miércoles, 30 de octubre de 2013

BUSCANDO LA LIBERTAD



BUSCANDO  LA  LIBERTAD 


¡ Libertad! ¡Libertad! Grito de los oprimidos, de los que padecen el yugo de la esclavitud o de la prisión. ¿Quiénes son ellos? Nos imaginamos a personas encerradas en cárceles, o encadenadas de pies y manos, o tal vez víctimas de la llamada injusticia social. Creemos que es libre ese que camina por las calles, uno a quien nadie persigue, aunque a veces el dolor quebrante, aquel que sobrevive diariamente en medio de sus propias frustraciones y confusiones, en medio de la incertidumbre.
Libertad es sinónimo de independencia y autonomía, es la cualidad de la no pertenencia,  de la no dependencia, del absoluto desapego por cualquier objeto material así como de ideas, prejuicios o personas. ¿Somos así los seres humanos? Es importante reflexionar sobre nuestra condición actual para determinar si somos libres. Examinemos las distintas esferas del trabajo humano y tendremos un panorama más amplio de cual es la libertad a encontrar.
En el terreno de lo físico, evaluemos si tenemos dependencia. En sentido estricto, nuestro organismo aún precisa alimento y combustible energético diariamente. Para ello necesitamos de otros organismos, ante nuestra incapacidad de generar alimento propio. La llamada cadena alimenticia, donde unas especies sobreviven a expensas de otras es el mismo sistema operante en el planeta desde hace millones de años. Si los vegetales y animales desaparecieran por completo, pereceríamos junto con ellos: moriríamos de asfixia e inanición, ya que ellos nos proveen de alimento y oxígeno. Si el sol se apagara de repente, moriríamos en pocos minutos, de frío. En sentido menos estricto, no podemos tomar con entera libertad a las especies que nos sustentan. Las aves van de árbol en árbol buscando su alimento, sin preguntar quién es el dueño, pero el hombre está encadenado a los procesos de la civilización. Muchos dependemos de otros seres humanos para alimentarnos: los cultivadores, los procesadores, los intermediarios, los transportadores y los comerciantes. Y aún más, al comprar, no todos pagan con su propio dinero. Algunos seres humanos trabajan para sustentar a otros.
La especie humana, de otra parte, es la única que utiliza un vestido artificial, siendo esta una gran desadaptación. Nuestra piel se hizo demasiado sensible. Nuestro organismo ha perdido capacidad de protección. Esto nos hace aún más dependientes. Igualmente, creamos la necesidad de sofisticadas construcciones como vivienda. Las demás especies aprovechan a la misma naturaleza.
Pero aun considerando las actuales necesidades de la especie, debido a la socialización, cada ser humano debe ser autónomo en cuanto a su subsistencia. Grandes masas de población padecen hambre y pobreza, lo cual muestra que aún somos extraordinariamente dependientes. Debemos poner en acción todos nuestros recursos para no depender económicamente de nadie, en ninguna época de la vida. El sometimiento económico es un arma poderosa de manipulación, que puede limitar nuestra capacidad de decisión, y llevarnos a soportar agresión física y sicológica. Muchas personas viven de esa manera, sujetas a la voluntad de otros, soportando situaciones y condiciones, de las que bien pronto se alejarían si tuvieran independencia económica.
El ser humano de la actualidad es altamente manipulado y condicionado por quienes sustentan el poder económico. Países enteros viven a cuenta de otros. Sociedades enteras dependen de unos pocos. Nos hemos acostumbrado a vivir de tal manera que somos la especie planetaria que más necesidades tiene. Diariamente estamos siendo manejados por aquellos que nos satisfacen todas esas exigencias, la mayoría creadas por nosotros mismos. Vivimos en una búsqueda constante de alivio de esas carencias y nos hemos acostumbrado a la deuda, si es necesario, para tener lo que creemos nos es indispensable. Las demás especies viven con lo que tienen a su disposición en el presente. No usan tarjetas de crédito ni tienen bancos. Cada una hace inventario diario de lo que posee y se adapta a vivir con eso. Reflexionemos un poco y hagamos ese inventario. Si pagáramos todo lo que debemos, ¿Qué es lo que nos queda? ¿Podemos vivir con ello? A veces el vicio comparativo de nuestra mente, que degenera en envidia, nos lleva a sustentar sistemas de vida que en realidad no podemos sostener. Vivimos con afán de adquirir todo lo que los demás tienen, a fin de no quedarnos atrás, lo cual equivale a decir, para no sentirnos inferiores, revelando la medida de nuestra autoestima, y en esa alocada carrera sacrificamos nuestras prioridades, y nos restringimos a veces de lo verdaderamente indispensable. A muchos les agrada sufrir en silencio y sonreír en público, luciendo galas que están verdaderamente fuera de su real alcance, buscando en la admiración una máscara que oculte su propio sentimiento de inferioridad. Esto genera más subyugación y sufrimiento en el mundo.
A nivel de la esfera emocional y afectiva, tampoco ha logrado la humanidad la tan ansiada libertad. ¿Somos capaces de vivir solos, sin el afecto de los demás? ¿Aún sufrimos cuando mueren o se alejan nuestros predilectos? La mayoría de los seres humanos sufren de una total adicción afectiva, de necesidad de compañía, lo cual muestra una gran inseguridad de trasfondo. La civilización adquirió el hábito de buscar el amor afuera, en alguien, o en algo que lo supla, adquiriendo con ello otras adicciones. El ser humano se hizo esclavo afectivo del hombre, de hábitos, de sustancias y de otras golosinas que satisfacen su ansiedad, su creada necesidad de que alguien lo ame. Se olvidó de buscar el amor adentro y allí lo guarda en un viejo baúl que tan sólo su inconsciente sabe que existe. Hagamos inventario emocional: ¿Necesitamos afectivamente de alguien para vivir en armonía? Si así es, aún no somos libres.
A nivel mental, ¿Tenemos nuestro propio conocimiento? La mayoría de nuestros archivos de memoria están atiborrados con los conceptos de los demás, de unos pocos que se dedicaron a observar, a pensar, a inventar y a descubrir.  Vivimos rodeados de cosas que no podríamos reconstruir si tan sólo tuviéramos frente a la naturaleza. Si aisláramos a un puñado de personas corrientes, en un distante lugar, fuera de todo contacto con la civilización, rico en recursos naturales, sin ningún instrumento o herramienta del hombre moderno, ¿cuánto tiempo tardarían en reconstruir un mundo como el de la cultura que abandonaron? ¿Sobrevivirían al menos? Tal vez transcurrirían tantos años como los que empleamos para convertirnos de cavernícolas en hombres civilizados.

¿Manejamos correctamente la información de la memoria? ¿Tenemos perfecto control del conocimiento? La humanidad se conduce como si sucediera lo contrario. La memoria nos maneja, subyuga nuestra voluntad, o lo que es peor, otros nos manejan a través de la información en nuestra memoria. Aún somos poco originales, poco genios. Todavía somos esclavos mentales.
La gran dependencia en todos los campos de la vida humana, nos lleva a la realidad de que no estamos ejerciendo el libre albedrío del cual estamos dotados. No somos libres, y aún estamos lejos de serlo, si no hacemos un cambio fundamental en nuestras vidas, individual y colectivamente, como especie.
¿Cuál es entonces la libertad a buscar? ¿Cuál el camino para ello? Debemos primero identificar nuestra esclavitud, nuestro nivel de dependencia. Un buen ejercicio consiste en imaginar que, en forma paulatina, somos despojados de todo aquello que creemos nos pertenece o nos corresponde. Si la idea de perder cualquier cosa, a nivel físico, energético, emocional o mental, nos aterra o nos genera sufrimiento, estamos altamente esclavizados, apegados, y aún no comprendemos el mecanismo de impermanencia de la vida. También debemos examinar, en forma estricta, de cuántos seres dependemos para vivir, a todo nivel. Si esos seres desaparecen ahora, ¿podríamos sobrevivir? Debemos crear nuestras propias estrategias de subsistencia, que nos lleven a una total autonomía, la cual debe permitirnos una absoluta independencia para decidir nuestros caminos a seguir. El día que no estemos encadenados materialmente, emocionalmente, cuando no seamos esclavos de una creencia, habremos hollado el sendero que conduce verdaderamente a la libertad. Entretanto, solo pisaremos caminos de incertidumbre, ese misterioso óxido que corroe la vida.
El ser libre genera su propio alimento, alcanzando la sabiduría necesaria para que no dependa de otras criaturas en evolución. La persona independiente hace consciencia plena de su infinitud energética, aprendiendo a sustentarse de la energía que se expande libremente por el cosmos. El hombre libre escapa a todo sufrimiento emocional, porque ha llegado a la comprensión de que en toda realidad hay exactitud de la Inteligencia Universal y de que en su interior hay un manantial de amor infinito, que lo conecta permanentemente con todo lo creado, siendo esto no sólo una creencia, sino una sensación real que lo libera de todo apego. El individuo que se ha emancipado genera su propio pensamiento, permite que germinen permanentemente imágenes originales, y construye su propia idea móvil del universo, no siendo esclavo de creencia alguna que lo limite. El ser autónomo no permite que ninguna energía lo obligue a hacer algo que no desea, antes bien ejerce perfecto dominio inteligente de todas sus fuerzas, sin encadenarse tampoco al violar la libertad de otros.
La libertad es una virtud que rara vez es ejercida por un ser humano. La mayoría piensan que ser libres consiste en seguir a sus anhelos y hacer lo que se les antoje, lo cual tan sólo es esclavitud del deseo. La libertad es opuesta a todo condicionamiento, el cual parece ser la característica de la especie humana, una anomalía que detiene en verdad la evolución, al frenar el mecanismo de adaptación, ruta que sigue la sabiduría de la Naturaleza. Mientras tengamos que vivir a expensas de los cuerpos, las emociones y las creencias de otros seres, no podemos hablar de vivir en libertad.

Sólo una plena identificación con la unidad de la vida romperá las cadenas de la esclavitud. Solamente la comprensión del misterio de la existencia, puede llevar a esa identificación que rompa los bloqueos de percepción que nuestra mente ha creado a lo largo de siglos de vida de la especie. Unicamente la ruptura de los bloqueos nos permitirá apreciar la realidad tal cual es, y no como nos enseñaron que era. Y solamente la percepción de la realidad, la verdad, y nuestra conexión con ella, nos permitirán apreciar la libertad, esa bella durmiente que espera por un príncipe para ser despertada.

de:  LA AVENTURA INTERIOR  

“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”

Jose Vicente Ortiz Zarate

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sábado, 26 de octubre de 2013

LA INTELIGENCIA DIVINA UNIVERSAL



LA INTELIGENCIA DIVINA UNIVERSAL

  
Una sencilla pero profunda observación, no condicionada, de lo que existe, nos permite corroborar que la Naturaleza posee una extraordinaria sabiduría, un fantástico orden, del cual no podemos más que aprender. La ciencia misma basa sus postulados en una minuciosa investigación de lo que existe, tratando de encontrar los mandatos que rigen a la materia y a la energía, acercándose poco a poco al descubrimiento de las inmutables leyes de la creación, aquellas que siempre se cumplen, sin excepciones, como la del movimiento.
El hombre, el descubridor, ve ese orden universal y se sorprende de él, atribuyéndolo el científico al azar, en forma inexplicable y no menos asombrosa, pero reconociéndolo. Sin embargo, cuando se trata del ser humano, parece que olvidamos que tan precioso orden también nos cobija. Pensamos que tan sólo la materia, todo aquello que tiene forma es lo que goza de esa cualidad.
Los acontecimientos son catalogados como el producto del azar por algunos. Otros dicen creer en el destino, en un itinerario trazado previamente por todo aquel que recorre el camino de la vida. La mayoría actúan como si el mundo fuera un escenario de eventos, que se suceden por capricho de alguien o de algo. El sufrimiento, que acompaña a la mayoría de los seres humanos, y la ausencia de paz interior, son una prueba de ello. Vivimos en constante zozobra, temiendo constantemente que nos ocurra alguna cosa que aumente nuestra infelicidad. Los creyentes de algunos sistemas bastante numerosos, suplican con frecuencia a la Divinidad para que modifique éste o aquel acontecimiento, según sus deseos, esperando ser satisfechos en sus caprichos, a fuerza de insistencia. En el mundo se oye permanentemente un rumor de queja frente a las circunstancias actuales, y se aprecia un sentimiento de injusticia, de ser víctimas de una serie de acontecimientos, pertenecientes a un programa de vida que tal vez no nos corresponde. La soberbia del hombre le hace creerse diferente de los demás seres de la Naturaleza, lejos del orden universal.
Los acontecimientos de la vida se precipitan de acuerdo con leyes precisas, obedeciendo una maravillosa programación de la Inteligencia Universal. Cada cosa que nos ocurre, es el resultado de muchas fuerzas que se encausan para que podamos aprender algo que necesitamos, en nuestro proceso de crecimiento permanente. Lo que ocurre, es lo más inteligente que nos puede suceder, es la mejor vía para la obtención de nuestra próxima lección, no importa si la mente lo clasifica como bueno o malo, como feliz o desgraciado. Debido a que confiamos tanto en la memoria, nos cuesta creer que nuestro destino obedezca al resultado o efecto de nuestras acciones. No podemos ver, con ordinarios sentidos, lo que ocurre antes de nacer o después de morir. La memoria corresponde sólo al lapso de tiempo que hay entre esos dos eventos, y la mayoría descartan toda posibilidad de existencia consciente fuera de ese periodo, como si fuéramos entes surgidos de la nada en un instante, o criaturas provenientes únicamente de la evolución biológica, mediante un sistema que caprichosamente se detuvo al llegar al hombre, en su variedad homo sapiens, una curiosa criatura que parece no haber avanzado desde su aparición. La civilización tan sólo es un maquillaje de nuestra primitiva condición aún no superada. Si teletransportáramos a un hombre de Cromagnon, nuestro ancestro de las cavernas, y le diéramos una buena educación, vestido moderno y un buen corte de pelo, bajo las actuales condiciones, se convertiría en un ciudadano, que fácilmente pasaría  desapercibido.
El destino de todo ser humano, como el de cualquier cosa, es una ruta trazada sabiamente por la Naturaleza, en la que, a través de decisiones permanentes, nos movemos en un itinerario de probabilidades, que permiten una libre elección de posibilidades de eventos, todo lo cual está regido por leyes inmutables, en las que no caben las excepciones. Antes de nacer, cada individuo se traza un plan de vida, de acuerdo con sus necesidades de expansión y crecimiento. Hemos elegido tres maneras de aprender:

1.   El camino de la Voluntad, que no debe ser confundido con el del deseo, es el método de los seres más sabios, y consiste en conectar la voluntad humana con la Inteligencia Universal, confiando plenamente en que nada que no esté en nuestro programa de merecimientos y necesidades nos ocurrirá. Implica un uso permanente e inmediato de nuestra capacidad de decidir, evitando a toda costa la inercia. Por este sendero, actuamos por decisiones inmediatas, frente a cada acontecimiento, seleccionando aquello que creemos es lo mejor, sin preocuparnos sobre el acierto o el error. Esta es una ruta de iluminación en la que somos guiados internamente. Pocas personas adoptan este método.
2.   El camino del Amor. La fuerza de atracción se convierte en una fuente de motivación. Los sentimientos actúan poderosamente en este sendero, y nos impulsan a crecer, añorando la felicidad, la dicha, el logro de una compañía armónica, la protección, etc. El corazón se convierte en la guía. Este es un sendero de interiorización, en el cual aprendemos a contemplar la vida desde nuestra faceta emocional positiva.
3.   El camino del Dolor, el cual es la alternativa final. Si no hemos logrado obtener nuestras lecciones por los dos anteriores, nos vemos abocados a una vida llena de obstáculos, situaciones complicadas, pérdidas, privaciones, enfermedades, etcétera. Esta es una senda de exteriorización, en la cual las circunstancias nos obligan a involucrarnos. La vida parece tomar todas las determinaciones por nosotros, o nos presiona a escoger decisiones dolorosas, pues hemos renunciado con anterioridad al ejercicio de la voluntad, o la hemos usado en contra de la ley natural. A su vez hemos renunciado a la vía amorosa, eligiendo seguramente el placer, por encima de los derechos naturales de las demás criaturas. Este sendero, en el cual está involucrada una alta dosis de sufrimiento es, curiosamente, el más elegido por los seres humanos.


Durante la vida podemos cambiar de método de aprendizaje si así lo deseamos. Obviamente, si transitamos por la vía dolorosa, hemos de aprender a amar, a cooperar, a ser solidarios, para salir de ella y alcanzar el sendero del amor. Y si deseamos hollar el camino de la voluntad, es necesario vencer nuestros apegos, renunciar a toda vana ilusión y buscar nuestra conexión con la Inteligencia Universal. Cada camino tiene su propio método y hemos de aprenderlo previamente.
Cada vez que nos sentimos tristes, deprimidos, irritados, resentidos, dolidos, presas del sufrimiento, en realidad nos negamos a aceptar la realidad. Nuestro estado emocional es el resultado de sentirnos frustrados, porque las cosas no nos han salido como esperábamos. Nos sentimos víctimas de una gran injusticia, como si la Inteligencia Universal se hubiera olvidado de nosotros. Nuestra soberbia nos hace creer que en nuestro caso personal ha habido un error, y elevamos nuestras voces de protesta.
Todo sufrimiento cesa cuando se comprende que lo que ha sucedido ocurrió a la criatura adecuada, en el lugar preciso y en el tiempo exacto. No hay error. Si la naturaleza ha empleado un método drástico es porque no hemos aplicado más que a este procedimiento, y es solamente por esta vía que se obtendrá un avance, un aprendizaje del que carecemos. La Inteligencia Divina Universal contempla todas las posibilidades y siempre nos ofrece la mejor, no importa si nosotros la llamamos buena o mala, dichosa o desgraciada. El quejarse sólo significa que creemos saber más que la sabia Naturaleza.
El reconocimiento de la Sabiduría de la Naturaleza, esa faceta manifestada y perceptible de Dios, implica aceptación de nuestro propio destino. La Voluntad Divina no permite que ocurra nada que no deba suceder, a ninguna criatura. Esta aceptación no significa una renuncia, ni es una pasiva resignación. No implica que no debamos decidir, ni nos invita a la inercia. Por el contrario, de acuerdo con la Ley del Movimiento, cada momento de la vida requiere de una decisión para seguir adelante. Un obstáculo, una pérdida, no son más que señales de la vida para que revisemos nuestro itinerario o cambiemos de dirección. Si nos empecinamos en ir en contravía, o en derribar muros que no caen, no podremos ver todas las oportunidades y caminos que la Inteligencia Divina nos ofrece como alternativas.

Es mejor aprender de la Sabiduría de la Naturaleza. Si observamos la manera en que las aguas de un río hacen su recorrido, desde su nacimiento hasta llegar al mar, donde mueren para transformarse y volver a recorrer otros lechos, veremos cual ha de ser la actitud frente a los obstáculos. Las aguas no se complican. Siempre evaden aquello que no pueden derribar y descansan cuando la pendiente no les es favorable. Son raudas, veloces cuando pueden, fuertes, siempre buscando el mejor camino y sin perder la búsqueda del mar.

de:  LA AVENTURA INTERIOR  

“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”

Jose Vicente Ortiz Zarate

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jueves, 24 de octubre de 2013

LA ILUSION DE LA SEPARATIVIDAD



LA ILUSION DE LA SEPARATIVIDAD

Jesús ha dicho: Si aquellos que os guían os dijeran," ¡Ved, el Reino está en el Cielo!", entonces las aves del Cielo os precederían. Si os dijeran, “!Está en el mar!", entonces los peces del mar os precederían. Más bien, el Reino de Dios está adentro de vosotros y está fuera de vosotros.  Quienes llegan a conocerse a sí mismos lo hallarán y cuando lleguéis a conoceros a vosotros mismos, sabréis que sois los Hijos del Padre viviente. Pero si no os conocéis a vosotros mismos, sois empobrecidos y sois la pobreza.

Evangelio de Tomás



La religión es una ayuda dada a la humanidad, con el fin de guiar al individuo a encontrar su camino de retorno al Padre. Y, ¿dónde está el Padre? ¿Cuando se habla de volver, debemos pensar en algún lugar, en un tiempo o en algún estado de consciencia? Varias son las maneras en las que el hombre concibe a Dios, de acuerdo con su nivel de consciencia. La mayoría le creen afuera, en un distante y fantástico lugar llamado Cielo, pero el cual no logran definir en el espacio ni en el tiempo; otros buscan a Dios dentro de sí mismos, y algunos pocos le buscan a través de sí mismos en todas las cosas.
El monismo o concepción de la Omnipresencia Divina y la Divinidad de todas las cosas, es la esencia fundamental de los sistemas religiosos, la parte esotérica, lo fundamental, que rara vez es revelado al público, la mayoría del cual acepta una concepción dualista, con la Divinidad fuera de él. Muchos creyentes y seguidores de las religiones afirman doctrinariamente que Dios está en todas las cosas; pero, en la mayoría de los casos, no parecen creer en ello, si observamos sus acciones y rituales. Casi todas las Iglesias construyen templos, que sus seguidores creen un habitáculo divino, un lugar en el cual la Divinidad reside y a donde pueden acudir multitudinariamente en su búsqueda, para elevar sus oraciones y peticiones. El mundo está inundado de capillas, templos y santuarios de piedra. A manera de ejemplo de la aparente contradicción existente entre la enseñanza oculta y la exteriorizada, analicemos las palabras de San Pablo: "En Dios vivimos nos movemos y tenemos nuestro ser". No significa esto acaso, que el hombre está inmerso en la Divinidad misma? Sin embargo, la mayoría de los que se dicen ser los seguidores de Cristo, han construido múltiples imágenes o iconos de la Divinidad, antropomorfizándola y haciendo caer a los creyentes en la veneración y el culto a esas representaciones, lo cual crea en ellos la convicción de que las fuerzas divinas son completamente externas a él y que se encuentran en algún lugar distante, alcanzable sólo por los devotos y los santos. La mayoría de los que oran son enseñados a levantar sus ojos y elevar sus plegarias al cielo, el cual es tomado casi siempre por el firmamento azul de nuestra atmósfera terrestre. Los templos y santuarios están llenos de símbolos e imágenes, que por lo general son colocadas en lo alto, arriba de nuestras cabezas, como queriendo indicar que Dios se encuentra en las alturas, simbolismo que no es fácilmente interpretado por los creyentes, puesto que no ha sido debidamente explicado, y que refuerza en ellos su concepción de un Dios externo, colocado en un elevado lugar del espacio exterior.           
Si bien es sabido que una concepción específica de la divinidad es dada al hombre de acuerdo con su nivel de comprensión, y que muchos seres humanos aún sólo pueden entender a un Dios externo, tal noción ya no cabe en la mente racional de aquellos individuos que por su progreso evolutivo han alcanzado un más elevado estado de consciencia. Esto puede crear, y ha creado, una crisis en las creencias. La ciencia se ha encargado de mostrarle al mundo lo ilimitado del espacio exterior, cuya maravillosa infinitud se pierde en el laberinto de nuestra mente. Aquel que con ella escudriña el universo, entrará en contradicción si piensa que existe un Dios con limites, pues si concibe a la Divinidad afuera de él, necesariamente habrá de creer que él está afuera de ella y que por lo tanto los dos se hallan en un espacio diferente. Y si concibe a una Divinidad Omnipresente, racionalmente tendrá que rechazar y ridiculizar el culto a la Divinidad externa, a las imágenes, a los santuarios y a los templos.
Las creencias religiosas requieren con urgencia un replanteamiento de la concepción divina, un rebuscar de la verdadera religión, dentro de sus propios archivos, con el objeto de dar a conocer la esencia fundamental de la enseñanza acerca de la Divinidad, ya que la idea dualista hace que se llenen templos, donde a Dios se elevan infinitas peticiones, como si éste tuviera un gigantesco almacén desde el cual provee la satisfacción de los deseos y caprichos del ser humano, manipulado por el momentáneo éxtasis de una fervorosa petición, sin tener en cuenta quién merece o desmerece. ¿A tal oficio podemos reducir a Dios? Si así es, muy bajo han caído nuestras creencias, y tenemos más sombra que luz en nuestras consciencias.
Más racional y comprensible es el pensar que la Divina Voluntad, la Universal Inteligencia, que dirige y gobierna todas las cosas en este maravilloso Universo, compenetra toda la existencia, y que todos los seres nos hallamos en su divina presencia, siendo a la vez parte de ella. El Padre está en todas las cosas, en el interior y el exterior de ellas y, en un amplio sentido, en esta creación infinita no hay un arriba ni un abajo, no hay un adentro y un afuera, cuando hablamos de buscar a Dios. La Vida Una está en cada átomo, en cada mundo y en cada criatura visible e invisible, y se manifiesta en forma permanente, en perpetúo movimiento evolutivo. La presencia divina no es exclusiva de los templos y santuarios, pues Dios no está en un lugar sino en todos los lugares. La percepción de su presencia, el gozo de su riqueza, la participación consciente de su Divina Sabiduría, dependen por entero de nuestro nivel de consciencia y del enfoque de ésta. Apreciar a Dios es percibir lo ilimitado, es captar su presencia palpitante, viviendo en todo lo que existe. Divisar a Dios implica construir puentes de consciencia que comuniquen todos los niveles de percepción; es despertar nuestro poder de sentir, derribando todas las barreras del tiempo y del espacio. Para encontrar a Dios no hay que buscarlo, sólo hay que percibirlo, y esto puede hacerse en cualquier lugar del infinito espacio-tiempo.
Esta misma ilusión de estar separados de Dios obnubila nuestra mente y nos hace creernos separados de todas las cosas; pero, si todo lo existente es una sola esencia de la manifestación divina, omnipresente por naturaleza, entonces no hay separación real. El espacio se convierte solamente en una ilusión, debida a la limitación de los sentidos para percibir la realidad. La esencia de la vida es una sola, pues la deidad, la divinidad es Una, siendo todas las cosas una sola realidad, que vibra de infinitos modos. Esta ilusión de lo separado ha nacido necesariamente de una equivocada identificación con la forma externa, a través de la cual vibramos en este mundo denso. La mayoría de los seres humanos creen tener un límite, que no se extiende más allá de su piel y sus cabellos. Pero no somos solamente una forma; también manejamos fuerzas espirituales, vitales, emocionales, pensamientos e ideas, las cuales no son otra cosa que manifestaciones de sí mismos. Pero ninguna de esas cosas somos totalmente. Sin embargo, éstas sobrepasan el límite de nuestro cuerpo. Las fuerzas vitales pueden comunicarse y trascender la barrera de la piel, a través del espacio físico; las emociones se proyectan al ambiente y pueden ser percibidas y contagiadas aún a grandes distancias. Los pensamientos viajan sin límite y las ideas pueden ser captadas simultáneamente en distintos puntos del espacio y transmitidas de diferentes maneras a kilómetros de distancia. Nuestras energías mentales pueden viajar incluso hasta distantes sistemas estelares. ¿Cuál será entonces el límite de nuestras fuerzas espirituales? Y si éstas apenas son las energías que manejamos, ¿Cuál es la dimensión de nuestro Espíritu? ¿Tiene el Espíritu un límite o una medida? Si sólo vemos nuestras fuerzas y nos identificamos con ellas, como nuestra única realidad, nos veremos separados de las demás personas y cosas. Si observamos nuestras potencias  vitales, emociones y pensamientos, los límites se tocan, se compenetran o se confunden, haciéndose comunes muchas de sus energías; si apreciamos  nuestra espiritual realidad substancial, somos en esencia una sola cosa con todos los seres. No hay división, ni límites. La separatividad es tan sólo una ilusión, dada por la corta comprensión que tenemos de nuestra propia realidad, y de la manifestación de la divinidad misma.
Tristemente, tal ilusión ha engendrado el egoísmo. La personalidad ha confundido nuestro siempre existente y persistente llamado a la unidad, con el deseo de avasallar el mundo, con el creerse el rey de la creación. La voz interna que nos llama a ser uno con todos, ha sido tergiversada por la naturaleza humana por un mandato de ser mejor que los demás, diferente de cualquiera, más poderoso que la mayoría, y de querer reinar en un mundo donde haya cosas que nos pertenezcan, cuando en realidad nada nunca ha dejado de ser nuestro, pues jamás hemos dejado de serlo todo, ya que en el Todo vivimos inmersos, siendo uno con El. En esencia, Dioses somos, como lo afirma el axioma ocultista, sin límites en el espacio-tiempo, sin diferencia alguna con las demás criaturas existentes, en cuanto a nuestra realidad espiritual. Tan sólo vibramos de modos diferentes y nos manifestamos en facetas distintas, que nos hacen parecer disímiles. El hombre, pareciendo rey, es tan pequeño como la bacteria, si lo comparamos con el macrocosmos. La piedra es Dios que duerme, la planta es Dios que sueña, el animal es Dios que siente y el Hombre es Dios que se pregunta acerca de sí mismo. Las diferencias aparentes en vibración, figura, forma y niveles de consciencia, no son más que ángulos distintos, reflejos iridiscentes de un cristal de múltiples facetas llamado la Vida Una, que vive eternamente, sin un comienzo ni un final, si bien teniendo días y noches, despertares y ensueños cósmicos.
Bajo esta concepción, ¿Quién puede ser más grande que su hermano? ¿Quién distinto? La mente aprendiz nos tiende trampas que velan la visión interna, y nos envuelve en ilusiones que limitan nuestra comprensión. Meditemos profundamente en nuestra verdadera realidad, pues solo así encontraremos la voz real de nuestro ser y se hará posible la visión de lo infinito, la percepción de Dios. Entonces veremos a cada criatura como una parte de sí mismos y podremos integrar el observador con lo observado, percibiendo que somos una sola cosa. Sólo así dejará de existir la ilusión de la separatividad y el egoísmo habrá llegado a su límite. Unicamente así morirá el dragón a manos de la espada de la verdad del iniciado, alcanzando la añorada libertad suprema, pues solamente a través de la verdad seremos libres, como lo enseñara el Divino Rabí de Galilea.                                     
Sólo una universal comprensión de lo divino, de la naturaleza de todas las cosas, puede terminar con el separatismo, sombra poderosa de la Hermandad Universal; entonces los miles de nombres de Dios serán sinónimos, y todos los credos podrán ser uno, dejando de ser necesarios los rituales, los iconos, los santuarios y los templos, convirtiéndose cada ser humano, a través del despertar de conciencia necesario, en un sacerdote que oficia permanentemente en el templo de la divina naturaleza, siendo a la vez pastor y oveja. Unicamente así verá la humanidad morir la guerra y contemplar la aurora de la paz, que reina en la infinita comprensión de lo divino. Si entendemos que somos la divinidad misma en acción, no nos atreveremos jamás a emitir ni una sola energía, ni a cristalizar  un sólo acto que dañe a criatura alguna, porque estaremos viendo con claridad que tan sólo nos agredimos a sí mismos, clavando el aguijón en nuestra propia carne. Tendremos entonces la consciencia de que cada ser vibra a un ritmo diferente y va por un sendero evolutivo distinto. Dejaremos de exigir a los demás el que crean, sientan y actúen como nosotros. y no trataremos más de imponer credos ni doctrinas, respetando por entero la libertad de pensamiento, la libre voluntad de escoger el sendero más adecuado a cada cual. De igual manera veremos morir la crítica y el desprecio.
Si la consciencia de la humanidad se eleva al punto de lograr la identificación con lo infinito, dejaremos de ser ciudadanos de un pueblo, de una raza, de una nación o de un planeta, para convertirnos en ciudadanos cósmicos. Sólo así no habrá más luchas por banderas, colores, religión o partidos, y cesarán las fronteras y naciones. De otra manera no puede existir la fraternidad universal. Pero, ¿Cómo lograr tal identificación? Para esto es necesario atreverse, osar, avasallar las trampas, ilusiones y barreras de la mente, replanteando todas nuestras creencias acerca de lo que existe y buscando una explicación íntima y personal, acorde con nuestro momento evolutivo, con nuestra realidad presente y con nuestra capacidad de saber y comprender. Este trabajo implica un gran desapego por el saber científico, una desidentificación con los antiguos modelos del pensamiento, a través de un programa de descondicionamiento paulatino de la mente, que nos lleve a aprender, a pensar verdaderamente, facultad que estamos olvidando los humanos, manipulados por los intereses consumistas del mundo o por el egoísmo de unos pocos, o tal vez, deslumbrados por la aparente sabiduría mostrada por la vanidad científica o por la soberbia de los que pretenden ser los dueños de la verdad.
El descondicionamiento de la mente rompe el automatismo del pensamiento, y de las reacciones emocionales que desde hace millones de años están aliadas a nuestros procesos mentales. Quien se atreva a realizar este maravilloso proceso, descubrirá con sorpresa que lo que él creía ser, no es más que un conjunto de modelos mentales y emocionales, heredados de la cultura, y se encontrará a sí mismo con una naturaleza desnuda, que debe ser vestida con los ropajes de la verdad, y de la conducta consciente acorde con ella. Dejará de ser un autómata de la vida, para convertirse en el artífice de su propio destino.      
La identificación de nuestra realidad divina y de nuestra igualdad con todos los seres y las cosas, trae como resultado una revolución interior, la cual genera el comienzo de un cambio real y verdadero, que debe nacer en cada individuo. Tal revuelta fundamental es necesaria en el camino espiritual y precede al trabajo de enseñanza de todo caminante que pretenda cambiar el mundo. Sin esta consciencia de la igualdad esencial y divina, que se convierte en práctica interior y externa, nacida individualmente, todos los sueños de convertir la Tierra en un paraíso de armonía, son tan sólo vanas quimeras, que conducen a mayor separatismo, a una guerra más, que lucha por una nueva creencia que, por carecer del requisito esencial, está lejos de lo universal y por ende no logrará su objetivo de unificación.
El verdadero caminante del sendero espiritual ha de revisar muy bien su concepción de lo divino y, una vez con una consciencia clara al respecto, actuar en consecuencia con una visión cósmica y trascendental de la creación. Este es el camino real de la contemplación, que conduce a una percepción real de lo divino.


de:   LA AVENTURA INTERIOR 


“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”

Jose Vicente Ortiz Zarate

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