miércoles, 11 de diciembre de 2013

OPCIONES Y DECISIONES



OPCIONES Y DECISIONES

  
Uno de los más grandes fantasmas de la mente humana, es el de la preocupación por el futuro, fenómeno característico de nuestra especie. Por lo general, el hombre cavila constantemente acerca de lo que hará mañana, dando por sentado que su vida terrenal continuará más o menos bajo los mismos lineamientos que la presente. La cultura actual nos ha enseñado el ideal del éxito, y el frustrante camino del fracaso, patrones fuertemente arraigados en el subconsciente de la raza, que hacen surgir, como un géiser, el miedo a equivocarse, a tomar el sendero incorrecto.
La mente humana está llena de informaciones diversas, muchas de ellas inconsistentes, con respecto al futuro. De una parte, se suele creer en el destino, en un plan determinado, lineal por entero, y frente al cual la voluntad humana es impotente. Esta creencia admite la predestinación absoluta para todos los seres, aceptando un plan previamente elaborado por la Mente Divina, sin alternativas. De otra parte están los sueños, las ilusiones, los anhelos y el ímpetu del deseo, que nos impulsan a querer hacer o tener cosas, con el desconocimiento del plan de nuestra vida, en un vano intento de coincidir con la Voluntad Divina, y confiando en que merecemos aquello con lo que soñamos. También están los que creen que no hay predestinación alguna, que no hay plan ni sendero, y que cada ser humano es el arquitecto de su propio destino.
Tanto si creemos que hay un plan como si no, nos sentimos asaltados por la duda constante, frente a las encrucijadas de la vida, la cual nos plantea frecuentes oportunidades simultáneas, ante las cuales es necesario decidir. Es allí donde el temor de ir hacia el lugar equivocado nos asalta, y con frecuencia nos quedamos estáticos, paralizados a veces, dejando que pase el tiempo para ver si nuestra visión se aclara, y viviendo la angustia que se genera en la mente cuando hay una situación sin resolver, lo cual indudablemente genera sufrimiento e infelicidad.
La vida de cada ser humano es una maraña de acontecimientos, planeados con anterioridad al nacimiento, mediante un sistema de múltiples probabilidades que conducen, todas ellas, al aprendizaje de una serie de lecciones necesarias para la conquista de la libertad, ese precioso don que yace latente en lo profundo de nuestra naturaleza. El camino de nuestra vida, hacia la liberación, es similar al sendero de una hormiga que planea subir por el tronco de un árbol frondoso, para llegar a la copa y ver el cielo desde allí. No bien comience a caminar, encontrará muchas bifurcaciones. El pequeño animal no se sentará en cada una de ellas a pensar cuál será la mejor, sino que seguirá su impulso instintivo, tomando cualquiera de ellas, con la seguridad de que el árbol está construido de tal manera que todas las ramas conducen a la copa. No importa  a qué lugar de la copa llegue; de todas maneras se verá el cielo desde allí. Las fuerzas que precipitan los acontecimientos de nuestra vida, están organizadas de tal manera que siempre hay un camino con resultados garantizados en todas las direcciones posibles que ofrecen las encrucijadas. La ley imperante de la vida es la del movimiento universal, y ésta también cobija el flujo de los acontecimientos. Detenerse en el camino, paralizados por el demonio de la duda, implica navegar contra la corriente de la ley natural, la cual siendo más fuerte que nosotros terminará arrastrándonos en la dirección predominante. Todo aquello que se detiene se descompone. Lo que cesa de fluir muere. Este mecanismo generalmente actúa en dos polaridades: una conduce a la putrefacción y la otra a la fosilización, vías que finalmente significan descomposición, la cual libera las partículas, para integrarlas a la naturaleza fluida. En nuestra vida cotidiana, esto significa que el no decidir traerá a nuestra vida una corriente de fuerzas, que nos obligarán a movernos en una dirección que restablezca nuestra búsqueda de la libertad. Cuando no decidimos, la vida toma la determinación por nosotros, siguiendo una ruta inteligente.
Existen tres caminos para aprender nuestras lecciones: el de la Voluntad, el del Amor y el del Dolor. El primero de ellos es el camino de las decisiones. En este sendero confiamos en que la inteligencia Universal solo coloca frente a nosotros todas las posibilidades de vida y experiencia que nos son afines y necesarias, y que a través de cualquiera de ellas aprenderemos una lección planeada con anterioridad. La misma Inteligencia Universal imposibilitará aquello que no nos corresponde, colocando un obstáculo que impida tomar un camino que no es nuestro. Las oportunidades se darán con facilidad, para actuar de tal manera que sembremos causas que nos atraigan un futuro lleno de efectos agradables, de acuerdo con la Ley de Causa y Efecto. Este es el sendero sin sufrimiento, en el que hacemos uso de la libertad. Si no lo usamos, significa que nos estamos deteniendo, y la vida activa un mecanismo de emergencia, de alerta, introduciéndonos en el camino del Amor, el cual con frecuencia afectará nuestros sentimientos. Este es una ruta de interiorización. Esto significa que aparecerán en nuestra vida una serie de acontecimientos que tocarán nuestras emociones, para removernos internamente, con el objeto de que nos movilicemos hacia alguna dirección, motivados por nuestras sensaciones frente a las personas y a las cosas. Las experiencias serán fuertemente emocionales, y causarán algún sufrimiento, de leve a intenso, con el fin de sacarnos de nuestro estado de estupor o indiferencia. Si aún así, no tomamos decisiones, e insistimos en permanecer estáticos y no avanzar, se activará el tercer mecanismo: seremos llevados al camino del dolor. Esta vía es de exteriorización. En este sendero ya no hay opción de decidir, hasta que hayamos aprendido la lección que nos negamos a tomar  por las dos alternativas anteriores. La vida tomará las decisiones por nosotros, llevándonos a vivir experiencias tortuosas, de pesada carga, de intenso sufrimiento, para amilanar a nuestro ego, rompiendo el velo de la soberbia, que con frecuencia obstruye la clara visión de la vida. Este tercer camino también nos hará nobles y sabios, ya que el sufrimiento tocará la sensibilidad de nuestro ser interior. El mecanismo de este sendero es como la clavija que templa la cuerda de la guitarra, para buscar una nota más alta.
Podemos leer en el libro de nuestra propia vida, hojeando las páginas de nuestros acontecimientos. Si nos encontramos en callejones sin salida, tales como enfermedades crónicas, grandes deudas, soledad forzosa, pérdida de la libertad, sometimiento, irrealización de nuestros sueños, trabajo duro y mal remunerado, maltrato, pobreza, aislamiento etcétera, esto significa que no hemos sabido tomar decisiones, y que hemos dejado que la vida llegue hasta el tercer mecanismo. Por eso nada parece salirnos bien. Por el contrario, todo se descompone, desbarata u obstruye. Sentimos que la vida es implacable. Con frecuencia, en lugar de revaluar nuestra condición de inercia, sacamos a relucir nuestra soberbia, y achacamos nuestro mal estado y nuestro fracaso a otros, o entramos en rebeldía contra la divinidad, pensando que Dios está equivocado, y que somos víctimas de una tremenda injusticia. A veces creemos que somos presas de algún extraño maleficio o brujería, creyéndonos inocentes víctimas, lo cual en realidad no es así, aunque no sería extraño que la inteligencia de la vida utilizara este método para aplacar nuestro orgullo.
Si queremos salir del camino del sufrimiento, es necesario volver a la vía del Amor. No podemos de una vez pasar al de la Voluntad, puesto que esta facultad duerme profundamente, y no despertará de manera fácil. Nuestra soberbia puede hacernos creer que lo lograremos, pero con seguridad esto nos llevará a un nuevo fracaso. Lo mejor en estos casos es retomar el sendero del Amor. Para esto es necesario dejar de culpar a Dios, o a los demás, de lo que nos ocurre, y mirar la vida desde una perspectiva interior, para encontrar qué será aquello que la Inteligencia Universal quiere enseñarnos. Si nos colocamos en esta nueva actitud, no tardarán en aparecer personas y acontecimientos que moverán nuestros sentimientos profundos, dándosenos nuevamente la opción de explorar la vida desde el mundo emocional. El amor hacia uno mismo, y hacia los demás, es la clave para permanecer en este sendero. El egoísmo y la soberbia nos llevarán de retorno a la vía del dolor.
Si al leer nuestra vida nos encontramos con que el oleaje de las emociones y sentimientos nos generan sufrimiento, hemos de comprender que hemos dejado de tomar decisiones a su debido tiempo, y que la vida ha puesto en acción el mecanismo de alerta, creándonos situaciones que nos alteren internamente. Si queremos retomar el camino de la Voluntad, es necesario que recuperemos nuestra seguridad en la Inteligencia Universal, y rompamos las dependencias afectivas, que con seguridad hemos adquirido en el camino de lo emotivo. Hemos de volver a confiar en Dios, fuente infinita de toda energía, de toda fuerza y de todo alimento físico y espiritual. Para ello, es necesario que tomemos decisiones, despertando el bloqueado mecanismo de percibir ya que, sin importar el camino que tomemos, si nos dejamos guiar por nuestra sabiduría interna, la Inteligencia Cósmica nos conducirá a puerto seguro, aprendiendo nuestras lecciones sin sufrimiento. La soberbia y el egoísmo, fantasmas de nuestra mente, tratarán de impedir nuestro regreso a la vía de la libertad. La  percepción de la sabiduría interna, que yace en el corazón espiritual, es el requisito necesario para permanecer en el camino de la Voluntad.
En el sendero volitivo se nos presenta una experiencia de poder, en la que debemos aprender a actuar de inmediato, tomando las decisiones correctas, al resonar con la Inteligencia Universal. En el camino del Amor se nos invita a una experiencia de interiorización, que afecta nuestros sentimientos y emociones, para aprender a vivir sin apegos, amando con libertad, al resonar con la unidad de toda vida. En la vía dolorosa somos encausados a una experiencia de exteriorización práctica, de acción y trabajo en el mundo de la materia, afectando nuestro cuerpo y nuestras diarias circunstancias, a fin de doblegar la soberbia, y retomar la senda que nos aporta un mayor crecimiento, con menos complicaciones. En cualquiera de los tres caminos sigue funcionando la ley del movimiento. Si fluimos, si aceptamos las cosas, éstas se facilitarán. Si nos detenemos, si nos estancamos, las cosas tenderán a complicarse. La incertidumbre, además, genera sufrimiento, porque la mente nos torturará, e insistirá en un asunto dado, hasta que hallemos una solución a lo que está pendiente.
Las decisiones nos llevan a solucionar las situaciones, a resolver lo que frecuentemente llamamos problemas. Si ya nos hemos complicado la existencia, hemos de crear una estrategia para salir del embrollo, en lugar de sentarnos a esperar que algo o alguien espontáneamente arregle nuestros asuntos. Podemos optar por dos tipos de soluciones: de hecho o de actitud. La primera de ellas, nos lleva a realizar gestiones inmediatas, que generen cambios a nuestra actual condición, tratando de agotar, en primera instancia, todo aquello que podamos hacer por nosotros mismos, para luego pedir ayuda, si es necesario, en aquellas cosas que estén fuera de nuestro alcance. Obviamente, la acción debe estar encaminada a cambiar realmente el curso de navegación actual, porque si insistimos en lo mismo, probablemente volveremos al  comienzo.
Pero a veces nos encontramos en situaciones en las que poco o nada podemos hacer para generar un cambio. Nos encontramos con las manos y pies atados, aparentemente en un callejón sin salida, en medio de un fuerte sufrimiento. Es aquí cuando debemos recurrir a las soluciones de actitud, cambiando la forma en que estamos viendo el asunto. Para ello, debemos primero aceptar que si no hay una aparente salida es porque debemos vivir la experiencia, y la mejor forma de salir del esquema del sufrimiento es evitar ver hacia afuera, abandonar la idea de mártires, e interiorizar la situación, es decir, tomar la decisión real de dejar de sufrir por lo que está sucediendo, y verlo como algo que necesariamente tiene que ocurrir, como parte de un plan inteligente, que más adelante nos llevará a etapas más relajadas. Siempre es posible encontrar algún bien en lo que creemos que es malévolo, ya que las cosas simplemente son. Es nuestra mente, por su manía de idealizar y categorizar las cosas, la que decide que algo es bueno o nefasto. El sufimiento sobreviene cuando hemos decidido que lo que ocurre es malo, y desaparece cuando cambiamos nuestra actitud y vemos el otro lado de la moneda.
La vida siempre nos muestra múltiples opciones para tomar decisiones, en ejercicio de la libertad. Es prudente, en este sendero, examinar nuestras vidas para ver si tenemos asuntos pendientes, situaciones a resolver. Son aguas estancadas que se convierten en fuentes de inercia, y en las que muy pronto aparecen los agentes descomponedores, lo cual equivale a decir, seres y situaciones que nos complicarán la existencia, trayéndonos una buena dosis de sufrimiento.


 de:  LA AVENTURA INTERIOR  

“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”

Jose Vicente Ortiz Zarate

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