sábado, 24 de mayo de 2014

El Quinto Elemento

El Quinto Elemento


Ángel Ruiz Cediel


El impresionante logro que termina de realizar la Ciencia, a través de los resultados obtenidos en el Acelerador de Hadrones de Ginebra, no es en realidad sino la constatación de la existencia de algo tan remoto como lo que los griegos clásicos llamaban éter, hoy renombrado el propio de Campo de Higgs, en el que el Bosón de Higgs es su quanto. Han encontrado –o confirmado científicamente- la existencia del Quinto Elemento (agua, tierra, aire, fuego y éter -o Campo de Higgs-), la quintaesencia que trató de comprender Empédocles y que predefinió Platón, la substancia primordial que defendía Aristóteles, la naturaleza perfecta que intentó describir Salomón o el elemento primordial que Hugo de Santalla definió en el s. X en su “De secretis naturae” como “un elemento primordial en forma de calor o espíritu ígneo, de sutil consistencia material, que está presente en todo el universo, dotándolo de movimiento, comunicando sus partes y que es capaz tanto de formar como de descomponer cualquier sustancia natural.“

El éter o Quinto Elemento fue perseguido a lo largo de la Historia tanto por la Ciencia como por la Alquimia, unos para negarlo y otros para corroborar su existencia. Maxwell y sus ecuaciones primero, Faraday después y Tesla más tarde, intentaron definir su existencia, alcanzándose con el experimento de Michelson-Morley, a principios del s. XX, la conclusión de que el éter o quintaesencia no existía, pues que no alteraba la velocidad de la luz en cualquier dirección que se proyectara. La cuestión pareció zanjada, al menos hasta que los postulados de la recién nacida Física Cuántica, vitalizada por brillantes mentes como la de Plank que demuestran la imperiosa necesidad de su existencia para explicar el orden físico de la materia. Por una parte, si con el experimento Michelson-Morley pareció demostrar la no-existencia del éter por cuanto no invalidaba la Teoría General de la Relatividad, las ecuaciones cuánticas aseveraban todo lo contrario, ya que eran mensurables ciertas fluctuaciones en la energía de los campos electromagnéticos. ¿Cómo podía una sustancia o elemento ser tan contradictorio?... Parecía que la Física había llegado a un nudo gordiano que por el momento no era capaz de deshacer. Sin embargo, aunque el fracaso del mencionado experimento corroboraba la Teoría General de la Relatividad, fue el propio Einstein uno de los más firmes defensores de la existencia del éter. Volvió a poner el asunto sobre el tapete Willis Lamb, quien recibió el Nóbel de Física por sus estudios acerca del intercambio de energías entre las partículas cargadas y el vacío, no sólo mensurables, sino capaces de producir efectos reales constatables. Esto demostraba, por una parte, que el vacío no estaba vacío, sino extraordinariamente cargado por un enorme potencial de energía (10108J * cc), una cantidad de energía tan magnifica que si pudiera convertirse en materia sería superior la existente en solo centímetro cúbico a toda la que puede existir en el universo. De alguna manera, las ecuaciones de Lamb demostraban que toda la realidad material y la cuántica se generaba en algo, en ese éter o esa quintaesencia que impregna todas las cosas del universo, moviéndose en todas las direcciones al mismo tiempo. Cosa ésta particularmente curiosa, por cuanto los griegos clásicos consideraban a los cuatro primeros elementos con características de movimientos “lineales”, y al quinto elemento o éter como de movimiento “circular”.

Fue en 1964 cuando seis físicos, entre los que destaca Peter Higgs, propusieron la existencia de un campo primordial (Campo de Higgs) en el que su quanto sería el bosón de Higgs, todo ello como parte de una mecánica desarrollada para explicar la masa (materia) de ciertos bosones o partículas. Un bosón, el de Higgs, constituido de una forma tal que según su planteamiento no tendría spin o carga eléctrica, en cierta forma perfectamente descrito empíricamente tanto por Salomón como por Hugo Santalla, como se puede comprobar más arriba. La teoría era no sólo buena, sino también hermosa y simple, y venía en cierta forma no únicamente a reconciliar la física de lo grande (la materia) y de lo pequeño (Física Cuántica), sino que también resolvería de una vez por todas las divagaciones que han inquietado a los físicos desde la Grecia Clásica y nos permitiría comprender no sólo la existencia de la materia, sino la formación misma del universo. La cuestión más peliaguda a esta hermosa y armónica sucesión de ecuaciones que justificaban el éter o quintaesencia radicaba ahora en demostrarlo, y, en un plausible esfuerzo conjunto de la Ciencia internacional, los países unieron sus capacidades y recursos para encontrar la panacea y cartografiarla, construyendo el Acelerador de Hadrones o LHC. El resultado, por ahora en vías de reconfirmación, no ha podido ser más espectacular: el Campo de Higgs existe, por cuanto el bosón de Higgs ha sido detectado en todos los experimentos llevados a cabo.

Las implicaciones de este descubrimiento no pueden ser más apasionantes, y sus aplicaciones son tales que son difícilmente imaginables por ahora. desde luego, podemos deducir que si existe el éter o quintaesencia, si este Quinto Elemento es real, y todo lo desarrollado hasta ahora así parece confirmarlo, significa ni más ni menos que las ecuaciones de Lamb son igualmente ciertas y que en cada centímetro cúbico de vacío existe una cantidad de energía tal que sería superior a toda la materia visible del universo. En cierto modo, es como si hubiéramos encontrado la Piedra Filosofal o el Oro Alquímico.

Ahora les corresponde a los físicos la forma en que este capital descubrimiento puede ser aprovechado en el bien colectivo de la Humanidad. Los métodos para ello no tardarán en llegar, sin duda; pero tarden lo que tarden, suponen, en el peor de los casos, la definitiva eliminación de las limitaciones que nos imponía el costo de la energías, despareciendo de ahí en más los sistemas convencionales de obtención (combustibles fósiles, centrales nucleares o térmicas, etc.), pues que toda la energía imaginable está en disponible en cantidades ilimitadas en cualquier parte y en cualquier momento. La revolución que esto supone no es sólo una cuestión de progreso tecnológico, sino que también implica una transmutación de la naturaleza humana, pues que cualquiera puede tanto beneficiarse de esta fuente inagotable de energía como perjudicar a los demás usándola inadecuadamente. Presupone, en definitiva, que todos dependemos de los demás a partir de ese momento en que sepamos cómo aprovecharla, tal vez comprendiendo por fin que todos somos igual de omnipotentes, o, dicho en otras palabras, que somos lo mismo o parte del mismo tejido.

La Quintaesencia hallada será la base, sin lugar a dudas, de que le prestemos atención y concedamos crédito a todas esas investigaciones ahora más o menos desacreditadas de la llamada Energía del Punto Cero, las cuales son tan denostadas por las poderosas multinacionales de los recursos energéticos, verdaderos enemigos de la especie por cuanto la inmensa mayoría de las guerras han sido producidas por los beneficios que les generan a unos pocos el control de los recursos energéticos. Esa Piedra Filosofal o ese Oro Alquímico, bien desarrollado y usado como un bien colectivo de la Humanidad, suponen para nosotros algo tan práctico y extraordinariamente humano como la desaparición de las guerras, la inutilidad de los impuestos y la posibilidad práctica de organizarnos como sociedad global o mundial de una forma completamente distinta y mucho más humana e igualitaria que lo que hasta ahora ha sido nuestro penoso devenir, quién sabe si desembocando, por fin, en esa era de paz y bienestar que a lo largo de milenios fue nombrada como la Edad de Oro. Tal es el alcance de este descubrimiento que merece, desde lo más sentido de nuestras inteligencias y desde lo más granado de nuestros corazones, la mayor ovación y el más enfervorecido encomio.

Que luego digan por ahí algunas indignas Secretarias de Estado que hay que reducir la investigación. ¡Qué talentos tenemos en España, Dios mío!



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