LA ENFERMEDAD:
UN ALTO EN EL CAMINO
Otro motivo de sufrimiento suele ser la
enfermedad, cuando la estructura o función de nuestro cuerpo ha sufrido daño.
Casi siempre es fuente de dolor y menoscabo físico y psicológico.
La enfermedad suele aparecer por dos vías: la
del cuerpo físico y la de nuestras energías sutiles. En el primer caso, el vehículo
físico suele alterarse cuando es mal nutrido, intoxicado, agredido, o sometido a excesos que superan su
normal capacidad de recuperación y desintoxicación. El exceso de trabajo, la
falta de sueño, dietas escasas de los nutrientes necesarios, accidentes,
heridas, ingestión de sustancias no asimilables y de difícil eliminación,
exposición a agentes tóxicos o radiactivos, polución etcétera, son algunas de las causas frecuentes de
perturbación. Un cuerpo con alteraciones funcionales o estructurales no responde
adecuadamente a los impulsos de acción, provenientes de la mente y las emociones, por lo cual muchas de estas
energías se represan, causando conflictos internos que se vuelcan luego en
forma de drenaje al exterior, como irritabilidad, agresividad, llanto. Además,
suelen surgir temores, impaciencia, ansiedad, angustia, desesperación, rebeldía
y muchas otras emociones, las cuales a su vez afectarán al cuerpo denso, debido
al desequilibrio de neurotransmisores que éstas desencadenan.
La segunda vía de entrada de la enfermedad es la
de las energías sutiles, es decir desde el nivel de los pensamientos y las
emociones. Ya hemos analizado el hecho de que cada pensamiento y emoción
producen un efecto, una cascada de eventos biológicos, una multiplicidad de reacciones
químicas que dan como resultado una modificación funcional de nuestro
organismo. Cada pensamiento y emoción generan la liberación o supresión de
sustancias específicas en el cuerpo.
Las emociones y pensamientos que se traducen en aflicción producen trastornos que van en detrimento de
nuestra organización biológica. Si estos estados son temporales, también lo son
sus efectos en el cuerpo, pero si se trata de un
sufrimiento sostenido o repetitivo, las funciones corporales terminan por
deteriorarse por largo tiempo, dando lugar a daños
estructurales, característicos de las enfermedades crónicas. Por ejemplo,
frente a una situación de peligro, experimentamos miedo
angustiante. Entre otros efectos, el corazón late más rápido de lo habitual.
Pasado el peligro, y ya recuperados de la impresión, el ritmo
cardiaco se normaliza. Pero si de alguna manera la situación alarmante se
prolongara por varios días, con gran intensidad, el
corazón sostendría su ritmo acelerado, la tensión arterial se aumentaría y podría
producirse un daño severo.
Cada emoción descontrolada o excesivamente
reprimida afecta a ciertos órganos en particular. El organismo se altera en realidad respondiendo a un programa
de adaptación a las diferentes circunstancias. El objetivo del cuerpo es el de
prepararse para la supervivencia. No pasaría nada si al actuar de inmediato,
conservando una calma real, se buscara una solución de hecho o actitud, para
resolver la dificultad. Pero si nuestra mente se encuentra altamente
condicionada, y el acontecimiento está clasificado en ella
como extremadamente malo, desgraciado tal vez, el impacto emocional será
violento, traumático, y generará un tremendo disparo de neurotransmisores, una fuerte
alteración eléctrica en el cerebro, un cortocircuito en el centro de comando de
nuestro cuerpo. Entonces se producirá un daño cerebral en una zona específica, lo cual obviamente impedirá que se ejecute correctamente el
programa allí contenido para cierta parte corporal, o grupo de órganos en particular. Si el individuo exterioriza, comenta su situación de sufrimiento, sentirá de alguna manera un alivio, un drenaje para tan tremenda
descarga. En este caso, el cerebro iniciará de inmediato su reparación, y, lógicamente, comenzará un proceso de curación natural del órgano afectado
funcionalmente. Pero si el individuo padece en silencio durante algún tiempo, y no se atreve a compartir su trauma, máxime si el acontecimiento era
totalmente inesperado, el efecto de su sufrimiento será sumatorio y se
complicará aún más el daño cerebral. Esto afectará de manera grave al órgano
asociado a esa parte del cerebro, y pasará del daño
funcional a un daño estructural severo, como es el caso de un cáncer.
Obviamente, si no se encuentra una solución de
hecho o de actitud frente a la dificultad traumática, o si este proceso se
realiza demasiado tarde, la bola de nieve se convertirá en un alud que puede
llevar a la destrucción del organismo.
Nuestra humanidad, guiada por la ciencia, desconoce casi por completo este mecanismo de la enfermedad, y la enfrenta de una manera totalmente diferente,
recurriendo a medicamentos, sustancias químicas que buscan restablecer el
equilibrio, pero la mayoría de las veces sin conseguir nada más que una
estabilización del daño causado, junto con adversos efectos secundarios
generados por los químicos que se ingieren por largo tiempo.
El individuo suele acudir al médico o terapeuta, y delega en él la responsabilidad de la curación. Es
frecuente escuchar decir en los consultorios: "Doctor, me pongo en sus
manos". Al paciente (no sé porque le han llamado
así, si casi siempre está impaciente por sanarse, o por lo menos porque le atiendan rápidamente), le parece que la solución está en tomar unas cuántas
medicinas, hábilmente formuladas por el experto. Sólo en
las últimas décadas ha empezado a hablarse en los medios científicos de las
enfermedades psicosomáticas, en algunos casos.
La enfermedad impone, a quien la padece, un alto en el camino. Lo
incapacita para evitar que continúe actuando de la misma manera, puesto que así ha llegado al conflicto presente. En realidad
es un método, una técnica, un tanto amarga, que evita un daño mayor. La incapacidad tiene por objeto el
proyectar al individuo hacia el mundo interno, esa parte de sí mismo que pocas
veces contempla conscientemente. El sujeto enfermo debería en realidad hacer un
descanso reflexivo para identificar la causa real de su padecer.
Un inventario de sucesos y de nuestra actitud
frente a ellos, con anterioridad a la aparición de la enfermedad, puesto que la
causa es anterior a los síntomas, sería muy útil para detectar donde comenzó el
conflicto. Las enfermedades agudas tienen causas cercanas, en tanto que en las
crónicas se remontan tiempo atrás, incluso hasta varios años.
La memoria es muy útil en estos casos, junto con las emociones y sensaciones
adheridas a cada recuerdo. Toda imagen de un suceso pasado, que evoque emociones que generen sufrimiento, mortificación,
es una pista para hallar fuentes de padecimientos actuales. Toda experiencia
traumática, que haya generado un fuerte choque, es probablemente una causa real de un desorden biológico. Si
esas experiencias que se recuerdan, y que son dolorosas,
reviviendo las intensas sensaciones que se experimentaron en su momento, aún no se han superado completamente, y no han sido
psicológicamente digeridas, siguen siendo raíz
de enfermedad; pero si por lo contrario, las imágenes que se reviven no generan dolor en el presente, por haber sido experiencias convenientemente
asimiladas, el organismo debe haber sanado o estar en proceso de recuperación
del daño orgánico.
Una vez hallada la lista de todas aquellas cosas
del pasado que le adolecen, el padeciente debería de hallar una solución real,
efectiva e inmediata, para resolver sus mortificaciones, tomando
cartas en el asunto, mediante decisiones claras que lo lleven a
acciones concretas o a verdaderos cambios de actitud. Es absolutamente
necesario moverse de la posición mental presente, rompiendo esquemas antiguos.
Es pertinente perdonar y perdonarse, dejando de culpar y de culparse, evitar seguir sintiéndose víctima, y aceptar la realidad presente y la pasada,
de la cual sólo quedan recuerdos y secuelas; es imprescindible deponer la
soberbia, desmontar todos los sueños que han conducido a frustraciones,
desapegarse de personas y cosas que han partido. Es necesario, con gran
resolución, decidir no
continuar sufriendo,
encontrando las causas y motivaciones ocultas que nos han llevado a
empecinarnos en ese algo que la realidad no precipita, o hace contrario. Es bueno aprender a ver que en el caso personal ha ocurrido
lo que se necesitaba que sucediera, y que no ha habido ningún
error, aunque parezca injusto a la luz de los archivos condicionados, los cuales, entre otras cosas, necesitan ser revisados y reemplazados, por otros más acordes con lo que la vida ofrece.
El proceso en sí tiene sus propios conflictos, debido a la resistencia que ofrecen los archivos y órdenes
de la mente condicionada, los cuales deben ser detectados y corregidos rápidamente. Este asunto de la sanación requiere
de un gran esfuerzo personal, y en ocasiones de alguna
ayuda afectiva, de asesoría, y de un alrededor ambiente
armónico que evite que se generen más conflictos adicionales, ya que la estructura de la persona, golpeada por el
torbellino de los conflictos, se ha menguado en resistencia y continúa siendo
de gran fragilidad, hasta tanto no se alcance la salud completa.
El hecho de estar enfermo es una prueba clara de
que no estamos aprendiendo nuestras lecciones por la vía de la comprensión
consciente. Es evidente que se están reprimiendo las emociones, que se está
tragando entero, sin digerir ni asimilar las experiencias. Se hace palpable el
hecho de que no se acepta la realidad, y hay un foco de resistencia que se somatiza. Además, es prueba real de que el baúl de la intimidad existe, estando demasiado
lleno, tal vez a punto de explotar o estallar.
La enfermedad es una maravillosa técnica natural, portadora de información, proveniente del mundo interno. Es una alarma la cual se dispara para avisar que se está tomando el
camino del dolor y que, si se sigue por esta ruta, el individuo habrá tomado la alternativa de complicarse la
vida. Es, además, una magnífica oportunidad de cambiar, para tomar el sendero del Amor, el de la
comprensión consciente, el de la profunda compasión. Durante el proceso de
recuperación se eleva la nota vibratoria de nuestra estructura, creándose una interfase, un puente entre nuestra naturaleza
manifiesta, densa, fácilmente perceptible y nuestra naturaleza interna, sutil,
rara vez perceptible por la conciencia ordinaria.
de: LA AVENTURA INTERIOR
“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”
Jose Vicente Ortiz Zarate
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