martes, 26 de noviembre de 2013

EL COMPLEJO JUEGO DE LA MANIPULACIÓN




EL COMPLEJO JUEGO DE LA MANIPULACIÓN


El egoísmo, nota clave predominante del común de la humanidad, ha utilizado la mente humana, la ha viciado, creando en ella sistemas especiales de manejo de información, conducentes al beneficio propio y, la mayoría de las veces, sin importar si los demás salen perjudicados. La mente del humano moderno ha sido entrenada en la idealización, en la planeación anticipada de la vida, sin contar con el plan original del Espíritu para esta encarnación, esbozado antes de su nacimiento. Tenemos sueños firmemente arraigados en nuestra mente amaestrada, propósitos fijos, que creemos tan necesarios para la felicidad, que hemos creado mecanismos de protección que nos impiden salirnos de nuestro programa de realizaciones mundanas. La mayoría de los humanos son fanáticos de sus propios sueños y deseos, y lucharán por ellos hasta la muerte. Están tan convencidos de que su paradigma es el mejor, que han creado un complejo mecanismo para tratar de cumplir con sus propósitos a como dé lugar. Este dispositivo mental funciona, la mayoría de las veces, sin que el operador sea consciente de ello.
Nuestro subconsciente, esa parte aparentemente olvidada de la mente, ese misterioso almacén de información, el cual no queremos ver pero hace parte fundamental del equipo mental, y que genera el automatismo, es tan fluido como el resto de nuestras energías. Una de sus habilidades es la de resonar con el subconsciente de los demás y con el llamado inconsciente colectivo. Esto equivale a decir que, sin que la consciencia de un individuo lo sepa, su mente tiene acceso a la de los demás, aunque la manera en que devele los archivos ajenos no sea traducible a un lenguaje de palabras o cifrado. El sistema parece funcionar mediante la detección, por parte del inconsciente, de una serie de señales que el mismo puede identificar, debido a que en forma natural las usa. Cada señal tiene un significado particular, que le permite saber como está reaccionando una persona en una situación dada. Para comprender esto, es necesario saber que cada movimiento mental, emocional, energético, cada sensación interna, generan una cascada de eventos biológicos, de sutiles cambios hormonales, enzimáticos y de neurotransmisores, esas maravillosas sustancias químicas de las que se vale el sistema nervioso para enviar y recibir información, con el fin de tomar las medidas necesarias para la adaptación y la supervivencia. Por ejemplo, una sensación angustiante genera una descarga adicional de adrenalina, una hormona suprarrenal que prepara al músculo para la defensa, el ataque, la agresión y la carrera. Esto hace que seguramente el músculo demande más glucosa de la sangre, para lo cual tal vez sea necesaria una dosis extra de insulina, una hormona pancreática que facilita el desdoblamiento de azúcares, con el fin de generar más altos niveles de glucosa en la sangre etcétera. El músculo es particular punto de respuesta sensitiva, y genera en el cuerpo peculiares movimientos, gestos y sensaciones energéticas que son característicos de cada tipo de emoción y pensamiento. Cada uno de nuestros vehículos tiene un lenguaje, dado por su reacción frente a nuestras sensaciones, que es bien conocido por el subconsciente, ya que hace parte de nuestra programación genética. Es así que, para saber cual fue la impresión recibida por una persona en una situación dada, al subconsciente le basta con leer el lenguaje corporal, en especial el gestual, y la expresión verbal, no tanto ateniéndose a la letra como al tono de la vocalización, aunque nuestra mente consciente no tenga ni una mediana idea del asunto. Durante la diaria relación, el inconsciente hace repetidas lecturas de una persona dada, y va haciendo su propio archivo, hasta que sabe como reaccionará un sujeto frente a la mayoría de las diarias situaciones: sabe qué le agrada o le desagrada, qué le genera placer o dolor, conoce sus debilidades y sus puntos fuertes. Con esta información, el egoísta sabe como manejar las situaciones, de acuerdo con su propia conveniencia. En realidad, cualquier ser humano está en capacidad de hacerlo sólo que el ególatra lo utiliza para acomodarlo todo de acuerdo con sus pretensiones. Además, poco a poco va descubriendo conscientemente el código, y trata de disimular sus propias reacciones para tergiversar la lectura que otros hacen de él, aunque esto en realidad es extraordinariamente difícil pues, aunque la mente lo desee, el cuerpo no sabe mentir, ya que, si traicionara sus propios códigos genéticos, el resultado sería el caos y la destrucción consecutiva de éste. El buen observador no puede ser engañado por la falsa palabra, pues todo disfraz del cuerpo se torna transparente.
El manipulador sabe leer perfectamente tu cuerpo. De hecho es muy buen observador. El examina bien el tono de tus respuestas, la expresión de tus ojos, los gestos de tu rostro que acompañan a cada palabra, o que se dan como silenciosa respuesta, tus movimientos finos y gruesos, tu tranquilidad o inquietud, y en el momento oportuno usa su voz, sus movimientos, sus gestos y toda su energía, para enviarte mensajes de subconsciente a subconsciente, manejando tus emociones. El sabe cómo mover tu dolor o tu compasión;  posee la capacidad de ponerte alegre o triste;  sabe cómo enojarte para hacerte perder energía; él conoce cómo intimidarte, y hasta chantajearte, porque sabe tus secretos; él te demuestra, silenciosamente, que descubrió una manera de tener acceso a tu intimidad, y entiende el efecto que cada una de sus palabras y acciones produce en tu interior.
Los manipuladores existen por doquier. Son los conductistas de la humanidad, y por lo general tienen un séquito de esclavos sicológicos que les sirven, de buena o mala gana, pero prisioneros de sus manejos sutiles. Usan tus deseos para obligarte a hacer cosas para ellos, bajo falsas promesas; manejan tus temores para conducirte por sus caminos y explotarte económicamente; se sirven de tus falencias y debilidades para hacerte caer en trampas psicológicas, y trabajar para ellos. Todo el tiempo usan tus riquezas mentales, emocionales y físicas, y utilizan también tus defectos, tu agresividad, tu egoísmo, tu lujuria, tus anhelos de placer y tus creencias para manejarte a su antojo, aun sin que lo percibas. Son aprovechados y altamente egoístas. En el fondo tienen una gran inseguridad y están siempre necesitando de los demás, porque padecen de una gran necesidad de reconocimiento. Viven perdidos en la ilusión de la separatividad y se sienten huérfanos en la soledad. Son incapaces de surgir por ellos mismos, porque desconfían de sus capacidades. Eso los hace ambiciosos, ya que no tienen en realidad logros personales. Todo les ha sido dado siempre por los demás. Son como zopilotes engalanados con plumas de pavo real. En la mayoría de agrupaciones humanas, movimientos, escuelas filosóficas y religiosas, encontramos un buen número de manipuladores, y un gigantesco séquito de partidarios, humanos de grandes debilidades sicológicas y carencias, que creen aún que alguien pueda llenar sus vacíos y guiarlos realmente hacia el sendero de la liberación.
La mayoría de los seres humanos, incluso tú, son o han sido manipuladores, buscando lo que no logran alcanzar por sí mismos, como bebés que fastidian con el llanto, hasta lograr lo que quieren, o como chicos lisonjeros que engalanan al ego, para luego pedir un deseo a la personalidad envanecida. La manipulación es de hecho un uso incorrecto de la habilidad de lectura del inconsciente. Esta destreza fue el método original de aprendizaje, antes del advenimiento contagioso del raciocinio, de la aparición del lenguaje hablado, y mucho antes de la domesticación conductista, que frenó la originalidad, y la percepción real y personal de lo existente. Esta es una maravillosa destreza que deberíamos poner en ejercicio, con miras a romper el cristalizante hábito de la represión, y la ilusión de la intimidad, pues al hacerla consciente nos daríamos cuenta de que, fácilmente, todos los seres humanos tienen acceso a nuestro cofre de los secretos. Tal vez así aprenderíamos el arte de ser transparentes, honestos y coherentes.

El mecanismo de lectura del subconsciente es ya una herencia racial, una riqueza adquirida en nuestro caminar existencial. Pero aún así, la mayoría de los seres humanos no son conscientes de él. Esto hace que el automatismo sea implantado fácilmente, y que la destreza sea utilizada para manipular, aún en forma inconsciente. Es prudente revisar si en realidad estamos usando correctamente la facultad, sin violar la libertad de alguien o, por el contrario, somos manipuladores. Y también es sensato considerar si estamos siendo maniobrados por alguien, situación bastante frecuente en esta actual humanidad. Esto último denotaría que, siendo esclavos de alguna persona, agrupación o creencia, vamos caminando en contravía de la senda de la libertad. En este sentido, no hay que dejarse engañar, pues los manipuladores a veces te dan un poco de aquello de lo que careces, generalmente afecto o reconocimiento, para ganarse tus favores y subyugarte, tal como lo hace un amaestrador con un animal de experimentación, o con una mascota de circo de la que desea un reflejo condicionado.
La manipulación, en los tiempos actuales, ha ido más allá. No contentos con las obligaciones reales de cada individuo, cada día se crean nuevas necesidades artificiales, es decir, te convencen de que tienes una nueva escasez que satisfacer, para luego ofrecerte aquello que complace tu insuficiencia. El mundo mercantilista está lleno de hábiles maniobradores que hacen esto, manejando tu subconsciente con hilos invisibles. Lo hacen tan hábilmente que luego te preguntas: ¿Cómo había podido vivir sin esto? Los propagandistas y vendedores son expertos fabricantes de necesidades.
La pericia del subconsciente, el cual es tan sólo un rincón de la mente, para leer la información de otros seres humanos, es una cualidad aplicable a la obtención de información proveniente de cualquier entidad. La lectura tiene que ser directamente energética, y con la respuesta biológica o material frente a una situación particular. Para esto es necesario aguzar los sentidos, y hacerse un observador de señales. La naturaleza habla al hombre a través de sutiles signos que éste a veces ignora, por creer que el único método de aprendizaje y comunicación es el que él usa. En su ególatra posición, el humano se cree la criatura más inteligente del cosmos, ignorando la Inteligencia Universal. Se le olvida al homo sapiens que es él quien es hijo de la Vida Una, y no lo contrario. La inteligencia ha existido previamente a la aparición de la humanidad. La Inteligencia Universal es una cualidad intrínseca del Cosmos, que compenetra a todo lo existente. Es una propiedad natural, que tiene sus propios lenguajes y comunicación.

Cada cosa existente tiene una innata habilidad para captar y transmitir información, debido a la cualidad de infinito de que goza. El hombre aún tiene una larga lista de códigos de información para develar. Para ello es necesario que elimine, por caduco y cristalizante, el viejo hábito de razonar, que lo hace esclavo de informaciones de memoria previas, y le impide el acceso a nuevos archivos.

de:  LA AVENTURA INTERIOR  

“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”

Jose Vicente Ortiz Zarate

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viernes, 22 de noviembre de 2013

INTIMIDAD: EL BAUL DE LO VERGONZOSO


INTIMIDAD:
EL BAUL DE LO VERGONZOSO
  

El hombre moderno gusta de ocultar muchas cosas de la vista de los demás. Generalmente se esconde aquello que avergüenza, o que podría ser fuertemente censurado por otros, debido al condicionamiento, dado por el seguimiento de códigos de creencias. La fuerte censura o crítica es, en estos tiempos, sinónimo de descalificación, segregación, aislamiento, y estos a su vez lo son de la soledad, a la cual se teme como a un espectro. La disculpa perfecta para ocultar cosas, emociones, pensamientos etcétera, fue llamada intimidad, una figura inventada bajo la justificación de que todo ser humano tiene derecho a la privacidad.
En ese viejo baúl de la intimidad interior, el hombre suele guardar lo que considera sus peores pensamientos, deseos, sensaciones, instintos y emociones. Generalmente se cree que tal tipo de secretos son terribles, y que casi nadie los posee, cuando en realidad existen en casi todos los seres humanos, incluso en los que tienen por manía el reprimirse. Y en la intimidad exterior, otro baúl al cual solo tienen acceso los más allegados, se ocultan otras tantas cosas que no se quieren mostrar a los extraños, pero que son ya imposibles de ocultar a los más cercanos porque, pese a todo el esfuerzo por hacerlo, han levantado la tapa del baúl. Pero, además de esto, el homo sapiens se ha convertido en un curioso mamífero, que se avergüenza de muchas cosas que para otros son completamente naturales, tales como andar desnudo, orinar, defecar,  aparearse, acariciarse, acicalarse, sonarse, olerse etcétera. Todas estas actividades son efectuadas por todos, sin excepción, pero suelen ocultarse. Más aún, para la mayoría de ellas existen lugares especiales, a puerta cerrada. En las conversaciones cotidianas no suelen incluirse temas al respecto, y si algo se comenta tal vez se hace con alguien cercano, de confianza, y muy seguramente en voz baja, en privado, y con cierto temor o vergüenza.
La mente humana es muy singular. Nos hemos acostumbrado tanto a realizar estos actos, a los que llamamos íntimos, a escondidas, que nos parece normal el hacerlo así y nos escandalizamos si se hacen públicos. Rara vez vemos en la televisión convencional, sin censura, alguna escena en la que alguien los practique, como si en realidad fuera monstruoso el hacerlo, o como si nadie lo hiciera. Se evitan de adrede. La exhibición pública, e incluso familiar o entre amigos, del cuerpo desnudo, es calificada de inmoral. ¿De dónde sacaría el hombre esta idea? Estoy seguro de que si un día de estos una vaca o un tigre se avergonzaran de defecar, y se construyeran un baño particular para hacerlo en privado, esto sería un acontecimiento sensacional para el hombre, aunque fuera una locura para los demás animales de su especie. Nunca se ha visto a ningún otro mamífero, animal, ni planta, avergonzarse por excretar o por aparearse o reproducirse, ni a los demás censurarlos o segregarlos por hacerlo en forma espontánea y natural, a la vista de toda la creación. Pero un día a alguien se le ocurrió que mostrar el cuerpo era inmoral y pecaminoso, y los demás, carentes de originalidad y siguiendo el automatismo de la mente imitadora, lo emularon y admitieron este error, en consenso, como una norma a seguir. Se hizo tan común que todo el mundo creyó que era lo normal. Y con esto, el ser humano se complicó la vida en gran medida. Imagínese por un instante lo enredada que sería la existencia en este planeta, si de repente a todas las especies se les ocurriera semejante descalabro. No sería agradable ver un bosque lleno de innumerables baños, con sendos letreros, según el sexo de la especie: pájaros-pájaras, zorros-zorras, lagartijas-lagartijos, pavos-pavas, caballos-yeguas ... Y sería curioso ver que habría un escándalo en el baño de las lobas, porque un lobo morboso se coló haciéndose el despistado. !Afortunadamente, los animales no poseen una mente imitadora como la de los hombres!
La admisión de la intimidad dio lugar a la hipocresía. El hombre aprendió a actuar, a comportarse, y a mostrar y hablar sólo lo conveniente, para no quebrantar códigos, normas y acuerdos comunes, aunque fueran ridículos, o con el fin de evitar la censura, teniendo que guardar a veces su real opinión de las cosas, en el baúl de lo secreto. Todo esto ha modificado en gran medida la forma natural de la vida humana y la convivencia planetaria. La existencia de la intimidad dio un gran impulso a la costumbre de reprimir pensamientos, palabras, deseos, instintos y emociones, todo lo cual llevó al hombre a la creación de un poderoso conflicto interior. Ya no se podía, sin complicarse la relación con los demás, vivir y actuar como se era realmente. Había que seguir el juego y fingir ser obedientes, correctos, buenos y estar de acuerdo con lo que todos creen ahora que es lo normal y decente. Con el tiempo, la costumbre se enquistó poderosamente en el inconsciente, y el homo sapiens llegó a creer que es común tener intimidad, y que si a ésta no se le permite aflorar y ser desvestida, se es bueno. El juego de adaptarse al código atrapó al jugador, y lo convenció de que la bondad es algo que se cultiva si se siguen las reglas. El hombre aprendió primero a ser deshonesto, hipócrita, y luego cayó en el autoengaño, creyendo que una buena educación, es decir, un buen entrenamiento, haría desaparecer todo vestigio de lo que se cree que es malo.
En este sendero, el de la búsqueda de la libertad, no se puede ser esclavo de la intimidad. Es necesario hallar ese misterioso baúl y vaciar su contenido, con el objeto de descubrir qué es lo que tenemos guardado allí, aceptándonos como realmente somos, y mostrándonos así. De lo contrario, no podremos ser coherentes y estaremos atrapados en un conflicto sin sentido, en el que tendremos que seguir jugando a parecer como los demás desean que nos veamos, aparentando modelos que estamos lejos de ser. La existencia de la intimidad revela nuestros temores, y la faceta deshonesta de nuestra personalidad, poniendo en evidencia la infantilidad de nuestra mente.
Durante el proceso de comunicación, es necesario tener en cuenta que existe esa reserva llamada intimidad, además del hecho de que la mayoría de las mentes están altamente condicionadas. La palabra de un ser humano moderno rara vez deja entrever un fruto madurado original, ya que el contenido de las conversaciones está contaminado por la influencia de los archivos de memoria, y represado en gran medida, debido a los secretos y a la prudencia que implica el arca de lo íntimo. Además, en aras de preservar la buena imagen, concordante con el patrón que se sigue, hay una buena dosis de mentiras adicionadas, que suelen parecer normales a los seres humanos, y que a veces se denominan ¡mentiras piadosas! Estas falsedades también se usan con el ánimo de no causar algún daño psicológico al interlocutor, o para ganarse su favor. Lo que sale en una charla trivial es, en general, poco profundo, y rara vez auténtico y verdadero. La mayoría de las sensaciones, pensamientos y percepciones reales que se dan en el maravilloso proceso de la relación humana, son guardados bajo llave en el cofre de la intimidad. Este proceso de reservar se realiza diariamente, casi en forma inconsciente, dando como resultado una gran acumulación de energía, que a veces suele explotar en momentos de emociones exaltadas, tales como la ira de una acalorada discusión, o en situaciones de descontrol como la ebriedad, donde la depresión de las funciones de la corteza cerebral levanta la válvula del inconsciente.
Así como la bola de nieve cuesta abajo se convierte en alud, una vez creado el espacio mental para la intimidad, dentro de un mecanismo condicionado, el asunto se vuelve casi imparable, pues casi nadie se atreve a abrir la maleta interna para dejar ver la ropa interior de la mente, por temor básicamente a la reacción de los demás, por vergüenza, o por falta de aceptación de la verdadera realidad tras años de auto hipnosis. La mayoría prefiere seguir viviendo en el mutuo engaño, en la apariencia de una límpida honestidad. Casi nadie se atreve a ventilar sus diarios pensamientos y sensaciones con respecto al maravilloso proceso de la vida, por temor a ser condenado en el implacable tribunal de las mentes domesticadas, que se aferran a códigos exactos, creyendo ser los poseedores de la verdad de la existencia. Debido a esto, poco a poco se ha ido perdiendo el conocimiento real de la naturaleza humana, con sus instintos mamíferos, su variada gama de emociones, sus miles de sensaciones, y con esa maravillosa riqueza de impresiones, que se generan al contacto con la polifacética corriente de energías infinitas, que fluye a través de toda criatura existente. El cepo de la intimidad frena el flujo de la vida, e impide ver la realidad de nuestra humanidad cara a cara, mostrándonos en cambio a una raza desdibujada, a un remedo de homo sapiens, disfrazado de hombre culto y civilizado que, a hurtadillas, al menor descuido, cuando el cuerpo ya no aguanta más la presión del inconsciente, hace cualquier trastada poco digna del papel de teatro que representa, mostrando la poca coherencia que vemos a diario en nuestra humanidad.
Esta civilización que vemos, la hemos construido nosotros mismos, bajo este ridículo juego de creernos superiores por seguir códigos especiales de comportamiento, inventados por nosotros mismos. Es por eso por lo que nuestra vida es tan complicada, sobre todo en esos conglomerados de seres hacinados que llamamos ciudades, donde la relación humana diaria es un juego de infinitas apariencias.
El hombre real es muy diferente del humano de apariencia. Cada ser tan sólo deja ver al exterior una pequeña parte de su verdadera naturaleza, de tal suerte que hay un gran desbalance entre lo que se es, y lo que se muestra. Cada ser humano es un universo de sensaciones infinitas que no se exponen, un mundo apartado, más que olvidado, en razón de que nadie lo conoce, un cosmos que no se comparte, que alega incomprensión, y se queja de soledad profunda. Los seres humanos, en el cerrado cuarto de su intimidad, se sienten extraños, anormales, infames, pecadores, locos quizás, sin saber que en el mundo interior de los demás se ve el mismo paisaje de pensamientos, sensaciones, deseos, instintos y emociones .
Hay tantas cosas en el cofre de lo íntimo, que a veces olvidamos lo que tenemos de real, lo que hay al fondo del arca, y creemos tener tan sólo lo que se ve en la superficie, o lo que mostramos a diario en el juego de parecer. El hombre de hoy se perdió de vista a sí mismo. Ha repetido tantas veces el papel que debe representar, y ha sido tan entrenado para ello, que ha llegado a creer que es en verdad el personaje.
En este sendero, en busca de la verdad, es necesario vaciar el enmohecido baúl de la intimidad, para descubrir realmente quiénes somos, qué hay al fondo de nosotros mismos, debajo del traje social, pues es necesario, para edificar una sólida estructura, conocer con certeza la naturaleza del subsuelo, para así poder echar firmes cimientos y no correr el riesgo de que el edificio se derrumbe, como ocurre tan a menudo con los desprevenidos caminantes que transitan por tan numerosas escuelas de transformación interior.

de:  LA AVENTURA INTERIOR  

“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”

Jose Vicente Ortiz Zarate

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martes, 19 de noviembre de 2013

EL CULTO A LA PERSONALIDAD


EL CULTO A LA PERSONALIDAD 


Como pudimos apreciar, en el capítulo sobre la ilusión de la separatividad, la mente humana condicionada culturalmente cree que el hombre es un individuo, una persona considerada aisladamente con relación a una colectividad. Esta concepción alimenta la tendencia a pensar u obrar independientemente, sin tener en cuenta a los demás, o ceñirse a normas generales, cultivando un afecto excesivo para consigo mismo, denominado egoísmo.
En su ignorancia, el hombre se considera completamente separado de las demás criaturas, incluso de Dios, actuando como tal y mostrando con sus actitudes un completo desconocimiento acerca de la unidad de toda vida. Esto le hace creerse superior a los demás seres, o desear ser superior a ellos, generando una serie de conductas que en nada benefician al colectivo, extraviándose en ilusorios caminos, a través de los cuales pierde su identidad divina, sumergiéndose en un mundo falso, en el cual se identifica con su cuerpo, con sus emociones o con sus pensamientos, es decir, con su personalidad; desarrolla hábitos, hechizos, vanidades, ilusiones, privándose casi por completo de la luz interna de su realidad, llamada de otra forma Habitante Interior. Bajo estas circunstancias, rinde un completo culto a la personalidad, y sólo busca la realización y felicidad a través de una supervivencia avasallante, del placer sin fronteras, del dominio mediante un malversado poder, o del control ideológico, creyéndose alguien esencial, hablando siempre de sí mismo, o de lo que cree que le pertenece como lo mejor. Todo esto, indudablemente, conduce al separatismo y se convierte en una epidemia psicológica que afecta a toda la humanidad, y se transmite de generación en generación, mediante la cultura familiar, regional, nacional y mundial. Cada hombre dominado por esta tendencia individualista, se presume el Rey de la Creación, con todo el derecho de pisotear a los demás y de exigir lo mejor y lo primero, renegando de la vida cada vez que el inclemente destino se opone a sus caprichos.
En este maravilloso proceso de la vida, el plan original determina que el Habitante Interior mantenga siempre el comando de las operaciones. Esto implica que la consciencia actúe en forma permanente, sin que el automatismo dado, por la brecha creada en la mente al retirar la atención de una parte de ella, a la que llamamos el subconsciente, sea dominante. Sin embargo, el proceso de condicionamiento, esa implacable domesticación a la que es sometido el hombre desde su nacimiento, permite que el mecanismo automático haga al ser humano fundamentalmente reactivo. La consciencia real, ese ojo interno del Habitante Interior, se ve opacada por la multiplicidad de programas que son instalados mediante la culturización. Llega un momento en la vida del individuo en el que ha perdido su objetividad, debido a que cualquier observación está viciada por algún programa de información. Se presenta entonces una confusión, un enmarañamiento de la consciencia. La mente suele tomar el comando de las operaciones, junto con las emociones, construyendo una especie de piloto interior al cual la consciencia se somete. Entonces, éste último se encarga de dar las órdenes. Ese comandante de vuelo es llamado el ego. Cuando éste se instala, el ser humano cae en la trampa de creer ser lo que no es, es decir se autoidentifica con el ego, con la estructura, con el equipo de energías y sus programas, y pierde su identidad real como Habitante Interior. El hombre piloteado por el ego cree que es su cuerpo, o sus emociones o su mente. Y una estructura sin control va a donde quiere guiada por su información. Todo lo que hace es recrear y multiplicar sus órdenes y programas, tratando de ejecutarlos a como dé lugar.
A veces, el individuo, olvidándose de sí como Habitante Interior, cree que es el cuerpo físico y que toda la vida se resume a una experiencia biológica, donde el cerebro genera los programas de vida, la energía, los pensamientos y las emociones. Entonces, lo más importante para él es sobrevivir, no importa cómo. Sus intereses están en la obtención de alimento, en la perpetuación de la especie y en la defensa de la vida. La existencia de este individuo da la mayor importancia a lo instintivo. Se siente orgulloso de su cuerpo, de su figura, de su fuerza, de su sexualidad, de su apetito.
Otras veces, el individuo se identifica con sus emociones. Entonces el mundo emotivo y sensitivo cobra la mayor importancia; la obtención del goce emocional se hace importante. La satisfacción de los deseos se convierte en objetivo de vida, y éstos se aumentan en gran medida. Los sentimientos se intensifican, las pasiones se desbordan; se siente orgulloso de sus desvaríos emotivos, de su temperamento, de su altivez, de su lujuria, de sus conquistas afectivas, de su sensibilidad, de sus apegos.
En ocasiones, la identificación es con la mente. La obtención de información, la acumulación de conocimientos, el leer muchos libros, el estudiar asiduamente, el ser culto, el seguir fielmente una creencia, son la meta de vida. El raciocinio, la intelectualidad, es su centro de comando. Se siente orgulloso de sus títulos, de sus alcances intelectuales, de sus ilusiones, de sus creencias. Generalmente es un fanático de algún paradigma convencional.
Muchos de los habitantes de este planeta son comandados por poderosos egos, los cuales varían en cuanto a su punto de enfoque; pero, a medida que la vida avanza, el enfoque se traslada y el hombre termina creyendo que él es su cuerpo, energía, emociones y mente, rindiendo un gran culto a su personalidad. Además, se rinde veneración a la personalidad de los demás. La influencia del ego se convierte en una verdadera epidemia que engloba al género humano. La exaltación de la familia, el nacionalismo y el racismo son una muestra clara de ello.
La actividad del ego se denomina egoísmo y una persona dominada por su ego es un egoísta, uno que rinde culto a su ego. Esta clase de sujetos, bastante comunes en nuestro planeta, son esclavos de sus programaciones. Todas sus acciones son movidas por un interés exclusivamente personal, lo cual los lleva a ser marcadamente separatistas, defendiendo sus puntos de vista con gran fervor, sin siquiera contemplar los de los demás.
El ególatra siempre está exigiendo, tratando de imponer su voluntad, deseando figuración, desafiando, buscando posiciones para gobernar y aprovecharse de los demás. El lo desea todo para sí mismo; no le interesa compartir, pues sus motivaciones están dirigidas por el interés personal. El egoísta es un controlador que siempre está demarcando su territorio físico, emocional y mental, interesado en sus deseos, placeres, conquistas y ganancias, manipulándolo todo, a expensas de los demás, para demostrar su pretendida superioridad. Es muy prepotente, y por lo general quiere ser el que da las órdenes, aunque no tenga autoridad ni rango para hacerlo. Esto lo hace estar ansioso de descubrir un modo de controlar a los demás, para que todo se haga según como él cree que deben hacerse las cosas, pues el se considera el mejor en todo.
El egoísta siempre está llamando la atención sobre sí, y buscará para ello algo en lo cual sobresalir, no con la intención de crecer, sino de ser admirado. Probablemente se hará codicioso y materialista, buscando alcanzar poder a través del dinero. Quizá desarrollará un carácter antipático, pleno de emociones desbordadas, a fin de reclamar atención o para infundir temor. Tal vez deseará encontrar un conjunto de ideas o un grupo, que le hagan presumir ser el poseedor de la verdad, el que todo lo conoce y lo explica, y muy seguramente se convertirá en un fanático de aquello en lo que cree, tratando de convertir a todo el mundo y menospreciando a los que no reverencian su doctrina. Indudablemente se hará muy susceptible y se sentirá herido cada vez que alguien no ceda a sus órdenes, sus deseos o sus teorías. También se hará orgulloso, y se pavoneará enseñando sus triunfos, sus títulos y honores, alegrándose por los fracasos de los demás, encontrando placentero el descubrir los errores de otros para sentirse superior. Esto lo convertirá en un crítico mordaz y destructivo, y en un intolerante incorregible, que todo lo ve a través de su propio colorido, malinterpretando siempre lo de los demás para acomodarlo a su propia versión. Estará tan ocupado en querer mostrarse y sobresalir, que no tendrá tiempo de construir algo realmente digno de ser enseñado, y atacará con vehemencia y envidia a todo aquel que muestre algo valedero, utilizando seguramente el chisme, la calumnia, la mentira, la mala intención, la murmuración y la traición. No conoce lo que es el perdón. Su personalidad es imponente y vive de la adulación, la cual exige, pues de ella se alimenta, para reforzar su falsa seguridad. Se cree absolutamente indispensable en cualquier actividad en la que esté involucrado, y cree que los demás son incapaces de hacer algo valioso sin él.
Y cuando no pueda destruir a su enemigo, se unirá a él para adornarse con sus virtudes y vivir de la satisfacción de logros ajenos, buscando la simulación, con el objeto de destronar silenciosamente a su adversario, pero perdiéndose en pos de falsos valores, y convirtiéndose en alguien diferente de sí mismo, con una máscara tras de la cual es fácilmente visto, pues una falsa virtud se ve como un lunar en una personalidad no cultivada. También se hará admirador de ídolos distantes, de estrellas humanas, especialmente de las que cree que le pertenecen o de las que se asocian con él, con su familia o con su nación, para vivir de glorias ajenas y rellenar su vacía personalidad. Caerá entonces en el mundo del fanatismo nacionalista, que por tantos siglos ha impedido la fraternidad entre los pueblos.
En el sendero de la liberación de todo sufrimiento, es pertinente seguir el rastro del ego, haciendo un esfuerzo grande para tirar el velo que ha opacado la consciencia. El ego constituye una máscara que impide ver la realidad, desde la perspectiva del Habitante Interior, y es uno de los mayores acumuladores de emociones y pensamientos en el cofre de la intimidad, de lo cual podemos inferir que es el principal causante de enfermedad, y uno de los más grandes obstáculos para un crecimiento real. El egoísmo es una gigantesca barrera en las relaciones humanas armónicas, y un alimento permanente para el separatismo, que genera las guerras y conflictos externos e internos.
El egoísmo se convierte en una fuente poderosa que alimenta las emociones negativas. Cual caja de Pandora contiene en sí mismo todos los males del mundo, y guarda las raíces más profundas de la soberbia, la lujuria, la envidia, la pereza, la gula, la avaricia y la ira, en todas sus múltiples facetas, justificándolas por el afecto excesivo a sí mismo. Constituye un oscuro velo que obnubila la visión de la Chispa Divina, haciéndole perder el sentido total de la realidad.
El individualismo fue un paso necesario, herencia del proceso evolutivo. Sus orígenes se remontan al tiempo de la inmersión del Espíritu en la materia, con el objeto de lograr el dominio consciente de los niveles vibratorios más densos del Sistema Solar. Fue propiciado por el tercer aspecto de la Divinidad, el de la creación, con el objeto de que cada chispa lograra la identificación de su poder divino, actuando en lo humano, hasta el punto en el que el segundo aspecto Divino, el Amor, despierte la consciencia de la unidad de la vida.
Esta manifestación egoísta debería ser ya parte del pasado, desde el advenimiento de los Grandes Mensajeros del Amor, sublimes Avatares que han sido los Divinos exponentes de la Sabiduría sempiterna, que nos señaló que ya el tiempo estaba maduro para el despertar del principio de Amor-Sabiduría, latente en cada semilla humana. Sin embargo, la mayoría de los seres humanos, embriagados en las obnubilantes sensaciones del placer, se han quedado en la hipnótica y obcecada contemplación de sí mismos, rindiendo culto a la temporal personalidad, en lugar de hacerlo a la Divina Esencia, en la cual todas las Chispas Divinas están unidas.
Los caminantes conscientes del sendero de realización entablan con frecuencia duras batallas contra sus personalidades egoístas, sin ver resultados fructíferos a través de los años, aún a pesar de alimentar sus mentes con profundos conocimientos filosóficos, y logrando tan sólo la represión de sus instintos, hábitos, emociones y pensamientos egoístas, incluso por largas edades y encarnaciones, y construyendo, en un equivocado trabajo, poderosas bombas de tiempo que tarde o temprano desencadenan procesos de enfermedad, explosiones de emociones desbordadas, y expresiones de locura que a veces parecen no tener explicación, para las mentes que desconocen la Ley de Causa y Efecto, debido a la salvaguarda de la memoria entre las encarnaciones. La represión de una fuerza jamás conducirá a su control. Sólo la comprensión divina, esa mezcla extraordinaria de Luz y Amor que conduce a la Sabiduría, puede lograr la expansión de consciencia necesaria para dominar al egoísmo. Es a la vez sencillo y complejo como ocurre en toda las paradojas universales, testigos de la Ley de Polaridad. Basta con comprender que la separatividad de las criaturas en tan sólo una ilusión, pues la Vida Una es indivisible. Cada ser es sólo una expresión de la Divinidad, manifestándose en múltiples facetas, para dar lugar al juego de la creación, en el cual Dios utiliza como única materia prima, la Sustancia Raíz Universal, la cual no es otra cosa que el polo negativo de sí mismo. El Universo manifestado es una creación de la Mente Divina, un sueño hecho temporalmente realidad y en el que Dios se recrea en su Eterna Existencia, hasta la siguiente noche cósmica, donde un nuevo sueño surgirá. Así como la luz puede refractarse en un espectro de siete colores, cada uno de los cuales puede extenderse en gamas infinitas, que se confunden con sus vecinas, así el Eterno se manifiesta en diversas e iridiscentes facetas representadas en las criaturas de la existencia. Cada hombre no es más que una forma distinta de Dios desplegándose a sí mismo, pero sin perder su unidad y su universalidad más que en la ilusoria apariencia de la mente humana.
El egoísta muestra, sin lugar a dudas, que en él no ha despertado el aspecto de Amor-Sabiduría que yace profundamente dormido en su corazón. En él no ha nacido el Cristo Interno, el Budha Iluminado, único jinete que doblegará a los corceles impetuosos de la personalidad, para hacerlos ir en la dirección correcta, transportando el carro del Alma en el infinito viaje de la Divina Chispa, la manifestación de Dios. El egoísmo es tan poderoso que se expande en todos los vehículos humanos, haciendo que el Yo Real se haga invidente, y dejando el dominio a la personalidad, la cual, aún en su ciego trono, puede llegar a perder el control de sí misma. Si los tentáculos del egoísmo atrapan al cuerpo físico, éste enferma, pues hay una rebelión donde algunas células no preparadas tratan de tomar el control, trastornándose la fisiología, debido a la alteración del programa de correcto funcionamiento. En el momento en que las emociones se ven inundadas por el egoísmo, todas las bajas pasiones se potencian y controlan a la mente, buscando ser justificadas plenamente, mediante astutas artimañas de la personalidad descontrolada, que sólo ansía satisfacerse a sí misma. Cuando la mente es invadida por el egoísmo, se desencadena el cristalizante fanatismo. Se hace cerrada, falta de luz, esclava de las emociones, se obnubila por las ilusiones, y busca, aún dentro de las creencias más elevadas, su propia satisfacción, maquinando maquiavélicos procesos, que finalmente sólo llevan a la satisfacción por el placer desmedido, disfrazándose con hábitos de santidad o de pureza.                 
El egoísmo es un dragón de siete cabezas que debe ser derrotado por la espada de Luz del guerrero espiritual, a fin de lograr la reconquista del templo de la personalidad, para que nuevamente lo ocupe el Habitante Interior, transmutando su esencia en Alma, logrando una alquimia verdadera, pues todo lo que construya el egoísmo está destinado a perecer.
¿Cómo podremos matar al dragón? En realidad no hay que matarlo sino transformarlo. Primero hay que reconocerlo, observarlo y descubrir sus estrategias de auto-protección. La auto-observación es la primera clave. Una observación atenta y persistente de tus actos, sensaciones y pensamientos es necesaria para detectar el comando del ego. Así se puede descubrir si tus movimientos corresponden a una búsqueda real o a un simple juego de intereses. Las motivaciones nos dan una idea clara de quién es el que tiene el control de la personalidad, y de si nos estamos identificando con ella. Cuando analizamos nuestros motivos, hay dos que analizan: el Yo Real que trata de imponerse y la astuta mente, viciada por el condicionamiento y el egoísmo, que trata de justificarse y hacerse pasar por el Espíritu. Si descubres el más leve rastro del ego, es necesario tumbar el pedestal de la soberbia, aprendiendo a ser humildes, aunque sin irse al polo opuesto, es decir sin menospreciarse; el principio de igualdad de todos los seres puede evocarse para hallar el punto de equilibrio. Es útil, para ello, ser sincero, reconocer tus faltas, y evitar buscarlas en los demás, cultivar el sentido de la unidad de toda vida, perdonar si te sientes ofendido y no inflarte si te loan, hallando la causa real de tu susceptibilidad, hasta que aprendas el arte de la neutralidad frente a ofensas y alabanzas, ser tolerante, desarrollar la gratitud, cultivar el desapego y aprender a ver lo bueno que hay en todos y en todas las cosas.
La aceptación es el segundo paso y nos conduce a incrementar la alerta y a descubrir las estrategias de la personalidad. Debemos hacer un inventario personal completo de todas nuestras facetas egoístas, ya que estos son los puntos donde radica la fuerza del dragón.
El tercer escaño consiste en ejercitar la voluntad, para que pueda surgir de ella una verdadera sed de cambio, que nos permita ver la ruta correcta. Sólo cambiamos cuando en realidad y con gran intensidad interior lo deseamos. Unicamente nos modificamos si verdaderamente lo queremos. Nada ni nadie externo logrará transformar a alguien. A la personalidad solamente le interesan los caminos que la satisfagan, y tiene sus propios mecanismos de defensa, para evitar ser convencida de lo mejor, cuando está atrapada por el egoísmo. Siempre vale la pena, en este paso, considerar si cada nuevo cambio no será una astuta treta del egoísmo para conducirnos a otro sendero de auto-satisfacción. Cuando llegamos a este tercer nivel, ansiamos a la real libertad, aquella que tan sólo se encuentra a través de la verdad, y no en la forma cristalizada de los dogmas. La voluntad educada nos conduce a la cuarta clave que es la de la acción recta. El caminante consciente deberá considerar aquí cada paso que da, con el objeto de que beneficie únicamente al Todo. Examinará claramente la motivación de cada pensamiento que le conduzca a la actividad. La acción recta restará poder al egoísmo solamente si está basada en la verdad, en la universalidad y en la divinidad. El que obra con rectitud accederá al quinto escalón, hasta el altar de su corazón, donde verá resurgir el amor verdadero, que despierta de un largo y profundo sueño. Una ventana se abrirá en el corazón del caminante y por ella entrará la fuerza del segundo aspecto divino, que lo impulsará de inmediato al servicio desinteresado, el sexto escalón. Allí descubrirá el secreto de compartir, sin esperar nada a cambio, ni siquiera la gratitud, ni el reconocimiento. Encontrará que asistiendo a otros se sirve a la Unidad de la Vida. Finalmente, después de este largo sendero, llegará al séptimo escaño: la consciencia permanente de la Divinidad en él y en todas las cosas. Ya no deseará pensar de otra manera, y todas las cosas serán vistas como si fueran parte de sí mismo, viviendo en el concepto de la eterna unidad de Dios, y convirtiéndose en un Iniciado, un ser cuya mente está controlada por el Yo Real, y en equilibrio con su corazón, a través del cual fluye la Divina Sabiduría, mediante la facultad intuitiva, no cediendo a los impulsos del deseo, los cuales serán momentáneos y cada vez menos frecuentes.
Es necesario mantenerse alerta porque en este proceso el ego presentará una fuerte resistencia a ser desplazado, y recurrirá a la manía de tu mente de justificarse a través de rebuscados raciocinios y parcializados puntos de vista. No es deseable, en este sendero de realización, el dejarte abatir por el sufrimiento, pero tampoco elevarte en el vacío globo del egoísmo.
La vanidad es corona y estandarte del ego. Si tienes algunos de sus rasgos puedes ir tras la pista del villano. Cuando crees haber alcanzado logros materiales y espirituales que en realidad no has conquistado, si confias en saber cosas que en realidad no sabes, si te sientes capaz de hacer algo para lo cual en realidad no estás capacitado, cuando crees tener cosas que en realidad no has adquirido, si constantemente te alabas y buscas reconocimiento y aceptación, estás en terreno del ego.
Para recuperar tu territorio es útil un sincero cuestionamiento, a fin de determinar con absoluta claridad, a la luz de la verdad, qué es lo que crees que eres y cuál es la altura material y espiritual que has alcanzado, y si es eso lo que proyectas a los demás o estás exagerando. También debes esclarecer qué es realmente lo que sabes. No los títulos que tienes, ni tu recorrido por las aulas del saber, o los libros que te has leído, sino cuánto es de tu real dominio. Igualmente, has de hacer un balance de las cosas que pretendes realizar, de los dominios que deseas conquistar, para saber si efectivamente estás capacitado para esas labores, o tan sólo estás presumiendo. De la misma manera identifica exactamente lo que tienes, lo que en realidad te pertenece. Para esto puedes ayudarte pensando que todas las cosas de las que te crees dueño, todas tus riquezas materiales, intelectuales y espirituales, son una propiedad tuya sólo en la medida en que tu consciencia de la vida es separatista. Pero en cuanto evoques el principio de unidad de toda vida, de universalidad, te darás cuenta de que todo pertenece a todos, ya que la propiedad es únicamente un invento del hombre atrapado por la ilusión de la individualidad, y de que cuando presumes de lo que crees tener solamente te estás luciendo con galas ajenas.
En el camino hacia la libertad es necesario destruir al dragón del ego, pues una naturaleza egoísta esclaviza al Habitante Interior, enmascarando su identidad real, haciéndolo parecerse a un actor que se quedó en el escenario representado una obra teatral, completamente olvidado del artista que lleva adentro.
Progresivamente, mediante este trabajo interior exhaustivo, toda la fuerza del dragón del egoísmo será dirigida a nuevos cauces para alimentar la naturaleza superior del hombre, es decir, a su Yo Real. Un gran egoísta puede transformarse, mediante esta alquimia, en un caminante consciente, en un trabajador voluntario, conocedor del Plan Divino. Todo es cuestión de redireccionar la poderosa energía convocada y acumulada por el ser, durante edades de trabajo inconsciente.
Es importante recalcar que el trabajo de transmutación de las fuerzas egoístas en energías constructivas lleva necesariamente a una desidentificación con la personalidad: mente, emociones, fuerzas vitales y cuerpo denso, lo cual implica necesariamente desapego de instintos, hábitos, impulsos emocionales y condicionamiento mental. El trabajo no puede tomarse a la ligera. Debemos recordar que el conocimiento no es suficiente; sólo es una ayuda. No nos transformamos por creer en algo, así que la tarea es grande. Esto no nos debe desanimar, sino servirnos de parámetro para saber cuanta fuerza espiritual vamos a emplear en ello. La transformación real, hacia una vida consecuente con la Verdad y las Leyes Universales, no depende del tiempo sino de la intensidad con que se trabaje, y ésta depende de cuan decididos estemos para la faena. Nuestro progreso será lento si hacemos las cosas tenuemente y les damos largas, lo cual significa que en realidad no nos hemos decidido a observarnos, aceptarnos y luego transformarnos, porque estamos muy complacidos en nuestros viejos hábitos. También lo será si nuestra actitud es demasiado severa, rígida, dogmática. Esto sólo nos bloquea la mente, ya que la Vida Universal es energía fluyente, movimiento perpetuo. Todo encasillamiento es cristalizante, nos limita en el tiempo y termina por convertirnos en estatuas de sal que se desmoronan con el viento.

Para progresar rápidamente hay que aprender a decidir y ser decisivos. Un río va cambiando constantemente de dirección para adaptarse al relieve, movido por la invisible energía de la gravedad que lo lleva rumbo al mar. Su fluir nunca se detiene. Así debe el hombre adaptarse constantemente a las distintas circunstancias de la vida, mediante frecuentes decisiones, guiado por la invisible energía intuitiva que proviene de su Yo Real, el Dios interno, la Inteligencia Universal que lo lleva hacia el océano infinito de la Verdad, hacia amplios niveles de consciencia, donde puede observar la acción de la Vida Una, cara a cara. Estancarse es perecer. Fluir es crecer, madurar, evolucionar! 

de:  LA AVENTURA INTERIOR  

“La búsqueda interior implica la desmitificación del yo, la ruptura con todos los antiguos paradigmas acerca de la naturaleza humana, el descondicionamiento de los modelos socioculturales y una gran osadía para el cambio.”

Jose Vicente Ortiz Zarate

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