miércoles, 15 de octubre de 2014

El 10%

  El 10%
 
Desde mediados del siglo pasado nuestros científicos nos vienen bombardeando con la idea de que los humanos usamos algo menos del diez por ciento de nuestra capacidad cerebral. No es una verdad comprobada y, quizá por ello, se ha convertido en un mito que se da por cierto en muchas esferas de nuestra sociedad.

Dicho esto; no obstante, estamos obligados a decir que hay, desde el punto de vista del Mundo Oculto,  parte de verdad en dicha asertación.

Ya hemos hablado en multitud de ocasiones que el cuerpo humano viene a ser una especie de androide biológico o ciborg que es cabalgado por un Ser Superior llamado Espíritu humano; pero la parte de ese Ser eterno e inmortal se suscribe a una minúscula porción que unida al cuerpo vital del cuerpo, denominamos como Alma.

Alma es tanto lo que nos permite vivir y movernos como aquello que nos permite ser conscientes de nuestro entorno y de nuestros actos. La cantidad de Alma que contiene cada androide humanoide es diferente y puede ir desde una porción minúscula, caso de los mal denominados retrasados, hasta una mayor como en el caso de los que denominamos como genios o superdotados.

Hemos afirmado, con contundencia, que los denominados retrasados son solo supuestos, dado que su Espíritu es tanto en calidad como en cantidad idéntico al resto de sus congéneres y la única diferencia es la cantidad de Espíritu que se manifiesta mediante su androide biológico; es decir, su Alma.

Dios es Luz y nada puede mirarlo a la cara salvo que quiera ser disuelto en un mar de llamas. Esa es la Cuestión, el espíritu divino del Hombre como divinidad que es, posee un poder energético inconcebible que un mero cuerpo humano no podría soportar ni en su totalidad y ni tan siquiera en una porción de cierta importancia. Somos seres minusválidos en tanto en cuanto nuestros cuerpos no poseen la necesaria capacidad de manifestar la totalidad de nuestros espíritus, dado que nuestros cuerpos son materia y nuestro espíritu es pura Energía Cósmica.

Con la Iniciación se da el paso hacia la iluminación progresiva y, al unísono, al reforzamiento y espiritualización de nuestro propio cuerpo físico. Según se va haciendo más sutil el androide humanoide, va siendo capaz de soportar mayor cantidad y calidad de su Espíritu inmortal y por lo tanto su Alma más poderosa, su consciencia mayor y cercana a la iluminación plena.

Este proceso acaba en el Adepto, cuyo cuerpo ha sido transfigurado de tal modo que sus partículas físicas vibran a tal velocidad que pueden moverse entre mundos de diferente vibración. Ese Cuerpo Alma es el vehículo Chrístico, Vellocino de Oro y Santo Grial de toda la Tradición Iniciática, desde el Pueblo Sumerio hasta nuestros días pasando por Egipto y Grecia.

Es debido a esto por lo que los adeptos pueden realizar hechos supuestamente milagrosos o mágicos, dado que tanto su consciencia inteligente de los diversos planos así como del conocimiento de las leyes universales les permiten mostrarse como supuestos dioses y mantenerse intactos, tras el transcurrir del tiempo, pareciendo que el efecto del paso del tiempo no hace mella en ellos y mostrándose ante nuestra mirada con el mismo aspecto juvenil. También pueden aparecer y desaparecer de los diferentes planos existenciales a voluntad, dado que sus moléculas son moldeadas a placer por sus espíritus y utilizando, siempre, la propia materia del Plano dimensional en que se encuentren.

Los métodos de comunicarse de los adeptos con nosotros son múltiples y van desde la simple inspiración hasta la presencia física ante sus discípulos. La inspiración puede mostrarse mediante la intuición o en sueños. Mediante lo que se denomina, de forma equivocada, como escritura automática u otras manifestaciones supuestamente mediumnicas. De forma personal mostrándose físicamente con su propio cuerpo o por medio de maestros intermediarios.

Somos conscientes que la diferencia transformativa, más que evolutiva, respecto al común de los mortales podría hacerlos parecer dioses ante nuestra presencia como así les pareció a nuestros antepasados; pero debemos tener claro que son mónadas espirituales exactamente idénticas a las nuestras no existiendo diferencia cualitativa, como conjuntos completos, entre nosotros. La única diferencia está en la capacidad de poder manifestar ellos, de forma consciente, una mayor cantidad de su microcosmos, la mónada antedicha, con las capacidades que ello conlleva.

Se suele decir que el Maestro aparece cuando el Discípulo se encuentra preparado y esto es así no solo en el sentido intelectual sino incluso en el sentido puramente físico del androide biológico pues si éste no estuviese lo suficientemente transformado, vibrase a una frecuencia superior, el alumno no solo no podría comunicarse con su Maestro, sino que la energía cósmica de aquél podría desintegrar el cuerpo físico poco evolucionado de su discípulo. Esto no ocurre evidentemente puesto que no puede existir un maestro así para un discípulo así.

Por lo tanto, no es solo una cuestión de capacidad cerebral, que también, dado que el cerebro humano está preparado para permitirle a su jinete, al Espíritu, un mayor control y también una mayor capacidad; pero esa capacidad y ese control no se pueden adquirir por medios puramente intelectuales; sino que requiere de un entrenamiento corazón-cerebro, para que su coordinación pueda transformar todo el sistema nervioso simpático de la cabalgadura, nuestro vehículo físico, que permita una sutilidad cada vez mayor y la necesaria comunicación con el Maestro.

Como dijimos, este Proceso se conoce como Iluminación y es progresivo. Ese, de algún modo, nacimiento nuevo, nos transforma de Homo sapiens en Homo Illuminati; de seres normales de carne y hueso en adeptos rosacruces con cuerpos celestiales.

Ciertamente nuestro cerebro puede acumular mucha más información y capacidad de procesamiento superior a ese diez por ciento que aparece en el título de esta reflexión; pero seamos conscientes que llegado un momento, ni siquiera esa capacidad física, podría contener la totalidad de la energía atómica que constituye el Microcosmos de la mónada humana.

Podríamos decir, sin equivocarnos, que si la media de la especie humana solo usamos algo menos de ese miserable diez por ciento, será que aún nos queda mucho por recorrer hasta convertirnos en verdaderos hijos de Dios, de nuestra mónada Espiritual, de nuestro Microcosmos o Dios interior.


Aralba
 
 
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