir. Lo primero te lleva
al cambio. Lo segundo a la destrucción. La represión jamás dará por resultado
la virtud. El reprimido es tan sólo una bomba de tiempo que algún día
explotará. Para ser bondadosos hay que transformar nuestra maldad, no
ocultarla, porque entonces seremos hipócritas, sepulcros blanqueados que
ocultan inmundicia, jugando a ser santos.
Si al hacer una revisión de tus emociones, hallas
que siguen igual que hace algunos meses o años, esto es señal de estancamiento.
No estás cambiando. ¿Qué pasaría si dejas de ver a un niño por un tiempo de
veinte años? Si lo encontraras igual al cabo de todo ese tiempo, pensarías que
tiene una rara enfermedad que estancó su crecimiento y desarrollo. Dirías que es retrasado. Piensa lo mismo de ti
si alguna de tus emociones no cambia en un largo tiempo: eres retrasado
emocional. ¿Cómo pretende el hombre lograr paz interior si no drena sus
depósitos emocionales de aguas estancadas? Si hay manzanas podridas en tu
barril y no las retiras, todas las buenas que pongas allí se pudrirán, por excelentes que sean, y lo mismo pasará
si aunque todas fuesen estupendas, las dejas allí demasiado
tiempo. ¿De qué sirve la bondad si no la practicas? Las emociones son energías
que necesitan moverse, transformarse o crecer y dar fruto. El humano entero debe fluir, perfeccionarse, ser verdadero
hombre y no semianimal o semihombre, y luego dejar de serlo para convertirse en algo más grande, pues esta condición es pasajera. No es para siempre. ¿O acaso la
evolución debería detenerse allí? El paraíso no existe en ningún lugar
específico. De un lado, trabajaría muy poco, pues casi nadie logra ser perfecto
para entrar en él y esto no se alcanza con un puñado de oraciones;
de otra parte sería un lugar de estancamiento, aunque todo fuera dicha allí, y
finalmente estallaría para seguir la ley infinita de avance. Nadie puede llegar
al final si no lo hay, y la Vida Universal, o Dios o como desees llamarle no lo tiene. Ni siquiera
lo posee el espacio.
También debemos reflexionar acerca de la fluidez
de nuestra mente. Pensamiento y memoria no deben estancarse. Solemos
extrañarnos de que un niño o un joven no logren avanzar
intelectualmente, pero una vez llegamos a ser adultos a nadie parece importarle si tu mente progresa o no. Nos limitamos a
creer que la experiencia nos hará sabios. ¿Por qué detener el aprendizaje? La
mente y la memoria no tienen un espacio restringido, nunca se colman completamente. Somos nosotros quienes obramos como si tuvieran límite. Deberíamos de sorprendernos de no avanzar mentalmente a
cualquier edad. El cerebro es el soporte de expresión del
pensamiento y debe evolucionar en la medida en que lo
hace la función mental. Si no se
usa se atrofia, tal cual es la ley evolutiva. Si se utiliza limitadamente, su evolución será restringida. Si tan sólo pensamos reactivamente o usamos
los pensamientos de los demás, no debemos de extrañarnos de que en la vejez la
irrigación cerebral esté constreñida, y de que nuestra memoria pierda efectividad. Cuando nuestra memoria parece disco rayado y
el pensamiento se estanca, nuestro cerebro se cristaliza y se destruye, pues la naturaleza busca desintegrar lo que no fluye. Si no
quieres ser sordo, ciego, desmemoriado, despistado o demente en tu vejez, debes
de usar el cerebro, lo cual equivale a darle cabida siempre a la creatividad,
al pensamiento original, a la reflexión, a la meditación y a
la observación contemplativas.
Si en tu mente están siempre los mismos conocimientos, cuando no revalúas tus archivos de memoria, si piensas
igual que hace algunos meses o años, si eres terco, intolerante, fanático o de ideas fijas, si no aceptas nuevos planteamientos o descubrimientos, haz algo urgente
porque estás en graves problemas: eres retrasado o cristalizado mentalmente, y
no tardarás en convertirte en un desadaptado. No se puede tener una creencia
para siempre, porque el universo no es solamente una mole de piedra con bordes
precisos. Tampoco lo es tu mente. Los dos se mueven, se transforman
permanentemente y esto hace que toda convicción sea tan sólo un modelo en el que encaja tu entendimiento acerca del misterio de la vida. Si tu
comprensión crece, tu fe
debe ampliarse. Toda convicción es y debe ser temporal. Si no se transforma, el
sistema de creencias se hará caduco, y en unos años o siglos se convertirá en
un fósil ideológico, en una concepción primitiva. El padre tiempo fosiliza todo
aquello que no se mueve y lo convierte en polvo.
¿Por qué envejecemos? El envejecimiento implica
deterioro. La madurez involucra desarrollo, crecimiento, expansión. ¿No
deberíamos continuar madurando hasta la muerte? El deterioro es señal de
atrofia, desintegración, malformación o descomposición, todo lo cual llega como
consecuencia del estancamiento físico, vital, emocional y mental. Si dejas de
moverte, tu cuerpo se paralizará. Si cuando viejos caminamos encogidos,
contracturados, encorvados y con dificultad, el culpable no es el tiempo sino
el sedentarismo, que nos lleva a que gran cantidad de músculos y ligamentos se
dañen o atrofien, y sean presa fácil de la
gravedad. Si las facultades se pierden es porque las utilizamos mal o no las usamos. Es la falta de empleo o el abuso lo que destruye y no el tiempo. Si
todos los días estamos renovando células y átomos del cuerpo, lo cual equivale
a renovarlo totalmente, ¿qué lleva al patrón de agrupamiento a mal formarse
de tal manera? Deberíamos morir en
perfecta salud. ¿Suena extraño? ¡Estamos tan acostumbrados a echar a perder el cuerpo, a
destruirlo, que la salud durante toda la vida nos parece una anomalía! Y si
alguien que está sano muere de repente, lo cual es normal, nos parece de lo más
injusto ¡y hasta nos duele más que si muere alguien que estaba enfermo! Somos a
veces seres de grandes contradicciones.
Todo aquello que dejamos fluir nos libera. Todo
lo que intentamos retener nos esclaviza. ¿Somos esclavos o prisioneros de
nuestras posesiones, emociones afectos o creencias? Vale la pena reflexionar a fin de ver que es aquello que debemos dejar partir de
nuestras vidas, para que las fuerzas se encaucen. La naturaleza nos muestra que
cuando el flujo de la vida cesa, el paso a seguir es la rápida desintegración.
Si no se entierran los cadáveres, bien pronto aparecen los zopilotes, las
moscas y los comedores de carroña, y aún si se sepultan
aparecen hongos, bacterias y otras pequeñas vidas descomponedoras. Si se
acumula dinero o posesiones, comienza a frenarse el flujo de lo material, y pronto aparecen los que desean apoderarse de la fortuna. Cuando se estancan las emociones o se reprimen, vendrán los que se aprovechan de las debilidades, y otros que van a descomponernos emocionalmente, para
permitir que después de la desintegración vuelva la vida. Si el pensamiento se
cristaliza y se detiene el avance mental, surgen los que desean aprovecharse de los
conocimientos, los manipuladores o los parásitos, que quieren seguirnos para
ahorrarse el trabajo de pensar, los cuales morirán mentalmente, al igual que el
cristalizado. El sufrimiento que desintegra es el precio a pagar por el
estancamiento, a cualquier nivel. ¡No hay que detenerse, hay que avanzar
siempre, hacia arriba y hacia adelante! Si se necesita ir hacia atrás hay que
aprovechar para tomar impulso. La vida es movimiento, poderosa facultad de todo
cuanto existe. El ir en contra flujo agota nuestra energía, hasta dejarnos
exhaustos y sin avanzar. Entonces, seremos arrastrados por una corriente sobre
la que habremos perdido el control. La naturaleza tratará de que recuperemos el
camino correcto.
Pongamos poderosa atención
a todo lo que nos rodea. Si hay zopilotes, parásitos, cosas o seres que nos
manipulan o esclavizan, simbólica y realmente hablando, nos estamos estancando,
estamos perdiendo flujo y vida. Tomemos energía, y recuperemos el movimiento.
de:
LA AVENTURA
INTERIOR
“La búsqueda interior implica la
desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de
la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y
una gran osadía para el cambio.”
Jose Vicente Ortiz Zarate
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Hola! excelente aporte amigo José Vicente, "hoy por hoy" lo comparto totalmente, pero, siguiendo el mismo pensamiento, mañana seguramente cambiaremos de paradigma!!
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